Educar a Teresita y a sus 8 hermanos no siempre fue fácil¿Te sientes abrumada como madre? ¿Te frustra que tus hijos no te presten atención? ¿Luchas por equilibrar trabajo, vida familiar y oración? ¿Te preocupa la salvación de tus tercos hijos?
Si respondiste afirmativamente a alguna de estas preguntas, ya tienes mucho en común con Santa Celia Guérin, madre de “la santa más grande de los tiempos modernos”: Santa Teresa de Lisieux, Santa Teresa del Niño Jesús.
Y es que no todo fueron rosas a la hora de criar a la Pequeña Flor y a sus ocho hermanos (no todos sobrevivieron a la infancia). Celia quería lo mejor para sus hijas y se sentía decepcionada cuando el comportamiento que percibía en ellas era menos que santo.
Por ejemplo, Celia relata un incidente con Teresa que resultará muy familiar a cualquier madre:
“Una mañana, antes de ir a la planta baja, quise dar un beso a Teresa… así que me incliné para besarla, pero inmediatamente se escondió bajo la ropa, diciendo con tono de niña mimada, ‘No quiero que nadie me mire’. No me agradó su comportamiento y así se lo dije” (The Mother of the Little Flower [La Madre de la Pequeña Flor]).
Un tiempo más tarde, Celia escribió sobre sus preocupaciones en relación a Teresa y su futuro:
“En lo que concierne a Teresa, es imposible asegurar cómo terminará, es tan joven y despreocupada… su tozudez es casi indomable. Una vez que ha dicho no, nada le hará cambiar de opinión; podrías dejarla todo el día en el sótano sin conseguir que dijera sí. Antes preferiría dormir allí mismo” (Story of a Family [Historia de una familia]).
Sin embargo, Teresa no fue la única hija difícil. Celia encontró a la más obstinada y cabezota de todas en su hija Léonie, la tercera mayor. Según escribe:
“No estoy disgustada con mi Léonie. Si tan sólo se pudiera conseguir sacar lo mejor de su cabezonería y volver su carácter más flexible, haríamos de ella una buena hija. (…) Tiene una voluntad de hierro. Cuando quiere algo, triunfa sobre cualquier obstáculo para conseguir sus fines. Pero no es en absoluto religiosa. Dice sus oraciones sólo cuando no le queda más remedio” (Story of a Family).
Celia tenía tantos problemas con Léonie que llegó a escribir, “Es el futuro de Léonie el que más me preocupa. Me pregunto, ¿qué será de ella cuando yo ya no esté? ¡Me aterra pensarlo! Si fuera necesario sacrificar mi vida para hacer de ella una santa, me ofrecería encantada” (The Mother of the Little Flower).
No fue sencillo para esta madre criar a cinco hijas, y le pasó factura. Expresaba su agotamiento en una carta a su hija Pauline, diciendo, “Ansío el descanso. No me queda valor para seguir bregando. Siento la necesidad de reflexionar en calma para pensar en la salvación, algo que las complicaciones de este mundo me han hecho descuidar” (The Mother of the Little Flower).
En medio de tantas dificultades, Celia mantuvo un espíritu de esperanza y oración y trabajaba diariamente por la salvación de sus hijas. Quería que fueran santas y las consagró a Dios en el momento de su nacimiento.
Con el tiempo, su esfuerzo dio fruto, y abundante, ya que todas sus hijas, las cinco, entraron en la vida religiosa. Inesperadamente, las dos hijas por las que Celia se preocupaba más (Teresa y Léonie) disfrutan hoy del reconocimiento por sus vidas heroicas y virtuosas. Teresa fue canonizada como santa en 1925 y Léonie fue declarada Sierva de Dios en 2015.
Sobre todo, Celia nos ofrece una visión muy humana y cercana de la maternidad y expresa los mismos miedos y esperanzas de todas las madres. Nos aporta la confianza de que, si de verdad deseamos la santidad de nuestros hijos, tal vez no salgan tan mal después de todo. ¿Quién sabe? Nuestro hijo más terco podría convertirse en el mayor santo de su generación.
Santa Celia Guérin, ¡reza por nosotros y por todas las madres!