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Las “rarezas” que dividen a católicos y protestantes

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David Mills - publicado el 27/10/15
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Si se quiere de verdad profundizar en la amistad y el diálogo ecuménico, el mejor camino no es negar las diferencias Alienta encontrar personas que luchan todavía contra las viejas batallas católico-protestantes. Un prominente joven escritor evangélico, Tim Challies, publicó recientemente su rechazo a los crucifijos, que el Religion News Service mostró en su e mail cotidiano. Son luchas que es raro que alguien empiece hoy en día.

Estoy involucrado en el trabajo ecuménico desde hace casi treinta años, y quisiera que los cristianos divididos se volvieran a acercar el uno al otro, pero mi corazón pierde un latido cuando me tropiezo con un escritor protestante que dice “Nosotros tenemos razón y ellos no”. Puede parecer un balde de agua fría sobre un abrazo de grupo, pero despierta de todas maneras. Es tonificante.

Porque estamos aún en desacuerdo, y los desacuerdos cuentan mucho. En una conferencia de hace algunos años, un presbiteriano formado a nivel teológico que se dirigía a un grupo mixto de católicos y presbiterianos dijo que el gobierno de la Iglesia era sólo una cuestión de qué estructura se prefería, si la pastoral o la colegial. Cada una tenía sus virtudes y sus defectos, que era necesario sopesarlas, pero no eran respuestas correctas o incorrectas. Concernía a cada uno de nosotros decidir qué modelo le gustaba más. Los católicos amaban el modelo personal y tenían un Papa, los presbiterianos amaban el modelo colegial y tenían presbiterios. Pensé: “Dios prefiere el modelo personal”. El sacerdote católico que habló ese día intentó valientemente corregirlo, pero no lo logró.

Me tropecé con ese hecho hace poco en The Stream, una iniciativa ecuménica gestionada por un ministro bautista del Sur y un católico convertido – en un artículo titulado Don’t Be Nice to Other Christians (No seas amable con otros cristianos), que desarrollaba un aspecto que había enfrentado en High Fivin’ the Pope. Estamos en desacuerdo sobre cuestiones muy importantes, y la vía para una amistad real pasa a través de las diferencias y no, como es muy común por aquí, por actuar como si en realidad no estuviéramos de acuerdo o si los desacuerdos no contaran realmente.

Un gran mérito de los evangelistas serios que han continuado peleando estas batallas es el hecho que nos recuerdan que estamos realmente en desacuerdo. Trabajan en una cultura de alguna manera insular que les da la libertad de decir cosas que otros no dirían. Si lees lo que escriben a veces piensas: “Dios, parece del siglo XIX”. Es como si llegaran a tu casa envueltos en una capa larga con esas enormes patillas que algunos hombres acostumbraban lucir. Pero hay algo que decir.

Tendemos a pensar que no debemos pelear las viejas batallas, que las hemos dejado atrás. En el siglo XIX los católicos y los protestantes se oponían a nivel social y político, además de teológico, y luchaban sobre cualquier cosa. Hoy no es así.

Pienso que está equivocado. Las razones específicas por las cuales los apologetas y los polemistas del siglo XVI han combatido hasta el inicio del siglo XX son mayormente cuestiones que siguen dividiendo. La gente dice, por ejemplo que la Dei Verbum por un lado y el creciente aprecio protestante por la tradición del otro han reducido mucho las diferencias en nuestra comprensión de la Escritura.

Es verdad, pero sólo en parte. Existe una gran grieta entre la declaración de la Dei Verbum por la cual “la Iglesia no deriva solamente de la Sagrada Escritura su certeza acerca de todas las verdades reveladas. Por eso se han de recibir y venerar ambas con un mismo espíritu de piedad” y la comprensión protestante. Para recordar la declaración doctrinal del seminario evangélico anglicano para el que trabajé una vez, los 39 artículos anglicanos: “La Sagrada Escritura contiene todo lo necesario para la salvación de tal manera que lo que no se lea en ella o pueda probarse a través de ella, no se exige a ningún hombre que sea creído como artículo de Fe, o se piense que sea requisito o condición para la salvación. En el nombre de la Sagrada Escritura, entendemos esos libros Canónicos del Antiguo y Nuevo Testamento, cuya autoridad nunca ofreció ninguna duda en la Iglesia”.

Puedo imaginar la mirada de mis ex colegas si dijera: “Miren, estamos de acuerdo”. Todos los cristianos concienzudos, amables y serios, dirían: “Absolutamente no”, y quitarían cualquier bebida alcohólica y cualquier objeto afilado de mi alcance.

Algunos sacerdotes católicos, me dijeron que después del Concilio Vaticano II no habían diferencias fundamentales sobre la Escritura entre los católicos y los protestantes y que es una cuestión de énfasis y matices. No es así. Piensa en la fiesta de la Asunción, un día de precepto porque sabemos que María fue asunta con su cuerpo al Cielo. Lo sabemos. Para los amigos protestantes como para mis ex colegas es un sin sentido, o por lo menos una invención pía, a la cual los cristianos no tienen motivo para creer. Entre “María fue asunta al Cielo” y “no tenemos ninguna idea de qué le haya pasado a María, que de cualquier manera no es tan importante” hay un abismo. Tenemos dos comprensiones muy diferentes del papel de la Escritura en la vida de la Iglesia.

Volviendo a Tim Challies y a sus objeciones a los crucifijos. Al inicio habrás pensado: ¿crucifijos? ¿de verdad? ¿Se preocupan aún hoy de los crucifijos? ¿Dónde están la capa larga y las patillas?

Sería injusto y estúpido. Challies cita al gran patriarca evangélico anglicano J. I. Packer, tomando un pasaje que creo provenga de la obra evangélica clásica de Packer Knowing God. En el pasaje citado, él condena todas las imágenes como violaciones groseras del segundo mandamiento. Propone una argumentación seria y meditada para su afirmación, diciendo que “no hay espacio para dudar del hecho que el mandamiento nos obliga a disociar nuestra adoración, tanto en público como en privado, de todas las imágenes y estatuas de Cristo”.

Conocí a Jim hace cerca de treinta años y lo considero un amigo, y un hombre por el que tengo un gran respeto. Es extremamente amable y tiene una cultura espectacular, y al respecto no es, no hay otra palabra para describirlo, hereje. Es una palabra fuerte, y he buscado otra, pero es difícil pensar en otro término para alguien que declara herético el séptimo concilio ecuménico, por no hablar de la práctica unánime y continua de la Iglesia católica y la ortodoxa.

No piensa que las imágenes sean un error, como (por lo que aprecié por algunas conversaciones con él) también las liturgias muy elaboradas. Piensa que son ídolos.

La diferencia no es una cuestión de gusto o disgusto en relación a las imágenes. No es una cuestión de querer ayudas visibles o no quererlas. Es una diferencia que va al fondo de nuestra comprensión de la fe cristiana y cómo debe ser vivida. Piensa en qué sería de nuestra vida espiritual y tu momento en la misa y la adoración sin el crucifijo, los iconos y las estatuas, y también los santos. Un hombre más sabio o un psicólogo mejor que yo podría explicarlo mejor, pero sabemos que estas cosas nos fueron dadas como parte esencial de nuestra vida de fe. No son opcionales.

Los católicos pueden responder a Packer y Challies, incluso sobre una base bíblica. No creo que la lectura del segundo mandamiento por parte de Packer sea convincente.

En esta sede quiero agradecer a Dios por los evangélicos. En este caso, en particular, al gran J. I. Packer y su discípulo Tim Challies.

Las cuestiones que plantean, claramente dividen aún a los católicos y protestantes. Si queremos progresar en nuestro crecimiento juntos como hermanos y hermanas en Cristo, tenemos que enfrentar estas diferencias. Tres “Hurra” para las personas que se preocupan suficiente de la verdad, la fe, y también de sus hermanos católicos, a costo de parecer anticuados y excéntricos como un hombre con las patillas tupidas y una capa con cola.

 

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