No quiero depender de cuánto tengoNo creo que caminar con un sentido solucione todos los problemas, es cierto, pero me dará una seguridad que este mundo cambiante nunca me regala. ¿Cuál es el sentido con el que camino?
Es tanto lo que puedo hacer, hay tantas metas posibles… ¿Cómo llegar a tocar la vida eterna? ¿Cómo ganar aquí en la tierra el ciento por uno? El alma tiembla.
No quiero acaparar tantos tesoros que no tenga dónde guardarlos. No quiero ser ni tan rico, ni tan pobre, que no pueda estar en paz ni con Dios ni con los hombres. No quiero sufrir, no quiero acomodarme.
Quiero lo que Dios quiere. Pero lo que Él quiere a veces temo quererlo. Muchas veces parece que no deseo lo que Él quiere. No busco almacenar bienes que me den seguridades temporales. No quiero depender de cuánto tengo.
Decía santa Teresa: “Aquella libertad de espíritu tan preciada y deseada que tienen los perfectos, adonde se halla toda la felicidad que en esta vida se puede desear; porque, no queriendo nada, lo poseen todo. Ninguna cosa temen ni desean de la tierra, ni los trabajos las turban, ni los contentos las hacen movimiento. En fin, nadie le puede quitar la paz, porque ésta de sólo Dios depende. Y como a Él nadie le puede quitar, sólo temor de perderle puede dar pena”.
Me gustaría vivir así. En el mundo, como ciudadano del cielo. Feliz con lo que tengo. Con los pies en la tierra, con el alma pegada al cielo. Deseando lo imposible. Abrazando con paz lo que Dios me ofrece.
Quiero hacer mías las palabras que hoy escucho: “Por eso pedí y se me concedió la prudencia; supliqué y me vino el espíritu de Sabiduría”. Me gustaría ser siempre sabio y prudente. Saber lo que corresponde hacer en cada momento.
Sé que si no me uno a Jesús no seré nunca sabio. Si no sigo sus deseos no seré prudente. Prudente significa tener la sabiduría para saber optar por lo que más me conviene. Porque sé que no siempre acierto.
Nada vale tanto como tener a Jesús en mi vida. Pero a veces pienso que cuando rezo no le tengo en mi alma. Y puedo perder el tiempo sin estar con Él. Seguir a Jesús exige estar dispuestos a entregar la vida por entero. Y esa entrega trae felicidad y paz al alma.
Pero hace falta valor para seguir a Jesús dejándolo todo. Para seguir a aquel que le da sentido a una vida exigente, al borde del peligro, expuesta.
Decía el Padre José Kentenich: “Escuchen esta frase referida a San Pablo y vean si pueden aplicarla a ustedes mismos: – Yo le mostraré todo lo que tendrá que padecer por mi nombre. (Hch 9, 16). Inmersión en la corriente misionera quiere decir, naturalmente, ingreso en la corriente de sufrimientos de Jesús. Significa también sumarse a la corriente de trabajo. Esta misión comprometía a los apóstoles: ellos no podían quedarse con los brazos cruzados, ¡había que trabajar!”[1].
Eso es seguir a Jesús. Una entrega total cargada de felicidad. Añade el Padre Kentenich al hablar de la decisión por seguir a Jesús en cuerpo y alma: “Este paso, decisión y entrega deben ser algo que nos llene de dicha, precisamente por habernos dedicado con cuerpo y alma a Dios, al que es infinitamente dichoso en sí mismo”[2].
A veces uno conoce a personas consagradas a Dios que no trasmiten esa felicidad. Es como si todo fuera una carga, un sacrificio insuperable y se olvidaran la sonrisa en algún lugar del alma. Me entristece ver cómo siguen a Jesús algunos. Seguir a Jesús nos debería llenar de felicidad. Dar la vida por Él, por su Reino.
[1] J. Kentenich, Niños ante Dios
[2] J. Kentenich, Niños ante Dios