Estudio Ghibli demuestra una vez más que los dibujos animados no son sólo para niños
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Cuando aún cuesta derrumbar el prejuicio de que una película de dibujos animados es sólo para niños, y de que unos personajes cuya estética nos recuerda vagamente a los Heidi y Marco de nuestra infancia no tienen porque contarnos una historia dirigida a un público eminentemente infantil, son de agradecer películas como “El recuerdo de Marnie”. Que además se sitúan en una frontera distinta a la de otros animes o películas de animación de origen japonés orientadas a un público adulto por lo explícito de la violencia o el contenido sexual de que hacen gala.
“El recuerdo de Marnie” es algo completamente distinto a esos dos lugares comunes que desde el desconocimiento se suelen categorizar habitualmente como “dibujos japoneses para niños” o “anime nipón para adultos”.
Dándole la vuelta a la comparativa habitual, muchos han enunciado la frase “Walt Disney es el Hayao Miyazaki occidental” por la elegancia, la delicadeza y la fantasía con la que dicho creador nipón ha trasladado durante años con sus películas.
Ya jubilado Miyazaki, como también sucedió con Disney, su estudio continúa haciendo gala de ese talento con películas como la que nos ocupa que trascienden la temática infantil y que se desembarazan de la interpretación que habitualmente mantiene la connotación “para adultos”, que tristemente ha terminado por referirse a una suerte de eufemismo de “contiene sexo y violencia”. Nada que ver en este caso.
La Marnie a la que alude el título de esta película de animación tradicional (vulgo, dibujos animados, no animación por ordenador) es una chica, habitante de una misteriosa mansión y quien quizá no sea del todo lo que parece ser, a quien un día conoce en la playa la protagonista de la película, Anna, quien pasa una temporada en la casa de la playa de unos amigos de sus padres adoptivos.
De esa amistad que surge entre Anna y Marnie aprenderemos algo que sorprenderá al espectador tanto como transformará a Anna. Y es que “El recuerdo de Marnie”, detrás de una poesía visual a la que el cine con actores de carne y hueso nos tiene cada vez menos acostumbrados, subyace una historia contada de forma adulta, orientada a que los más pequeños de la casa puedan asimilarla, pero también a que lo hagamos los que ya tenemos cierta edad. Y lo hace con una inusual maestría y un pulso narrativo y emocional encomiables puesto que aborda un tema nada sencillo: la depresión infantil.
Es posible que sea casi mejor acudir a la sala de cine sin muchas pistas sobre este detalle y dejar que, como sucede en la película, el conocimiento llegue de manera sutil al espectador. Como quien se aproxima a una potrilla salvaje con la única intención de acariciarla mientras vive libre en medio de la Naturaleza, cualquier propósito con intenciones que vayan más allá concluirá en fracaso si la brusquedad anticipa la intención de colocar una atadura que limite los movimientos y de hecho no es necesario recurrir a ello si lo que queremos es evitar una relación de sometimiento sino conseguir que la confianza apacigüe y amanse.
Así, con esa quietud y esa falta de maldad el Estudio Ghibli nos permite asistir a la evolución de la relación entre Anna y Marnie, tierna y onírica, donde la tristeza que subyace inevitablemente dado el delicado tema de fondo consigue no transmitirse al espectador de forma que salga de la sala más compungido de lo que entró sino, al contrario, permite aceptar la honestidad con la que se aborda la cuestión con el agradecimiento que todos debemos a quien no nos miente, empezando por la propia protagonista que desde el principio nos explica su sensación al sentirse fuera del círculo que contiene todo lo que el mundo acepta.
“El recuerdo de Marnie” es, sin duda, una de las películas que todo preadolescente debería ver antes de llegar a ese momento vital en el que corre el riesgo de sentirse fuera de ese círculo de aceptación, pero también es esa película que todo padre debería ver para comprender qué sucede detrás de esos silencios incomprensibles de su hijo adolescente