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¿Ves?

Carlos Padilla Esteban - publicado el 07/06/16

Qué pena cuando damos respuestas fáciles y equivocadas a las personas que sufren Jesús pasó por el mundo haciendo el bien. Hizo milagros, curaba enfermedades. Pero casi parece un requisito indispensable la fe para poder curar. En Nazaret no pudo hacer milagros por su falta de fe.

Pero me gusta pensar que Dios, de repente, se salta sus propias costumbres. Dios tiene una manera de acercarse a mí. Una forma particular y única. Pero de vez en cuando se la salta, y me sorprende.

El otro día leía: “Creo que una de las dificultades a las que nos enfrentamos hoy no es la falta de caridad, sino la falta de vista. Una falta que como un habitus negativo llega a ser una inconsciencia moral. Porque si veo y paso de largo, podré tener una pizca de remordimiento, pero si ni siquiera veo, ¿cómo voy a sentirme culpable?[1].

En el camino Jesús está abierto a lo que pueda suceder. Es capaz de cambiar sus planes. Mira, ve, oye. Y reacciona. ¿Hago yo lo mismo?

Jesús está abierto a lo que el Padre le regala. Se detiene ante el corazón de cualquier hombre. No sigue al pie de la letra su agenda. Mira, se acerca, y siente compasión.

Jesús no se ha endurecido a pesar de haber visto tanto sufrimiento. Le toca el corazón mi dolor. Se conmueve. ¡Qué humano es Jesús! A veces Dios es más humano que nosotros mismos.

A veces damos respuestas fáciles a las personas que sufren y les decimos cuál es la voluntad de Dios sin saberla.

Dios toma la iniciativa en mi vida tantas veces. Yo le pido que me resuelva esto, o esto otro. Quiero encasillarlo para que me solucione alguna cosa que yo he decidido que tiene que ser de una determinada forma. Pero a veces no veo a Dios llegando por el camino.

Siempre me ha dado paz pensar que Él llega a mí. A pesar de todos mis intentos por ir hacia Él, por salir a su encuentro.

Muchas veces, casi todas, es Él quien llega a mí, a mi dolor, a mi muerte, a mi llanto. Se acerca, me mira, siente compasión. Me devuelve la vida y la alegría. Me acerca a los que amo. ¿En qué momentos de mi vida he sentido yo esa iniciativa de Dios?

 

[1] Stefano Guarinelli, El sacerdote inmaduro, 76

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