El Obispo de La Rioja, Argentina, presentó en Roma los folios de la fase diocesana para la beatificación de tres causas con las que el Papa está muy familiarizado
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“Testigos de la Fe que predicaban y que dieron su sangre para la Iglesia”. Así se refería a Carlos de Dios Murias, Gabriel Longueville y Wenceslao Pedernera el cardenal Jorge Bergoglio, al celebrar en 2006 en La Rioja el trigésimo aniversario del asesinato del recordado obispo de esa diócesis monseñor Enrique Angelelli.
Eran años de sangre derramada entre hermanos. Los sacerdotes Murias y Longueville habían sido designados por monseñor Angelelli a cargo de la parroquia de Chamical. Por su intensa labor pastoral en la época de la última dictadura militar, recibieron amenazas como la “tuya no es Iglesia en la que creemos”, que eran respondidas por Murias sin temores: “Podrán callar la voz de este sacerdote. Podrán callar la voz del obispo, pero nunca callar la voz del Evangelio". Los padres Carlos y Gabriel fueron asesinados el 18 de julio de 1976. Pero con ellos no se acabó el derrame de sangre.
Wenceslao Pedernera estaba casado desde 1962. A su esposa Coca le había costado convencerlo, ya que él decía: “yo a los curas no los quiero”. Su actitud ante la Iglesia comenzó a cambiar cuando trabajaba en un viñedo de Mendoza. En la finca de Bodegas Gargantini comenzó a asistir a las celebraciones en el templo que en ese predio se había construido, y fue convenciéndose de que la Iglesia no era eso que él pensaba.
“A partir de eso Wence se entusiasmó mucho, no le importó más nada. Lo único que le interesaba era Cristo y la Iglesia”, declaró años después Coca al diario riojano El Independiente. A partir del trabajo pastoral del matrimonio en Gargantini, fueron invitados a colaborar con la Iglesia de La Rioja que era conducida por monseñor Angelelli. Tras insistirle a su esposa, consciente del riesgo por colaborar con una Iglesia que ya estaba amenazada, Wenceslao se mudó a La Rioja con Coca y sus tres hijas en junio de 1973.
Su labor pastoral se concentró en una cooperativa en Sañogasta. “Leíamos el Evangelio los fines de semana y después nos reuníamos a comentar y opinar sobre lo que habíamos leído, por eso nos tomaron por comunistas y extremistas porque no habían visto nunca que se hiciera eso”, recordó Coca.
El 25 de julio de 1976, cuando dormían, oyeron que golpeaban la puerta, y cuando Wenceslao la abrió fue acribillado. Antes de morir, alcanzó a pedirle a Coca que se vaya de la provincia con sus hijas.
Junto con un vecino y sus hijas, subió a Wenceslao a una camioneta y lo llevó al hospital de Chilecito. Mientras su esposo era atendido, ella fue encerrada en un cuarto para tomarle declaración y tras relatar lo ocurrido le dijeron: “Nosotros buscábamos al cura Andrés y al cura Paco”, en referencia a los sacerdotes franceses Paco Dalterochi y Andrés Serieye.
El 4 de agosto sería asesinado el pastor de Wencesalo, Carlos y Gabriel, monseñor Angelelli.
No los comprendieron
En la misma línea que el cardenal Bergoglio en 2006, y con su apoyo, monseñor Roberto Rodríguez, en 2011, tuvo la iniciativa, junto con otros obispos, de iniciar el proceso para el reconocimiento del martirio de Carlos, Gabriel, y Wenceslao. “Llevaron el Evangelio y no los comprendieron. Realizaron un proyecto pastoral y no fueron entendidos. Los que los mataron pensaron que les estaban haciendo un bien a Dios y a la patria”, explicaba entonces monseñor Rodríguez, obispo de La Rioja.
Su sucesor, monseñor Marcelo Colombo participó estos de la beatificación de monseñor Óscar Romero, en El Salvador, y luego viajó a Roma para presentar las 7500 páginas de documentación en la Congregación para la Causa de los Santos.
Antes, como informó la Agencia AICA, conversó con el Papa Francisco sobre las causas de los dos sacerdotes y el laico Wenceslao. La causa por el martirio de monseñor Angelelli, como informamos aparte, ya fue iniciada, aunque con posterioridad a esta y se encuentra aún en su fase diocesana.