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Reconocer a Jesús

Chrzest Jezusa w Jordanie

Renata Sedmakova | Shutterstock

Juan Bautista bautizando a Jesús en el Jordán. Pintura de Onofrio Bramante

Carlos Padilla Esteban - publicado el 10/01/16 - actualizado el 02/02/23

Él espera paciente el tiempo que haga falta hasta que yo me dé cuenta de su presencia. Una interesante meditación de Carlos Padilla

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Jesús se dirige hasta el Jordán buscando su camino. Jesús no lo sabía todo. No tenía claro todos los pasos a dar. Al revestirse de su carne pobre, Jesús renunció a su sabiduría infinita.

Renunció a conocer el futuro en todos sus pasos. Y aceptó la condición de buscador que tiene todo hombre.

Jesús se hizo peregrino. Buscador de cumbres. Soñador de cielos. No se quedó al lado del camino esperando una luz que le mostrara los pasos a dar.

No comprendo tanto amor. Me desborda. En el himno de los filipenses S. Pablo habla de este misterio que me hace amar más a Dios:

«Él, siendo Dios, se despojó de su rango, tomando la condición de esclavo. Y así, actuando como un hombre cualquiera…». Desde luego, sólo Dios puede ser así.

Jesús ante el bautismo de Juan

Nosotros buscamos ser los mejores, señalarnos, destacarnos, queremos que nos valoren.

Me gustaría ser sencillamente un hombre. Compartir con el resto de los hombres la vocación humana de peregrino. Somos todos tan parecidos en el fondo

Jesús no es como yo. El que no tenía pecado se puso en la fila de los pecadores en el Jordán.

No sabemos lo que habría en su corazón en esa espera llena de anhelo. No sabemos las luces y sombras que habría en su alma. Sólo sabemos que se puso de pie detrás de otros hombres, detrás de hombres pecadores. Esperó su turno.

Miró a Juan. Escuchó sus palabras apasionadas. No vino Él a predicar, a manifestarse ante los hombres.

Simplemente se arrodilló ante el más grande nacido de mujer. Y se dejó hacer. Jesús aprendió a caminar dejándose hacer.

Fue bautizado: «En un bautismo general, Jesús también se bautizó». En un bautismo general. Junto a muchos. Nada especial por ser el hijo de Dios entre los hombres.

Amado por el Padre

Y allí, arrodillado, postrado, tocó el amor de su Padre. Ese amor inmenso, ese amor que se abajaba para cubrir su cuerpo, su alma, su vida para siempre.

Jesús ese día descubrió que Dios lo amaba con locura. Descubrió quién era en lo más profundo. Desentrañó parte del misterio de su vida.

Treinta años esperando este momento. ¡Qué impacientes somos a veces!

Hoy miramos a Jesús manso, a Jesús dócil al Padre, a Jesús humilde, humillado como otro pecador cualquiera.

Uno más dentro de una fila. Uno más en un bautismo general. Un bautismo para cambiar de vida. Y era verdad, Jesús iba a cambiar de vida.

De rodillas

Me conmueve mirar hoy a Jesús arrodillado, postrado, humillado.

Me conmueve porque yo le sigo a Él y me cuesta tanto postrarme, ser uno más, arrodillarme, pasar desapercibido en medio de una masa de hombres en el Jordán.

Jesús me enseña con su vida a ser más humilde y a buscar el querer de Dios en medio de las sombras. Sin pretender tenerlo todo claro. Confiando en su amor y dejándome conducir por Él cada día. Arrodillándome antes de comenzar a andar. Pidiendo su bendición, su amor, su luz.

Juan apunta a Jesús

Juan espera a Jesús en el desierto, lo espera en el Jordán. No sabe cómo será.

Aún no sabe quién es Jesús en lo más profundo. Pero si sabe quién es él. Sabe que él no es el Mesías:

«Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego».

Sabe que su misión sólo es preparar torpemente el corazón limpiando con agua. Eso me impresiona.

Juan no pide que lo sigan a él, ni se deja alabar. Es honesto. Él se descentra. Sólo habla de otro. Sólo lava con agua para que otro cambie para siempre el corazón con su fuego.

No cae en la tentación de creerse importante. Él sólo cumple su misión. Su humildad me conmueve.

Es muy difícil ser así. A todos nos cuesta dejar que alaben a otro, y seguir hablando bien de esa persona.

Juan ni siquiera se siente digno de ser su siervo, de arrodillarse ante Él y descalzarlo. No quiere engañar a nadie.

No necesita la gloria, sólo cumplir con obediencia su misión. Es el hombre honesto e íntegro que sabe quién es y también quién no es.

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