La Iglesia no puede ser cómplice de espiritualidades contrarias a la fe cristianaSi uno pregunta por la oportunidad o no de que una parroquia, colegio católico o institución religiosa se convierta en la sede habitual u ocasional de la actividad de alguna secta, la respuesta automática es negativa, sea cual sea la naturaleza de la reunión, esotérica (sólo para sus miembros) o exotérica (con el fin de darse a conocer y hacer proselitismo).
Si, dando un paso más, la pregunta se refiere a la galaxia difusa de la Nueva Era, formada por una plétora de grupos, corrientes y asociaciones, quizás algunos puedan manifestar sus dudas. En este caso, se trata de un profundo desconocimiento de lo que es la Nueva Era y de su carácter sincretista, que tiende a apropiarse de contenidos de las tradiciones religiosas –también de la fe cristiana– y cambiarles el significado, adaptándolos a su propia doctrina y llenándolos de relativismo.
Razones y peligros de una situación
Dicho lo anterior, hay que reconocer que se trata de un hecho real. Una cantidad no pequeña de lugares de titularidad católica acogen con frecuencia actividades organizadas por sectas y grupos que podemos encuadrar sin duda alguna en la nueva religiosidad, el esoterismo, las pseudoterapias espirituales e incluso el ocultismo.
Como decía hace años el psicólogo argentino José María Baamonde, al explicar los métodos proselitistas y de captación de las sectas, “si bien cada movimiento posee una estrategia particular, desde hace ya años se registra con cierta asiduidad, la de intentar penetrar en ámbitos católicos bajo diversas excusas”.
¿Por qué ocurre esto? Si miramos a los movimientos que realizan estas convocatorias, está claro que buscan, en primer lugar, una legitimidad ante el público potencial. A la hora de hacer proselitismo y contactar nuevos adeptos, el que un encuentro tenga lugar en un espacio eclesial puede disipar posibles dudas y recelos. Se supone que en una parroquia, un colegio de una congregación o una casa de espiritualidad no va a celebrarse “cualquier cosa”, y menos algo nocivo para la salud espiritual del hombre. Junto a esto, hay que tener en cuenta también factores como el bajo coste del uso de los locales católicos, si atendemos a su acertada ubicación o a los precios de alquiler de cualquier otro tipo de instalaciones.
Si miramos a las propias realidades eclesiales que acogen estas reuniones y actividades, podemos encontrarnos con dos posibles actitudes que explicarían este uso. La primera es la ignorancia, ya que los grupos que demandan los locales católicos se mueven muchas veces en la ambigüedad, sin revelar claramente su identidad o la naturaleza de lo que van a realizar en el lugar que solicitan. Prueba de esto es que muchas de estas instituciones de la Iglesia, cuando son advertidas de lo que realmente van a albergar, suspenden la actividad prevista.
La segunda actitud que puede estar tras este uso ilegítimo de espacios católicos es la complicidad. Aunque resulte duro decir esto, es lo único que parece explicar las reacciones de algunos responsables de locales eclesiales cuando reciben algún aviso o reclamación. Si en algunos casos muy contados la complicidad puede ser doctrinal u organizacional (católicos –¡también sacerdotes o consagrados!– que comparten los objetivos o las creencias de los grupos respectivos, o que por amistad ceden ante las pretensiones de sus dirigentes o miembros), la mayor parte de los casos es de tipo económico, ya que estos lugares eclesiales comportan grandes gastos de mantenimiento y la escasez de actividades hace que tengan las puertas abiertas a todo tipo de ocasión lucrativa.
¿Qué ha dicho la Iglesia?
El documento que publicó la Santa Sede en 2003 –fruto del trabajo conjunto de varios dicasterios– sobre la Nueva Era, titulado Jesucristo, portador del agua de la vida, reconoce la situación de la que estamos hablando y responde de forma clara y breve: “Desgraciadamente, hay que admitir que en muchos casos algunos centros de espiritualidad específicamente católicos están comprometidos activamente en la difusión de la religiosidad de la Nueva Era dentro de la Iglesia. Es necesario corregir esta situación, no sólo para detener la propagación de la confusión y del error, sino también para que se conviertan en promotores eficaces de la verdadera espiritualidad cristiana” (en el apartado de “iniciativas prácticas”, 6.2).
El duro juicio de la Iglesia, que llama a “corregir esta situación”, como acabamos de ver, no sólo tiene un aspecto crítico negativo (“detener la propagación de la confusión y del error”), sino también un elemento positivo (convertirse en “promotores eficaces de la verdadera espiritualidad cristiana”). No se trata de condenar por condenar, sino de recordar el verdadero fin de cualquier espacio que pertenezca a la Iglesia católica y, encima, se titule de “espiritualidad”, además de señalar la plena incompatibilidad entre la Nueva Era y la fe cristiana, realidad que se demuestra de forma bien razonada en todo el documento.
En algunos lugares las autoridades eclesiásticas se han tomado en serio esta indicación de la Santa Sede, aplicando con una normativa particular este principio válido para la Iglesia universal, preocupadas por la proliferación de actividades sectarias en espacios católicos. Por ejemplo, en el año 2007 la archidiócesis española de Burgos, a través de una carta de su vicario de Pastoral, establecía que “no se cederán locales de edificios diocesanos ni de Órdenes, Congregaciones, Institutos y movimientos eclesiales a sectas, sean o no de Nueva Era, ni a los llamados Movimientos del Potencial Humano”.
Un recordatorio necesario
Pero como estas medidas no son habituales, en el año 2010 la Congregación para la Doctrina de la Fe envió una carta a todas las Conferencias Episcopales del mundo, firmada por el entonces prefecto, el cardenal William Levada, preocupada porque “algunos centros de espiritualidad dirigidos por miembros de la Iglesia católica han integrado en sus programas sesiones donde se juntan ciertas técnicas de oración con terapias alternativas. Tales terapias se inscriben en el marco más vasto de las denominadas curaciones ‘espirituales’ o de ‘Wellness’ [bienestar]”. También porque habían recibido en este dicasterio vaticano “noticias que demuestran que algunos contenidos de tales programas propuestos incluso por sacerdotes o personas consagradas no son conformes con la doctrina de la Iglesia”.
Por eso el cardenal Levada solicitaba a los presidentes de las Conferencias Episcopales que recordaran a los obispos de sus países respectivos “la necesidad de vigilar que los programas propuestos en los centros de espiritualidad bajo la responsabilidad de la Iglesia, incluidos los que están dirigidos por los Institutos de vida consagrada y Sociedades de vida apostólica, sean conformes con los principios de la fe católica”.
Algo digno de mención es que, junto con la misiva del cardenal Levada, las Conferencias Episcopales de todo el mundo recibieron, a modo de recordatorio, un documento adjunto: la Carta sobre algunos aspectos de la meditación cristiana Orationis formas, publicada en 1989 precisamente por la Congregación para la Doctrina de la Fe, un documento que, tal como señalaba Levada, es “siempre actual” y contiene un profundo análisis de la incompatibilidad de ciertas propuestas espirituales con la fe y la oración de los creyentes en Cristo.
¿Qué pueden hacer las instituciones eclesiales?
Es de esperar que los responsables de las diversas instituciones de la Iglesia tengan el sentido común y la formación suficiente para un discernimiento básico de los grupos que se acercan para demandar el uso de sus locales. Sin embargo, en muchas ocasiones es difícil conocer la real naturaleza de estos movimientos –algo que ya podría ser un criterio al menos de sospecha, cuando no hay claridad–.
Para facilitar esta tarea, lo más apropiado es que cualquier lugar católico que esté disponible para las actividades de grupos ajenos a su titularidad disponga de un formulario que tengan que devolver escrupulosamente cumplimentado las instituciones o personas que pretendan utilizarlo, dando los detalles del grupo o asociación que organiza la actividad, las personas que dirigirán o impartirán el contenido y un resumen del mismo, además de cualquier otra referencia que puedan aportar.
Esto, en principio, debería bastar para que el organismo eclesial pueda dar una respuesta afirmativa o negativa a la petición. En el caso de que siga habiendo dudas, se puede preguntar a personas o instituciones que conozcan el tema, o bien a través de los encargados locales de Relaciones Interconfesionales (a nivel diocesano), o bien a través de la Conferencia Episcopal correspondiente (por ejemplo, en España, la Comisión Episcopal de Relaciones Interconfesionales cuenta con un consultor de esta materia). También desde la Red Iberoamericana de Estudio de las Sectas (RIES) estamos disponibles para aclarar las dudas y ayudar en el discernimiento: ries.secr@gmail.com (España) y ries.america@gmail.com (América).
¿Qué puede hacer cualquier católico?
En el caso de conocer que en algún lugar católico va a realizarse una actividad propia de la nueva religiosidad, es claro y razonable que deberían seguirse las instrucciones dadas por Cristo y que no son otras que las reglas de la corrección fraterna. Que, aplicadas aquí, seguirían este orden (conservando siempre el tono dialogal, la caridad y el carácter fraterno): en primer lugar, hablar con el responsable del lugar para hacerle ver lo inadecuado de la celebración del evento. Si la convocatoria sigue en pie, ponerlo en conocimiento de la autoridad eclesiástica correspondiente. En el caso de que no surtiera efecto, hay que ponderar la posibilidad de hacerlo público para que los fieles y el resto de personas conozcan lo que ocurre y estén prevenidos.
Para profundizar
Miguel Pastorino, “La Nueva Era, ¿también dentro de la Iglesia?”, Aleteia, 8/10/15.
Luis Santamaría, “¿Qué dice la Iglesia sobre el yoga?”, Aleteia, 5/05/15.