Hoy hacen falta héroes enamorados de la vidaHoy hacen falta héroes enamorados de la vida, de Dios, del hombre. Hombres santos con un corazón grande. Hombres heroicos llenos de amor y de vida. Es lo que el mundo necesita.
El Padre José Kentenich decía: “El cristianismo es una religión de heroísmo, no de hartura burguesa. El ser humano está predispuesto por naturaleza al heroísmo. Esta no es una convocatoria para cobardes; el cristianismo exige heroísmo radical.
Si planteamos las más altas exigencias, coloquemos el acento no en el ‘tú debes hacerlo’ sino en el ‘Si quieres’. Una religión heroica nos pide actos de heroísmo.
El hombre, el héroe, crece al calor de ideales elevados. Hay que pronunciar un sí audaz. Y lo que pronunciemos interiormente debe convertirse en hechos concretos. Debemos ser héroes del amor. Eso es lo que Dios quiere, en ello consiste el riesgo, la audacia del sí”[1].
Me gusta el heroísmo del amor, del sí valiente. Me gusta la audacia de los hombres que siguen a Dios cada día. Me gustaría ser héroe de la vida sencilla, cada día, en cada hora.
En ocasiones pensamos en vidas realmente heroicas, dignas de ser contadas y menospreciamos las vidas sin nombre, ocultas, rutinarias, excesivamente simples.
Porque las vidas que sorprenden despiertan en nosotros altos ideales y nos motivan a vivir más heroicamente. Nos sorprenden una conversión radical. Una vida con dones espirituales especiales. Gestas únicas, conquistas impresionantes. Esas vidas nos llaman la atención.
Quisiera tener una mirada pura para ver en la vida sencilla y rutinaria la belleza de Dios. No quiero vivir aburguesado y sé que la rutina a veces me pesa. Quiero aspirar a lo más alto y no conformarme con los mínimos.
Por eso quiero mirar la vida sencilla de los santos sencillos que voy conociendo en el camino. Quiero aprender de ellos su naturalidad para amar, su sencillez para buscar a Dios en todo.
No pretendo ser recordado como un héroe. Pero sí sueño con tocar el amor de Dios y entregarlo con humildad, desde la pobreza de mi vida.
Por eso me atraen esos santos que no hicieron grandes gestas, pero cambiaron el mundo que los rodeaba con una vida sencilla llena de amor.
Son tan imitables que hasta yo podría seguir su camino. Si soy capaz de renunciar a mi egoísmo y mis pretensiones. Hasta yo mismo podría soñar con amar como aman ellos.
Sus pecados no me escandalizan. Porque yo peco y me creo con todo llamado a vivir una vida santa. Porque el amor es lo que cambia la sociedad, la educación, la política, la familia. Y amar, sí amo, aunque sea torpemente. Y en el amor se juega la santidad de las personas y no en grandes declaraciones de amor que el tiempo se lleva.
Pienso en la vida de tantos santos que comenzaron con dolor su camino, tocaron la cruz, acariciaron la pérdida y acabaron venciendo todos los obstáculos por la gracia de Dios en sus vidas.
Como yo mismo. Como cualquiera. Una vida como la mía. No estoy justificado si no soy santo, si es que no deseo ser santo.
[1] J. Kentenich, Niños ante Dios