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Oración para entregar una vida imperfecta (¿la tuya?)

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 12/10/15
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“Yo sólo quiero estar contigo. No quiero sentirme importante, ni encajar en ningún lado…”Creo que mi alegría pasa por no compararme demasiado. Con no andar mirando continuamente otras vidas pensando que son mejores que la mía. Pasa por dejar de lado el pecado de la envidia que tanto mal me causa.

Quiero no envidiar al que es mejor que yo, al que tiene más cosas, al que logra más éxitos. Sí. La envidia me envenena el corazón y no me deja ser feliz.

Mi alegría pasa por no vivir compitiendo, intentando llegar a ser mejor que los otros. Consiste en ver mi vida no como una carrera de méritos, en la que no me detengo a ayudar a los demás y me encierro en la búsqueda enfermiza de lo que más deseo.

A veces vivo persiguiendo metas que nadie me ha marcado, deseando lo que yo nunca antes había querido, esperando lo que otros me piden que desee, sólo porque ellos lo desean. No soy más feliz cuando lo poseo todo. Y no dejo de ser feliz cuando pierdo en mi carne lo que me alegraba.

Una persona rezaba: “Desde la cruz la mirada es más pura. Regálame esa mirada tuya al Buen ladrón. Y mírame así, mi Señor. Yo sólo quiero estar contigo. No quiero sentirme importante, ni encajar en ningún lado. Mi alma sueña con el cielo que es infinito. Mi vida es tan pequeña tendida sobre la orilla… Sueño el mar que acaricia mi barca. Tengo tantos planes guardados en lo más hondo. Te los entrego. Es verdad, sueño en grande. Y mi vida, es maravillosa, yo lo sé, tal como es. Pero sigo soñando en grande. Te entrego la renuncia a lo que pudo ser, a lo que puede ser. Pero mi cielo está en mi vida ahora. Y una y mil veces, en todas las circunstancias de mi vida, opto por ti. Opta Tú, Jesús, por mí. No quiero desear lo que no tengo”.

Deseo el infinito, lo deseo todo. Pero no quiero desear lo que no poseo. ¡Qué paradoja! Cuando más me apego a lo caduco, más grande es el vacío que hiere mi alma. Y más solo me siento. Y más me amarga el abandono. Y más pequeño me siento.

Y miro el mar inmenso bañando mis recuerdos. Y quiero más y sueño con lo eterno. ¿Qué tengo que hacer para alcanzar la vida eterna?

Quiero aprender a valorar la vida como es. A tomar con sencillez cada pérdida en lo que vale. No quiero darle más importancia a una derrota de la que tiene.

San Francisco de Asís explicaba así la verdadera felicidad: “El descubrimiento de la voluntad de Dios en la adversidad, de un amor que afronta el dolor y que sabe transformar el mal en bien”[1].

En la adversidad encontrar a Dios, abrazar su paz, aferrarme a su deseo. No quiero pensar que una crítica borra algo del valor que Dios me ha dado. No deseo el éxito de los otros, ni la vida que otros tienen.

No sé si seré más feliz cuando mi deseo quede satisfecho. O simplemente ese deseo ya olvidado dejará paso a otro y a otro en una cadena interminable que amarga el alma.

[1] Simone Troisi y Cristiana Paccini, Nacemos para no morir nunca, 65

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