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Confesando alegría: La historia de Yasmin, libanesa conversa al cristianismo

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Yasmin Amin Baydawi - publicado el 24/07/16
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Mi papá dijo: “Haz lo que quieras, pero no cambies tu estatus religioso en los documentos oficiales”

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Ella era una chica de 7 años, mientras que él ya estaba ahí desde antes de la historia.

Ella le amó desde que despertó a la vida, veía historias de él en televisión, sobre todo en ocasiones especiales, pero no le conocía, porque nadie a su alrededor le conocía. Los de su entorno se negaban a conocerle o siquiera a reconocerle.

Ella creció y él entró de nuevo en su vida, sin permiso. Ella le traicionó varias veces, pero él le perdonaba todas y cada una de las ocasiones, por lo que ella lo adoraba aún más. Cuando los familiares de ella supieron de su historia de amor, la rechazaron y condenaron. Pero ella insistió en vestir el blanco en su honor, para ser su esposa y convertirse en hija de Dios y templo del Espíritu Santo.

Esta es mi historia. Soy Yasmin Amin Baydawi, una mujer libanesa suní, y él es mi amor, mi amigo, mi señor, mi salvador, mi Jesús. ¿Cómo comenzó mi historia? ¿Quiénes son los héroes y qué ha cambiado en lo profundo de mi ser?

Mi historia comenzó cuando mis convicciones me forzaron a rechazar la doctrina de mis padres y del entorno al que pertenecía. Empecé a preguntar a mi madre y a mi padre cosas sobre su religión, pero sus respuestas no eran suficiente. Les pedí permiso para inscribirme en clases de religión, ya que en mi escuela estaba estrictamente prohibido hablar de temas religiosos.

Fui dos veces a esas clases, pero el jeque al cargo de las clases estaba molesto por las preguntas que hacía una chica de 14 años en relación a la poligamia, el divorcio, el estatus de la mujer en el islam, etc. Prefiero no decir nada sobre sus respuestas, pero me hicieron darme cuenta de que aquel no era mi lugar. Así comenzaba mi camino. Yo creía en la presencia de Dios, pero cuando buscaba a Dios, no lo encontraba. ¡Mi Dios es diferente del suyo y durante años viví en un conflicto interno!

Con 23 años, conocí por primera vez en mi vida a un cristiano. Me ofreció una Biblia y un CD sobre la Trinidad, lo que me permitió entender un concepto que para mí era muy difuso.

Luego abrí la Biblia al azar y leí el siguiente versículo: “En el principio era el Verbo, el Verbo estaba con Dios y el Verbo era Dios” (Juan 1:1). No entendía lo que acababa de leer, pero un escalofrío recorrió mi cuerpo y comprendí que en aquel versículo había encontrado a Dios, el Dios que estaba buscando.

Decidí comprometerme con un partido político cristiano. Les conté mi historia y les pedí si podían ayudarme para ser bautizada. Y eso fue exactamente lo que pasó. Empecé a estudiar con el padre Georges Kamel y luego con el padre Jean Jermani y las Hermanas de la Caridad.

Cuando se acercaba la fecha de mi bautismo y una vez el obispo había dado su consentimiento, confesé a mis padres lo que ellos probablemente ya sospechaban. Mi madre se puso histérica y me dijo: “¡Sólo te bautizarás cuando yo esté muerta!”.

Mi padre dijo: “Haz lo que quieras, pero no cambies tu estatus religioso en documentos oficiales… No traigas deshonor a nuestra familia”.

Nada de aquello me detuvo. Mi madre me suplicó, en el mismo día de mi bautismo, que no lo hiciera, pero yo fui a recibir el grandísimo sacramento.

Mis amigos ya no son mis amigos, decidieron mantenerse a distancia. Al principio, mi madre me llamaba infiel cuando me veía rezando o practicando mi fe, pero por la gracia de Dios, ya hemos superado eso.

Estoy comprometida con un grupo de oración llamado “El mensaje del Amor”, fundado por el padre Jermani, quien había sido siempre de gran ayuda para mí.

El Señor le había enviado como santo en la tierra. Los santos no están sólo en el paraíso, nuestra santidad empieza aquí abajo.

Aprovecho esta oportunidad para darles las gracias, y también a todos los sacerdotes y religiosas, a mis amigos, a mi padrino, mi madrina y al grupo de oración que se ha convertido en mi segunda familia.

Han cambiado muchas cosas dentro de mí. He aprendido a perdonar como lo hizo Jesús al ser crucificado. He aprendido a ver en los rostros de mis hermanos y hermanas el rostro de Jesús, y a no tener miedo a amar, porque fui hecha a imagen de Dios y Dios es Amor absoluto y libre.

He aprendido a ser una con Jesús. Sigo adelante con mi vida junto a mis padres, mis familiares, mis amigos y mi parroquia, en una travesía que me conducirá a Jesús. Rezad por mí.

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