A veces nos llenamos de seguridades pero seguimos sin paz
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¿Es posible vivir sin seguros? A veces nos encontramos que hemos construido un mundo seguro y nos da miedo lo que hay fuera de nuestras fronteras.
El hombre busca siempre seguridades. Busca pilares sobre los que asentar su vida. No es posible vivir en una constante incertidumbre. El peligro es pasar esa tenue línea que nos separa del aburguesamiento.
En ese momento pasamos de vivir seguros a vivir acomodados. De vivir en tensión a vivir aburguesados. Perdemos el deseo de la novedad, de la aventura, de lo desconocido. Nos aferramos a las riendas de la vida.
Y en esa falsa seguridad, tampoco tenemos paz. Porque tememos perder lo que tanto nos ha costado conquistar.
Dicen que amar nos vuelve más audaces y al mismo tiempo más temerosos. No queremos perder a quien amamos. El amor nos ata y nos lleva a darlo todo por la persona amada. Amar nos hace echar raíces y a la vez nos lleva a desear con más fuerza el cielo. Pero el miedo a perder nos puede volver inseguros.
Dice el padre José Kentenich: “No sé lo que me sucederá en el próximo instante; no, no lo sé, pero sí sé que ello será lo mejor para mí. Aunque yo fuese el que pudiese elegir, creo que no podría hacerlo tan bien como Dios”[1].
Es la paz de los santos que han conformado su vida con la de Dios y ya no temen. Aman y son libres. Echan raíces y vuelan. Confían. Han puesto su vida en manos de Dios y confían.
Caminamos en la penumbra de esta vida. No sabemos realmente lo que sucederá en el próximo instante. No importa. Confiamos. Porque tenemos el corazón anclado en Cristo.
[1] J. Kentenich, Niños ante Dios