Su objetivo no es ganar seguidores…Hoy Jesús llega a su casa, a su sinagoga, a su gente: “Fue a Nazaret, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: – El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor. Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en Él: – Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”.
Jesús vuelve a Nazaret. Al lugar donde se había criado. Vuelve a su hogar después del desierto. Vuelve con la fuerza del Espíritu. Algo había sucedido en lo más hondo de su alma. Llega el momento de dar todo lo que se ha hecho roca en su corazón.
Vuelve a su sinagoga. Donde habría ido tantas veces con su padre y su madre. No es fácil mostrarse a los que ya tienen una idea determinada de él. Lo habían visto crecer.
Siempre pienso que soy mucho más, infinitamente más que la idea que los demás tienen de mí. Y los demás, a quienes a veces juzgo y encasillo, son mucho más que mi idea de ellos.
A Jesús le pasaba lo mismo. Era mucho más que el hijo del carpintero. Mucho más que aquel joven que habían conocido torpemente. Hoy Jesús vuelve del desierto. Llega a su hogar con fuego en su corazón.
Sólo después de saberse profundamente amado por su Padre, puede comenzar su camino hacia fuera. Jesús ya sabe quién es. Quiere mostrar quién es a los hombres.
Y hoy les descubre su tarea, su misión, lo que es y lo que sueña, a todos sus amigos y familiares. A aquellos que han escuchado ya de su fama.
Ya sabe quién es y lo que está llamado a ser. Ser y misión van siempre de la mano. Yo me entrego desde lo que soy. No desde lo que debería ser. Y sé que si no regalo lo que soy, se pierde.
Jesús comienza un camino nuevo que sale de Nazaret, de su hogar, desde los suyos. Un camino que comienza en su corazón de hijo. Tiene un tesoro escondido en el alma. El reino de Dios comienza en Él. Ahora comienza a desgastarse, a darse.
El otro día leía: “Se consagró totalmente a algo que se fue apoderando de su corazón cada vez con más fuerza. Él lo llamaba el ‘reino de Dios’. Fue la pasión de su vida, la causa a la que se entregó en cuerpo y alma”[1].
Se ha consagrado a su misión. Hoy comienza. También yo tengo que empezar caminos nuevos y busco mi misión. Jesús me comprende. Él lo vivió. Jesús muestra hoy quién es de verdad. Delante de sus familiares, de los que le vieron jugar y rezar. Trabajar con su padre y crecer.
Jesús sabe a quién pertenece, sabe que no está solo. Que es el hijo obediente enviado no desde sí mismo, sino por su Padre. Desde el principio de su vida pública fue su Padre su hogar, su descanso. No estaba solo.
Cada día volvía a Él después de sanar y dejarse el alma hecha jirones en los hombres. Su Padre está con Él. Muchas veces siento que me disperso, respondiendo expectativas, yendo de un lado al otro.
Pero pertenezco a Dios. Estoy consagrado a Él. Él es quien me envía. Me puedo mover como un barco en el mar revuelto, pero mi ancla está en Él, y sólo Él hace que mi vida sea nueva cada día. Sólo Él da sentido a lo que hago.
Jesús sabe quién es y comienza su camino hacia los hombres, para darse hasta la última gota. Ha descubierto su misión. Para esto ha venido al mundo: para dar la buena noticia a los pobres, para dar la vista a los ciegos, para anunciar la libertad a los cautivos, para liberar a los oprimidos.
Ese es el horizonte de Jesús. A lo que dedicó su vida. A sanar, a liberar, a dar la buena noticia de que Dios está cerca y nos ama. Su objetivo no es ganar seguidores.
Sus entrañas de misericordia se conmueven ante los más pobres, ante los que no tienen nada, ante los que están atados por dentro y por fuera.
Pasó haciendo el bien. Amando sin escoger. Tocando el corazón de los más pobres. Lo hará acercándose. Haciéndose presente. Compartiendo el camino, la vida, la mesa. Tocando al que nadie toca. Llamando al que todos olvidan. Es la señal de Jesús.
Él sana sin pedir condiciones previas. Ama, acoge, y confía en que esa persona, por su amor, cambie. ¡Cuánto tengo que aprender de Él! Es una misión cansada. Ser todo para los demás.
[1] José Antonio Pagola, Jesús, aproximación histórica