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¿Cómo distinguir lo bueno de lo malo?

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Henry Vargas Holguín - publicado el 28/07/15
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La intención es importante, pero no lo es todo
Sabemos que los Diez Mandamientos de la ley moral natural fueron confirmados por el Evangelio. El Evangelio y los demás textos del Nuevo Testamento demuestran que Cristo enseñaba moral.

Y Cristo, al enseñar la moral, tenía en cuenta las dos dimensiones de los actos humanos: la exterior (visible, los actos externos) y la interior (la rectitud de la conciencia humana y de la voluntad).

La moral tiene que tener en cuenta estas dos dimensiones de los actos humanos. Estas dos dimensiones son como una hoja de papel que tiene largo y ancho; si se rompe por cualquiera de las dos partes deja de ser lo que era.

Una simple moral centrada sólo en las intenciones y que no tenga en cuenta las obras en las que se plasman las actitudes e intenciones sería una moral falsa o incompleta.

Ahora bien, el Señor concedía una importancia primordial a la dimensión interior, al corazón (en términos bíblicos).
Jesucristo enseñó que el mal reside en el corazón, es decir, en la conciencia y en la voluntad: "Lo que sale de la boca procede del corazón y eso hace impuro al hombre” (Mt 15,18).

Cristo lo subraya con más fuerza todavía cuando habla del "adulterio de corazón". Si se extirpa la mala raíz no hay malos frutos.

Jesús indica dónde se encuentra la causa, la raíz de esas obras que, en definitiva, son una manifestación de lo que hay en el interior.

Ahora bien, que la dimensión interior del acto humano tenga primordial importancia no quiere decir que la dimensión exterior, "la acción" no afecte a la persona ni que tenga relevancia moral.

Cualquier cosa mala, por muy buena que sea la intención con que se haga, no deja de causar el mal; y el acto humano que la realiza -compuesto de lo subjetivo y lo objetivo- resulta malo y daña a la persona.

Por tanto no es suficiente tener la intención de obrar rectamente para que nuestra acción sea objetivamente recta o conforme a la ley moral. Hace falta, además, que lo que se haga sea de verdad bueno.

El problema es que hoy en día hay mucha confusión entre lo que es moralmente bueno y lo que no lo es tanto en el foro interno como en el externo.

El pecado original no fue ni es el hecho de que nuestros primeros padres se hubieran comido una manzana, como tampoco fue o es una simple desobediencia a Dios, sino, instigados por el maligno, hacer pasar nuestros criterios de vida como norma suprema de conducta o norma divina, y desplazar a Dios y sus mandamientos.

Pero recordemos un texto muy valioso que nos ayudaría a pensar: “¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que tornen de lo amargo dulce, y de lo dulce amargo!” (Isaías 5, 20).

Es muy normal, hoy y siempre, ver las cosas al contrario; es la eterna tentación del maligno: que el hombre sea Dios y decida qué es lo bueno y lo malo.

Que se ha caído en esta tentación se ve en expresiones como: “Si algo me da placer (sin importar causas y consecuencias) es bueno; esto lo hace todo mundo por tanto es bueno; con hacer esto no le hago mal a nadie y menos si no me ven; no importa si es bueno o malo, lo importa que a mí me parezca bien; mirándolo bien no parece tan malo como decían, etc.”.

A veces lo bueno se ve malo o raro, se invierten las cosas, por ejemplo la correcta identidad sexual y el consecuente comportamiento sexual comienza a verse extraño; el valor de la familia es bueno y se pretende destruir como si fuera malo.

Los mandamientos que Dios nos ha dado son buenos pero para muchos son malos; que los niños sepan de Dios, está a veces mal visto e incluso se obstaculiza.

A veces cuanto más prohibido es más deseado. El bien ya no satisface al hombre y por lo tanto se busca el mal y luego se justifica. A veces se considera bueno cometer un delito, o se confunde lo legal con lo moral,…

De esta manera no avanzamos sino que retrocedemos porque se pierde el norte (Dios) a causa de la perdida de la noción de pecado.

Vivir la vida es algo muy sencillo pero a menudo lo complicamos. Ni los animales ni los otros seres vivos de la creación se complican, no se preocupan por su pasado ni se afanan por el mañana. Sólo nosotros los seres humanos somos capaces de convertir, por ejemplo, un "sí hasta que la muerte nos separe" en un "me quiero divorciar", "no aguanto más", etc.. Igual pasa en las relaciones, en los negocios, en el trabajo y en otros ámbitos de la vida.

Dios nos dio esa capacidad de elegir. La vida es una constante elección y nuestra elección es la que nos hace libres o esclavos. El elegir el bien es ser libres y el elegir el mal es respuesta pasiva a una tentación que nos esclaviza, nos quita la libertad.

Y sin libertad olvidamos nuestra verdadera identidad como hijos de Dios y nos perdemos el maravilloso destino de la vida. De toda la creación al único ser que Dios le dio la capacidad de elegir es al hombre.

En el libro del Génesis vemos que  Dios le dio al ser humano un mandato: "Puedes comer de todos los árboles del jardín, pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no deberás comer. El día que de él comas, ciertamente morirás" (Génesis 2.16b).

Ya conocemos cómo termina la historia y sabemos que hoy sufrimos las consecuencias de la elección de Adán y Eva. Su elección trajo muerte, esclavitud, sufrimiento y maldición.

Nosotros no podemos ya cambiar nuestro pasado, pero sí que podemos cambiar nuestro futuro a partir de hoy mediante dos pasos: pedir el perdón a Dios en la confesión por los pecados pasados y presentes, y después elegir bien teniendo los mismos sentimientos de Cristo y sin excluir la cruz.

Se trata de elegir bien el bien y actuarlo bien. Si elegimos bien el bien, nos irá bien en la vida. Elijamos con Jesucristo. Él es el camino que hay que escoger para caminar en la verdad y dirigirnos al reino de los cielos, es la luz en dicho camino, y es la puerta al final del mismo. Y es una puerta estrecha.

Jesús quiere ser el indicador del camino a recorrer. Si nosotros realmente buscamos con sinceridad la verdad y el camino del bien y de la verdadera felicidad debemos confiar en Él. Con Él aprenderemos a ser sinceros, honrados, puros, humildes, generosos, para tener siempre la alegría a flor de piel y para ser fuertes para saber luchar contra quien nos seduce a recorrer otro camino.

En el mundo hay muchas luces y muchos buenos ejemplos a tener en cuenta, por ejemplo los santos. Vivamos bien, vivamos para la eternidad, y con nuestra luz tomada de la luz de Cristo iluminemos el camino de tantos otros que necesitan nuestra ayuda, nuestro ejemplo y nuestra amistad.

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