Cada uno tiene que encontrar su propio lenguaje para hablar con Dios
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A veces he visto a personas orar y me han dado ganas de rezar como ellas. He querido pedirles que me enseñaran su misterio. Su intimidad con Dios, para poder yo también orar con esa cercanía, con esa fuerza.
Me gustaría pararme hoy un momento para pensar cómo es mi oración. Me pregunto qué lugares me ayudan a rezar, qué formas de rezar me dan vida y expresan mejor lo que hay en mi alma.
Cada uno tiene que encontrar su propio lenguaje para hablar con Dios. Muchas veces no es así. Rezamos con un mismo molde. Frases hechas. Esquemas fijos.
Un día los discípulos querían aprender a rezar. Se acercaron a Jesús mientras oraba. Y le preguntaron: “Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos”. Le miraron. Vieron en Él algo que les hizo desear orar como Él. ¿Qué vieron en Jesús? ¿Cómo rezaba Jesús?
Los discípulos quieren orar como Jesús. Quieren orar porque no saben. Miro a Jesús. También hoy quiero acercarme y decirle que me enseñe a orar. Quiero que mi oración sea una roca sobre la que construir, una fuente de la que beber, el lugar de reposo necesario, el aire para respirar y ser.
Pienso que la oración es el lugar donde sé mejor quién soy yo. Decía Jacques Philippe que a veces “huimos de la oración porque tenemos miedo de encontrarnos a nosotros mismos”. Es verdad. La oración es el lugar donde me muestro desnudo ante Dios y me siento amado y abrazado tal como soy.
Pero a veces no es así y me disfrazo para rezar. O mejor dicho, oro desde fuera, no desde el lugar hondo del alma donde está mi templo sagrado.
Miro a Jesús de nuevo. ¿Cómo ora Jesús? ¡Tiene tanta intimidad con su Padre! Es el Hijo. Es cotidiana su oración. Esto siempre me impresiona. Jesús, excepto en su tiempo de desierto, oraba en medio de su día.
Se levantaba temprano y se iba al lago. O subía al monte. O a una barca. Se apartaba en medio de su rutina para hablar con su Padre. Para contarle, para escucharle, para descansar juntos y poder vivir el día unido a Él. Su oración era en medio de su camino.
¡Cuántas veces, mientras Jesús ora, alguien le interrumpe! Le van a buscar. Y Jesús integra de forma sencilla y paciente esas interrupciones en su oración. No les pide que se alejen. Él vive lo que reza y reza lo que vive. Me encantaría ser así. Rezar y vivir de la misma forma. Rezar amando y amar rezando.
Jesús está unido a su Padre cuando hace milagros, cuando camina, cuando predica, cuando se retira a solas con Él. Jesús es el hijo obediente cuando ora, cuando convive entre los hombres. Su oración es sincera siempre. Expresa su alma.
Es importante que rece desde la etapa que estoy viviendo, conectando con mi corazón, con lo que en este momento siento y soy. La oración tiene que ser viva, como mi vida.
La oración de Jesús es de entrega. El proceso de su oración es hacer que su voluntad se amolde a la voluntad del Padre. Que se haga su voluntad. Orar para Jesús es entregarle de alguna forma al Padre su propia voluntad.
El otro día leía: “Si lográramos unirnos a Dios en la oración, descubriríamos claramente su voluntad y solo desearíamos conformar nuestra voluntad a la suya”[1]. Pero yo a veces en la oración busco que la voluntad de Dios se amolde a la mía.
La oración de Jesús es de alabanza y gratitud. Cuando se siente feliz alaba al Padre. Cuando sus discípulos llegan de la misión, alaba al Padre lleno de alegría por los suyos. Le agradece porque ha revelado a los más pequeños los misterios del Reino. Jesús alaba por lo que el Padre hace en los suyos. Da gracias por lo que ve en sus apóstoles.
Me gustaría aprender a alabar. A dar gracias. A no pedir tanto para mí. A ser un niño lleno de asombro que da gracias por lo recibido. Me gustaría aprender a orar como Jesús. Mirando a Dios, a los otros, no mirándome a mí mismo. Una oración descentrada.
Jesús respondió con el padrenuestro. Es la oración de los niños que hablan con su padre. Una oración de confianza, sencilla, pobre. Una oración de amor.
[1] Walter Ciszek, Caminando por valles oscuros