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Sicario, o cómo la violencia hace a todos iguales, buenos y malos

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José Luis Panero - publicado el 13/11/15
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Una interesante propuesta cinematográfica donde la ética se desvanece por ambas partes

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Se estrena en breve Sicario, thriller de acción a cargo del director y guionista canadiense de 47 años, Denis Villeneuve, que continúa superando lo hecho en la primera etapa de su carrera: las interesantes Maelström (2000), Polytechnique (2009) e Incendies (2010) tras las también excelentes El Hombre Duplicado (2013) y La Sospecha (2013). Con Sicario se luce gracias a un tono seco que examina el régimen de violencia consentida que domina tanto en las comunidades semi feudales de nuestra periferia como en las todopoderosas metrópolis.

Al comienzo de la aventura se ofrece un dato equivocado: se relaciona el término sicario con el de los zelotes, grupo judío integrado, según el filme, por asesinos a sueldo para matar romanos. Ese concepto reduce al mínimo el afán nacionalista de los zelotes o sicarios por liberar su región del dominio del imperio romano. En todo caso, esa percepción no afecta a la notable calidad de la película.

El drama se ubica en la frontera entre Estados Unidos y México, especie de tierra de nadie donde los carteles de la droga imponen sus leyes arbitrarias. ¿Y qué es lo que cuestiona Sicario? Estudiar cómo en nombre de la ley, los opuestos llegan a ser semejantes. De ahí la importancia de los diálogos -brillante guión de Taylor Sheridan- afirmando o negando la validez de lo que hacen detectives, policías y soldados. Los parlamentos enriquecen el desarrollo de la historia y se articulan de manera inteligente en la trama.

De esa manera queda claro que no sólo la trepidante narración audiovisual -excelente diseño de fotografía a cargo de Roger Deakins (Skyfall)- expresa y determina el ritmo del filme, que es lo más logrado. De hecho, dicho ritmo no sólo se acentúa en las escenas más violentas del filme, sino también por las reacciones afectivas de sus personajes. Sicario también es la búsqueda de una estética propia hasta conseguir secuencias impactantes.

Y lo que plantea el resto de su relato es cómo las normas y la jurisdicción asentadas ya no tienen razón de ser, especialmente frente a un enemigo que no tiene en cuenta nada de eso. Sicario, entonces, describe la guerra sin cuartel entre un bando despiadado y otro desesperado por vencer.

Además, el carácter visceral de Sicario y su mérito dentro del cine para adultos, inquietos más por las ideas que por la acción, radica en su capacidad para esquivar los atajos de la argumentación grandilocuente y para centrar sus esfuerzos en el vigor que se desprende de la propia dialéctica narrativa, en la cual -como en los westerns crepusculares de antaño- un gesto, una arremetida o una bala valen más que mil palabras. Aquí prima la retórica política de los puntos equidistantes: a la miseria y los atropellos se le contraponen la vanagloria y la maquinaría bélica.

Por su parte, el trabajo actoral resulta apabullante, especialmente el de Emily Blunt y el del excelente Benicio del Toro. Con ellos, el filme corporiza su intención de “reventar” la posible conciencia burguesa sobre la ley: la trama muestra una lucha donde la ética se desvanece por ambas partes. Una propuesta más para la reflexión.

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