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Cine y valores: Moscati, el sí de un médico

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Marcelo López Cambronero - publicado el 26/05/16
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Véanla con sus hijos, con sus amigos, búsquenla por tierra, mar y aire. No se puede escapar

Véanla con sus hijos, con sus amigos, búsquenla por tierra, mar y aire. No se puede escapar

Hay una forma distinta de mirar a la realidad, una manera novedosa de atender a lo que nos rodea, a las personas y a las cosas, al mar y a la montaña, a los hijos y al marido o a la esposa, al vecino, al enemigo, a todo y a todos.

Hay una forma de mirar a la realidad que la acerca hasta nosotros, que alienta su revelación.

Es una manera que vale la vida entera, todo el amor, todo el sufrimiento, toda la pasión. Es una forma de vivir que lo vale todo, justo porque no tiene precio.

Basta con decir “sí”. Un “sí” que nos espera a cada uno, un “sí” que se nos ha dado por completo y solo anhela nuestra respuesta.

Un médico inspirador 

Les presento una película en la que se plasma el “sí” de Giuseppe Moscati, un médico napolitano cuya existencia se narra con afecto y humildad, con una sencillez que ronda la objetividad científica, y que llega a nuestro corazón para voltearlo y enloquecerlo.

Enloquecerlo al llenarlo de realidad, de verdad y de amor.

Aquello que se le dio a Moscati, lo que él acogió, su “nada” -como él decía- es lo que cada mañana buscamos en las miradas de la gente, en cada rincón y en cada instante.

Algo inesperado que resulta, al final, nuestra única esperanza. Les diré una cosa: lo único que hacemos en la vida es buscar ese inesperado, es decir, el cumplimiento asombroso de la vida, su plenitud, que ha de estar ahí, oculto de alguna manera.

A veces lo buscamos donde toca pero, tantas otras, andamos despistados poniendo nuestro deseo en cualquier minucia, como si fuese el alimento de los cerdos.

Pero nada merece más la pena que la “nada” de Moscati. Su “nada” es nuestro todo.

Ver lo extraordinario en lo cotidiano

Hay historias que le ponen a uno la cara contra el suelo, o su rostro frente al espejo -use usted la metáfora que prefiera-, y que no deberíamos dejar pasar.

Moscati, el amor que cura (o, como han traducido en español, vaya usted a saber por qué: “el médico de los pobres”) es una de ellas.

No dejen de verla. Véanla con sus hijos, con sus amigos, búsquenla por tierra, mar y aire. No se puede escapar.

Porque hay una mirada que llega más allá. Tan lejos, tan lejos, que ve lo que hay, la verdadera realidad.

Es la fe lo que permite a Moscati descubrir lo extraordinario en lo cotidiano.

Él miraba al enfermo, a la muerte, a sus amigos y al mundo entero, con afecto verdadero.

Lograba atravesar la niebla que nos pone delante el orgullo, la ideología, los moralismos y los convencionalismos.

El “sí” de Moscati al sacrificio

Y lo que Moscati vio en cada cual es el valor de la vida, la sangre de Cristo derramada. Y ante tal espectáculo dijo “sí”.

No era ni más ni menos, ni mejor ni peor que usted o que yo. La diferencia está únicamente en su “sí”.

Dijo sí ante el alma del que sufría, ante el sacrificio, ante el condenado que no solo era despreciado por los demás, sino sobre todo por sí mismo.

Como nos pasa nosotros, que tapamos ese desprecio que nos tenemos en secreto con un par de toneladas de soberbia. ¿Acaso sirve la soberbia para otra cosa?

¡Cómo necesitamos un imprevisto, un imprevisto llamado Jesús!

El sí de Moscati no es diferente al sí de tantos otros, al sí de la Virgen o de Pedro. El sí que dimos el día del casamiento, el sí que lleva el primer beso que el hijo recibe en la mejilla, el sí que trae la mirada del amigo.

Ese sí tan frágil y tan potente. El sí que no nos atrevemos a dar. El sí que ve.

Una gran película 

En otro orden de cosas, si me lo permiten, me impresiona que alguien se atreva a afrontar una historia como la de Moscati, rebosante de un sentido que es imposible de explicar, que está justo detrás de las palabras, escondido dentro de ellas.

¿Cómo expresar algo semejante?

Y, sin embargo, hay quien tiene ese valor y quien, además, sabe hacerlo. Nos referimos al maravilloso director Giaomo Campiotti.

No olviden ese nombre, porque es un grande: se ha atrevido a realizar una versión de Doctor Zhivago, seguro que percibiendo que lo que habitaba en los ojos de Zhivago y en los de Moreti era el mismo “Tú”. 

Y también ha dirigido la extraordinaria biografía de san Felipe Neri titulada Preferisco el Paradiso.

Campiotti logra sacar adelante estos relatos con una expresividad simple y lograda, clásica y atrevida.

Permite una tensión tan objetiva, tan realista, que alcanza directamente a los sentimientos más profundos y, sobre todo, al más intenso de todos: el deseo de decir “sí” a Dios, el deseo de que la vida se cumpla, del ciento por uno aquí y, después, todo.

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