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Imaginemos una encuesta masiva a un grupo de chicos (as) solteros (os), jóvenes, que sueñan con encontrar el amor verdadero algún día… y mientras más rápido, mejor.
La encuesta tendría una sola pregunta abierta: ¿Cómo quisieras que sea la persona con la que te gustaría casarte?
Seguramente la lista de virtudes sería muy larga: buena, inteligente, generosa, honesta, prudente, paciente, cariñosa, trabajadora, responsable, fiel, leal, fuerte, etc.
Algunos (as) señalarían algunas características un poco más exquisitas como deportista, con buen gusto, que le guste viajar, culta, que ame a los animales y a la naturaleza, que lea, que baile bonito, entre otras tantas aficiones que, todas juntas, en una sola persona, harían de ésta el ser más deseado de la Tierra.
¿Hay algo de malo en ser exigentes a la hora de soñar con la pareja perfecta para nosotros? En absoluto. Así debe ser. Pero esa exigencia con este(a) futuro esposo(a) debería ser exactamente la misma con nosotros mismos.
Pongamos un ejemplo concreto: ¿ustedes creen que un hombre inteligente, bueno, responsable y fiel se fijaría en una chica con minifalda muy corta, escote bien largo y una forma de hablar vulgar y llena de doble sentido?
Seguramente que ese príncipe soñado, al ver a una chica que no se comporta como “la princesa” que él también sueña (con todo derecho), pase de largo.
Inclusive, si es tan bueno y virtuoso, ni siquiera se detendría a pasar una noche con esta chica porque un hombre “perfecto” no usa a las mujeres.
La virtud llama a la virtud. El vicio al vicio. Por algo se habla de círculos virtuosos o de círculos viciosos. Cuando nos comportamos de manera incorrecta dicha acción trae como consecuencia un efecto negativo y éste, a su vez, genera otra cosa mala y así sucesivamente.
Lo mismo sucede con la virtud. Sería inaudito pensar que una persona con las características mencionadas se enamore –de verdad—de alguien que sea diametralmente opuesto.
Es muy raro ver que una mujer prudente caiga rendida por un chico que se emborracha hasta el punto de perder el sentido.
O que una persona trabajadora y responsable admire a alguien que vive de fiesta en fiesta hasta altas horas de la madrugada, y que al día siguiente falte a la universidad o se invente alguna excusa para no ir a trabajar porque no soporta la resaca.
Si realmente queremos alguien virtuoso en nuestra vida –que no es lo mismo que perfecto— entonces tenemos que trabajar también en ser esa persona que nos gustaría como pareja.
Y no se trata de fingir para que se enamoren de nosotros y luego sacar la verdadera personalidad. Eso sólo traería mucho dolor y un eminente fracaso amoroso.
De lo que se trata es de luchar cada día por ser mejores, aprendiendo a reconocer nuestros defectos y tratar de mejorarlos.
Eso también nos enseñará a ser humildes y caritativos con el prójimo y entender que la perfección como tal no existe, pero sí una base mínima de valores positivos y virtudes que permitan seguir creciendo y desarrollando este círculo virtuoso que es ingrediente necesario e imprescindible para construir un amor verdadero.
Seamos exigentes con nosotros mismos. Pensemos en que todo lo que hacemos hoy tendrá consecuencias –sean positivas o negativas—en nuestro futuro inmediato y lejano.
Seamos nosotros esa persona ideal que nos gustaría encontrar para pasar el resto de la vida juntos. Podemos empezar hoy.
Artículo originalmente publicado por La mamá Oca