No quiero estar un día lejos y otro cerca, quiero estar siempre a su lado
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A veces me siento cerca y a veces me siento lejos del Señor. A veces me acerco y otras veces me alejo y me olvido de Dios. Así llego a la semana santa de mi año. La semana más sagrada. Cerca y lejos.
Me da miedo no vivirla bien. Quiero acercarme. Le doy gracias a Jesús porque ha hecho milagros en mi vida y ha llenado de luz mi oscuridad.
Me lleno de palabras y promesas que no cumplo. Admiro a los que son diferentes de la masa y no se dejan llevar por las corrientes.
El domingo en Jerusalén la muchedumbre alababa a Jesús. Hoy Jueves Santo otra muchedumbre pide su crucifixión. Gritos de alabanza un día. Gritos de muerte otro día.
Me conmueve la persona que es capaz de señalarse como distinto en medio de todos, y no se deja llevar por la opinión común. José de Arimatea. Nicodemo. Verónica. María. Juan. Y otros que no conocemos que lucharon y no se dejaron.
Yo no sé dónde estaría esa Semana Santa. Tal vez no comprendería mucho. A lo mejor me daría miedo definirme. No lo sé. Me cuestan las masas, los grupos que se dejan llevar. Pero no sé si me pondría delante y me diferenciaría del resto. No acabo de descubrirlo. ¿Dónde me veo yo esos días?
Jesús hoy entra por la puerta dorada de mi corazón, por la puerta sagrada de mi vida. Estos días me gustaría vivirlos cerca de Él. A veces la Semana Santa no es la semana más sagrada del año. Es una pena. Me gustaría que lo fuera.
Jesús está en mis cruces. Me gustaría estar yo estos días al pie de la suya. Al pie de la cruz de los otros. Me gustaría besar sus pies heridos, besarlos igual que cuando hoyaban los caminos sanando. Me gustaría besar sus manos traspasadas igual que cuando bendecían, partían, acariciaban.
Hoy levanto mis manos y doy gracias. Gracias por todos los milagros que ha hecho en mi vida y que ni siquiera sé ver. Gracias porque está a mi lado aun cuando yo no lo encuentro. Gracias porque lo cambia todo.
No quiero estar un día lejos y otro cerca. Quiero estar siempre a su lado. Me gustaría ser como Jesús. Que acoge la fiesta y la cruz con el mismo corazón abierto de hijo. Que ama siempre. En el dolor y en la alegría. Que cree siempre. No deja de creer nunca en mí, en lo que puedo llegar a ser si me dejo hacer.
Le pido hoy que me enseñe el camino que llega a Jerusalén, al monte de los olivos, al monte Gólgota, al cielo. Quiero que sea mi propio camino.
A veces en la vida necesito experiencias nuevas. Busco vivir cosas fuertes que me ayuden a creer y a confiar. Me olvido de su amor fiel, cotidiano. Ese amor sencillo de cada día.
El otro día leía: “No creo que el hombre esté hecho para la cantidad, sino para la calidad. Las experiencias, si vive uno para coleccionarlas, nos zarandean, nos ofrecen horizontes utópicos, nos emborrachan y confunden”[1].
A veces en la vida espiritual busco grandes experiencias. Busco encontrar a Dios en momentos únicos. Y me cuesta tocarlo en la rutina, en la costumbre, en lo común. En el silencio de la noche. En los días todos iguales.
Quiero aprender esta Semana Santa a vivir lo cotidiano como lo más sagrado. Haciendo de mi vida una alabanza. Cada día. Quiero buscar a Jesús y darle gracias.
No necesito grandes experiencias. Sólo necesito vivir momentos de encuentro de calidad en los que pueda descansar en sus brazos.
[1] Pablo D´Ors, Biografía del silencio