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De semilla a árbol: Lo grande empieza por lo pequeño

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 16/06/15
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Sólo los pequeños pueden crecer más allá de sí mismos porque confían y es Dios el que habla en ellos

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El poder de la semilla más pequeña, esa semilla de mostaza, siempre me impresiona. El reino comienza como una pequeña semilla. La más pequeña de todas.
 
Es su pobreza que no llama la atención a los ojos de los hombres: “Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después brota, se hace más alta que las demás hortalizas”. Es semilla al comienzo y llega a ser un gran árbol.
 
El Evangelio nos habla de un monte y de un árbol inmenso y poderoso. En él todos encuentran su descanso. Tiene que ver con el reino de Dios. Me gusta esa imagen:
 
“Arrancaré una rama del alto cedro y la plantaré. De sus ramas más altas arrancaré una tierna y la plantaré en la cima de un monte elevado; la plantaré en la montaña más alta de Israel, para que eche brotes y dé fruto y se haga un cedro noble. Anidarán en él aves de toda pluma, anidarán al abrigo de sus ramas”.
 
Un árbol poderoso que habla de Dios. Un lugar en el que descansar. Un nido. Un espacio abierto al que poder volver cuando nos falten las fuerzas. Así es el reino de Dios. Ese espacio en el que echar raíces en un mundo desarraigado.
 
Queremos descansar tantas veces cuando nos faltan las fuerzas. Cuando nos sentimos débiles y pequeños. Si el árbol crece puede cobijar a los pájaros en su ramaje.
 
Cuando nosotros maduramos podemos cobijar a otros en nuestros brazos: «Echa ramas tan grandes que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas». Marcos 4, 26-34.
 
El comienzo de grandes obras siempre es pequeño, sólo una semilla. El final, un gran árbol, un monte, un lugar inmenso en el que ser cobijados.
 
Pequeño fue el comienzo de Jesús en Galilea. El comienzo de la Iglesia en Pentecostés. El comienzo de grandes obras de Iglesia. Una primera piedra. Un primer paso. Un tímido sí. Una decisión. Una semilla enterrada que muere para dar fruto. La sangre de los primeros mártires que dio el fruto de nuevos cristianos.
 
Sí, siempre el comienzo es pequeño. Grandes personajes públicos tuvieron un comienzo sencillo, oculto. Suele ser así en la vida del hombre. Es así en la vida de Dios.
 
La semilla de la mostaza es un canto a los pequeños. Jesús nos sorprende. De la semilla más pequeña sale el árbol más grande. Esto tiene mucho valor. Porque Jesús mira la pequeñez y la humildad con ternura, se conmueve ante los hombres sencillos.
 
Sólo los pequeños pueden crecer más allá de sí mismos. Porque confían y es Dios el que habla en ellos, el que actúa en ellos, el que lleva el control de su vida. Sólo el pequeño se podrá romper para sacar de dentro lo más suyo. Sólo el pequeño es hijo.
 
Estar cerca de Dios es sacar del alma cosas insospechadas que muchas veces nos damos cuenta que no son nuestras. Es verdad que a veces nos sentimos semilla y a veces nos vemos árbol.
 
A veces nos vemos feos, inútiles, enterrados, y nos cuesta descubrir el sentido de nuestra vida. Y otras, quizás, árboles, cuando otros anidan en nuestras ramas, cuando podemos proteger a los demás con nuestra sombra, cuando otros encuentran hogar en nuestra vida. Entonces nos parece que nuestra vida merece la pena.
 
Y somos siempre semilla y árbol. Semilla pequeña y pobre donde Dios ve el árbol más grande y más frondoso. Me encanta este ejemplo que usa Jesús, usando lo más despreciable para el hombre, la semilla más pequeña. El más pequeño tiene las ramas más grandes.
 
Me gusta que Jesús, cuando habla del árbol y de su fecundidad, no dice que es bello, ni siquiera que da fruto abundante, sino que valora lo que es para otros. Otros anidan. Otros se refugian en su sombra.
 
Es verdad, lo que nos hace plenos en la vida es lo que damos, lo que entregamos. Que otros puedan sentirse en casa, sentirse queridos y acogidos en lo que son. Que en momentos de sed, de desierto, podamos dar sombra y frescor, aliviar sencillamente, sin querer solucionar la vida a nadie, sólo consolar lo que podamos. Abrazar. Acompañar. ¿Quién descansa en mí?

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