Una conversación con Józef Walaszczyk, uno de los Justos entre las Naciones que se reunirá con el papa Francisco el viernes
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Józef Walaszczyk, nacido en 1919, apodado ‘el segundo Schindler’. Durante la Segunda Guerra Mundial salvó las vidas de 53 judíos y, como reconocimiento, recibió en 2002 el título de Justo entre las Naciones. El próximo viernes, junto a otros Justos, se reunirá con el papa Francisco en Auschwitz.
Roman Polański le escribió una carta después de leer sus memorias, en la que decía que si hubiera conocido su historia antes de rodar El Pianista, habría hecho una película sobre él.
¿Por qué puso en peligro su vida para salvar las de otros?
Así me había criado, es parte de mi actitud personal. Fuimos la primera generación nacida tras la Primera Guerra Mundial, éramos patriotas y cristianos. Cuando Hitler invadió Polonia, ofrecimos resistencia por naturaleza. También era un asunto de solidaridad nacional: los judíos eran diferentes de nosotros, los polacos, pero eran de los nuestros.
En cierto modo, salvó a Irena Front por su belleza.
Conocí a una chica maravillosa y nos hicimos amigos. Supe que era judía cuando de repente apareció la Gestapo en el hotel donde estábamos. Entonces, Irena me contó que su nombre no era Bartczak, sino Front, y que era judía.
¿Cuál fue la primera reacción de usted?
Por un lado estaba enfadado porque no se hubiera molestado en decírmelo antes. Por otro lado, nunca perdí los nervios e intenté pensar en una forma de salir de un aprieto tan difícil.
Así que escondió rápidamente a Irena detrás de un armario y fingió ante los agentes de la Gestapo que tenías molestias estomacales.
No quiero alardear demasiado, pero tuve unos nervios de acero. Después de todo, ya había sido detenido unas cuantas veces y había tenido que huir para salvar la vida.
En cierta ocasión casi le ejecutan también
En una estación en Nowe Miasto los alemanes habían rodeado el tren en el que viajaba transportando documentos para el Ejército Nacional clandestino polaco (el AK). Los alemanes empezaron a registrar a los pasajeros pero, afortunadamente, mis camaradas en armas del AK estuvieron atentos y, de alguna forma milagrosa, mi equipaje desapareció.
Aunque un pasajero sin equipaje resultaría sospechoso a los alemanes
Empezaron a interrogarme a golpes y patadas. Me hicieron saltar mientras un soldado disparaba ráfagas bajo mis piernas y otro sobre mi cabeza. Luego, decidieron ejecutarme.
Allí de pie ante el pelotón de fusilamiento, únicamente esperaba escuchar las dos palabras definitivas: … drei, Feuer! Cerré los ojos para no ver el fuego de los rifles y justo entonces escuché: Halt! No podía creer que siguiera vivo.
Pero salía de la sartén sólo para caer en las brasas
Precisamente. El comandante Hoffman dijo que ese castigo sería demasiado indulgente para mí: “Te llevaré a la comisaría de policía y ya hablaremos allí”. Deseé haber recibido el disparo, porque no sabía si sobreviviría al interrogatorio.
Los alemanes arrestaron allí hasta 300 personas. Nos distribuyeron en dos filas y nos pusieron camino de una estación de policía militar. Durante el trayecto, un policía militar en motocicleta llegó para ver a Hoffman y le entregó un sobre. Era una carta de la Gestapo donde se decía que debían liberarme inmediatamente porque yo era “fundamental para el funcionamiento de la fábrica”.
Se refiere a una fábrica de harina de patata de la que usted era gerente.
Exacto. Me salvó un alemán conocido mío, el señor Albrecht. Si los nazis me hubieran fusilado, el documento lo habría recibido un hombre muerto.
Tenía contratados a cerca de 200 personas en su fábrica, incluyendo a 30 judíos.
Cuando los alemanes iban a cerrar el gueto de Rawa Mazowiecka, mi amigo judío, el señor Wengrow, vino a verme para pedirme que empleara a un grupo de 40 jóvenes judíos fuertes, entre los que estaban sus hijos. Yo quise ayudarle, porque él también me había hecho un favor antes.
¿Qué tipo de favor?
Una vez me arruiné por completo jugando a las cartas en Varsovia (ríe). Al volver a casa traté averiguar qué podía hacer, dudaba si pedir a mi madre que me prestara dinero para pagar mis deudas.
Una situación embarazosa.
Mucho. Y este judío, Wengrow, viene y me dice: “¿Por qué está usted tan triste, señor Ziutek. Usted debe de tener algún problema. Lo sé; le vendría bien algo de dinero. ¿Cuánto?”. Y me prestó el dinero. Así que cuando se me acercó pidiendo que diera trabajo a jóvenes judíos, fui al Arbeitsamt (oficina de empleo) e intenté hablarlo con el director Miller. Él sacó una pistola y me dijo: “¿Quieres sobornar a un alemán para salvar judíos?”. Sin embargo, conseguimos llegar a un acuerdo, aunque las condiciones del director eran estrictas: sólo podría contratar a 30, no 40, que además deberían obtener un sello del Arbeitsamt cada dos semanas, y cada sello sólo podía entregarse a cambio de un pequeño “pago de facilitación”. Le estuve visitando durante casi 2 años para recibir el sello y pagarle el soborno.
Hasta que los alemanes pusieron el ojo sobre la fábrica…
Cierto día llamé al Arbeitsamt para organizar la próxima reunión para prolongar los permisos. La secretaria me dijo que el señor Miller no estaba en la oficina y que no sabía cuándo volvería, a lo que añadió que quería que fuera allí lo antes posible. Percibí algo extraño. Dije a mi personal que no fuera a trabajar y les advertí para que se escondieran tan pronto vieran camiones alemanes. Los que me hicieron caso sobrevivieron.
A veces se refieren a usted como ‘el segundo Schindler’.
Son palabras de Roman Polański. Después de leer mis memorias me escribió una carta diciéndome que de haber conocido mi historia antes de rodar El Pianista, habría hecho una película sobre mí.
¿De dónde sacó usted el dinero para pagar a Miller?
En la gestión de la fábrica, yo era responsable de grandes cantidades de dinero que, de todas formas, iban a parar a los alemanes…
Para poder salvar a Irena (en otra ocasión) tuvo que reunir un kilo de oro en nada menos que cinco horas.
Un amigo me llamó y me dijo que la Gestapo había detenido a Irena. Fui a la comisaría de policía; el Ejército Nacional tenía agentes dentro. Una vez allí, supe que Irena había sido detenida junto a un grupo de otros 20 judíos. Si quería poder liberarla, tenía que reunir un kilo de oro para las 5 pm; y era cerca de mediodía. Entonces los alemanes eliminarían la causa de los archivos y liberarían a los judíos.
Y lo consiguió.
Tenía que conseguirlo; de otra forma Irena habría muerto.
Y de esta forma salvó a 20 personas que ni siquiera conocía.
La Gestapo los condujo en una furgoneta hasta mi casa. En cuanto se aseguraron de que había conseguido todo el oro, liberaron a los judíos, que saltaron del vehículo y desaparecieron en la oscuridad. No existe otro caso, que yo sepa, en el que la Gestapo de Varsovia liberara “voluntariamente” a 21 judíos.
Irena y usted rompieron después de la guerra…
Nuestra relación empezó a deteriorarse bajo circunstancias normales. Más tarde, Irena empezó una relación con mi amigo de Londres.
Y aun así fue ella la que quiso que recibiera el título de Justo entre las Naciones.
Una vez me llamó y me dijo que quería que nos viéramos. Entonces me dijo que no le quedaba mucho de vida y que quería presentar mi nombre. Yo accedí. Y luego se produjo una situación curiosa. Pasado un tiempo, la hija de Irena me llamó para decirme: “Hay unos judíos que no paran de llamarnos preguntando por ti. ¿De qué va todo esto?”. Resulta que la hija de Irena no tenía ni idea del linaje judío de su madre. Hace poco vino a verme el nieto de Irena porque quería saber más de su abuela, ya fallecida.
¿Hay algo de lo que se arrepienta ahora?
En retrospectiva, creo que algunas veces arriesgué demasiado.
¿Por ejemplo?
Cuando entré en el gueto de Varsovia. Muchas personas ahora agradecen mis acciones, pero con la perspectiva del tiempo, creo que esto fue pura bravuconería. Había un tranvía que atravesaba el gueto pero que no se detenía allí. Los pasajeros iban vigilados por la policía alemana. Soborné al conductor del tranvía y a los policías para que, al entrar en el gueto, el tranvía redujera la velocidad, así que salté, me puse una banda en el brazo con la Estrella de David e hice algunos negocios allí. Regresé de la misma forma.
¿Por qué fue un riesgo tan extremo?
No tenía plan de contingencia. Tampoco tenía garantías de que el tranvía me fuera a recoger a la vuelta, ni de que no hubiera algún espía a bordo.
¿Qué hacía allí usted exactamente?
Ayudar a mis amigos. Eran unos médicos a los que yo quería sacar del gueto, pero no querían saber nada de eso porque sus familias enteras estaban allí.
¿Qué piensa cuando vuelve la vista atrás sobre su historia?
He reflexionado muchas veces sobre ello, y creo que de no ser por la ayuda de Dios, no habría sobrevivido a todo aquello. En muchísimas ocasiones conseguí salir con vida de situaciones prácticamente desesperadas.
¿Espera con entusiasmo el encuentro con el papa Francisco?
Francisco es un hombre cercano y abierto. No hay orgullo en él ni mantiene las distancias. Me gustaría hablar con él de muchas cosas, pero no sé si tendré oportunidad. La verdad es que sí, estoy deseando conocerle.