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Aunque el santoral marca que la celebración de san José de Calasanz es el 25 de agosto (recordando la fecha de su muerte), tradicionalmente esta es la última semana de noviembre en que, a nivel escolar y educativo, se recuerda la figura de un hombre que revolucionó la sociedad de la época y que sigue siendo tremendamente actual.
La lucha por la educación de todos, para todos, integral e integradora, sigue siendo caballo de batalla en tantos países…
Esta semana, en el Oratorio, con los niños, estuvimos trabajando a José niño. Es curioso ahondar en este aspecto que tantas veces dejamos de lado: José de Calasanz no nació santo, ni sacerdote, ni fundador. José fue el pequeño de una familia numerosa, acomodada, en el pequeño pueblo de Peralta de la Sal, en la provincia de Huesca.
Es un hombre de la mitad del XVI y creció en un entorno creyente y en una casa por donde la vida campaba a cada instante: su padre era el herrero del pueblo y, por decirlo de alguna manera, el “alcalde”.
José vivió de niño lo que luego propició de adulto: fue a la escuela y fue educado en la fe. La oración es algo que, desde muy pequeño, formó parte de su “ser” y esa cercanía al Señor… ¿no dio luego sus frutos?
José marchó pronto a estudiar y tuvo que sufrir la muerte de su madre, de su hermano y la incomprensión de su padre cuando le planteó su deseo de ser sacerdote. ¡Cómo el Señor maneja los hilos!
Pedro, su padre, que quería que José se casara y fuera militar para perpetuar el apellido de la casa… vio cumplido su sueño desde el cielo, con un apellido que surca el planeta de uno a otro de sus extremos… Calasanz…
Me gusta de José esa sensación de libertad que transmite desde sus años de niño y de joven. José busca, trabaja, se pone al servicio, sirve aquí y allá, recorre los pueblitos que se le asignan como párroco en el Pirineo, luego ayuda a obispos y está dispuesto a mediar en problemillas importantes de la época que surgen entre el clero.
Calasanz consigue ser un hombre formado, docto, capaz, justo… Su santidad ya se va forjando en estos años de preparación, duros y complejos.
Cuando José marcha a Roma no se imaginaba lo que allí le tenía preparado el Señor. Llega a Roma con el objetivo de conseguir una canonjía que le permita venir a España con un cargo y un título de prestigio. Y lucha por ello. Es un objetivo que no abandona hasta que recibe unos cuantos portazos en la cara…
Curioso. Pero José se encuentra también con un Trastévere abandonado, pobre, cochambroso, donde los niños campan a sus anchas por las calles, maleducados, expuestos a mil peligros… Y una llama se enciende en su corazón.
Es bonito descubrir cómo aún en ese momento, José no tiene pretensión de fundar nada. José sólo quiere poner solución y amor a una realidad concreta con la que se ha encontrado. Un paso. Sólo se le pide un paso. Sólo da un paso. Pero luego da otro, y luego otro, y luego otro…
Cuando en 1597 abre la primera escuela popular gratuita del mundo, José no es consciente de que ha abierto la puerta de la educación para todos, un valor y un derecho que ahora consideramos esencial en nuestras sociedades.
José tiene luego la intuición de que es necesario que haya personas consagradas en su totalidad a los colegios y a servir a Dios en los pequeños, en la escuela.
Y comprueba como la voluntad de Dios para con sus hijos se transforma en la ultima de la Órdenes Religiosas aprobada por Roma: la Orden de las Escuelas Pías.
Calasanz fundó la Orden en su madurez, bien avanzada ya su vida.
¡Qué prisas tenemos nosotros a veces por descubrir la voluntad de Dios para nuestras vidas! Un paso, sólo un paso… eso es lo que se nos pide.
Los últimos años de su vida estuvieron marcados por el sufrimiento, el escarnio, la incompresión y la traición de alguno de sus religiosos. José de Calasanz muere con más de 90 años, en Roma, viendo todas sus escuelas cerradas y la Orden disuelta por orden del Papa.
José murió en paz: tenía la promesa de María, y así se lo hizo saber a sus más cercanos amigos, de que las escuelas y la Orden volverían a estar arriba en un plazo de 10 años. Y así fue.
Su espíritu y su carisma siguen presentes en miles de religiosos y laicos que, a lo largo y ancho del mundo, se vacían por completo en la escuela. Es en la escuela donde han encontrado la mejor forma de servir a Dios y de construir el Reino.
El lema “Piedad y Letras” sigue estando bien alto en los colegios que, desde España, Sudamérica, África, Indonesia, etc., trabajan por generar futuro y felicidad en las generaciones que vienen detrás de nosotros.
San José de Calasanz, ruega por nosotros.