Tampoco nos gusta que nuestros hermanos señalen nuestros errores y les echamos de nuestro lado con un agrío: “¡no juzgues!”, como sí la caridad no tuviera mucho que ver con el compromiso de ayudarnos y sostenernos mutuamente.
San Agustín nos habla de estas dos cuestiones en una frase muy adecuada para desenmascarar nuestras zonas de confort espiritual:
En los problemas que atañen a nuestra vida y costumbres, no basta [conocer] la doctrina, sino que es necesaria también la exhortación [caritativa del hermano] San Agustin (Bondad de la viudez 1,2).
Nuestros hermanos, si tienen verdadero sentido fraterno, nos señalarán con caridad nuestros errores. Ellos son los que mejor pueden darse cuenta de nuestros errores, que son idénticos a los suyos. Todos somos humanos y compartimos la misma naturaleza limitada y herida.
La doctrina nos ofrece el primer soplo de la Voluntad de Dios. Soplo que podemos ignorar u ocultar cuando no nos interesa o nos pone en cuestión. Por eso el conocimiento de la doctrina no es suficiente, aunque es imprescindible. Necesitamos a nuestros hermanos para que nos ayuden a caminar por el camino, sólido, que nos lleva hasta el Señor. Bendigamos a quien nos señala el error cometido. Es alguien que nos quiere bien.