Influyó en Papas y reyes
Doctora de la Iglesia y patrona de Italia y de Europa, Catalina de Siena tenía una habilidad conciliadora exquisitamente femenina y una gran fuerza moral envuelta de misericordia.
Desde el año 1378 hasta 1418, la Iglesia católica vivió uno de los peores siglos de su historia con el llamado cisma de Occidente que mantuvo a la Iglesia con dos cabezas, una en la sede de Roma y otra en Avignon.
Esta fue la época en la que le toco vivir a Catalina de Siena y precisamente uno de sus mayores logros fue su labor de llevar de vuelta el Papado a Roma.
Anteriormente ya era conocida su habilidad conciliadora. Comenzó ayudando a resolver varios conflictos familiares, y luego su trabajo se amplió para incluir el establecimiento de la paz en las ciudades estados italianas.
Por ejemplo, en 1375, Santa Catalina tuvo noticias de que la gente de Florencia se había adherido a una liga que estaba en contra de la Santa Sede. El Papa Gregorio XI, que residía en Avignon, escribió a la ciudad de Florencia, pero sin éxito.
Con divisiones internas y asesinatos entre los florentinos, Catalina fue enviada por los magistrados de la ciudad como mediadora. Antes de llegar a Florencia, se reunió con los jefes de los magistrados, y la ciudad encomendó toda la situación a su criterio, con la promesa de que debía ser seguida a Avignon por sus Embajadores, quienes debían firmar y ratificar las condiciones de reconciliación y confirmar cada cosa que había hecho.
Su Santidad, luego de haber tenido una conferencia con ella, en admiración de su prudencia y santidad, le manifestó: "No deseo nada más que la paz. Dejo esta cuestión totalmente en sus manos; sólo le recomiendo el honor de la Iglesia”.
Catalina tuvo otra misión durante su viaje a Avignon. El Papa Gregorio IX, electo en 1370, tenía su residencia en Avignon, donde los cinco papas previos también habían residido.
Los romanos se quejaban de que sus obispos habían abandonado su iglesia durante setenta y cuatro años, y amenazaron con llevar a cabo un cisma. Gregorio XI hizo un voto secreto para regresar a Roma; pero no hallando este deseo agradable a su corte, él mismo consultó a Santa Catalina acerca de esta cuestión, quien le respondió: "Cumpla con su promesa hecha a Dios".
El Papa, sorprendido de que tuviera conocimiento por revelación de lo que jamás había contado a nadie, resolvió inmediatamente hacerlo. Se cuenta con varias cartas escritas por ella y dirigidas al Papa, a fin de adelantar su retorno a Roma.
Posteriormente, santa Catalina escribió al Papa Gregorio XI en Roma, exhortándole firmemente a contribuir por todos los medios posibles a la paz general de Italia. Su Santidad le encomendó la misión de ir a Florencia, aún dividida y obstinada en su desobediencia.
Ella vivió un tiempo allí en medio de varios peligros incluso a riesgo de su propia vida. A la larga, ella logró que la gente de Florencia se dispusiera a la sumisión, a la obediencia y a la paz, aunque no bajo la autoridad de Gregorio XI, sino del Papa Urbano VI.
En 1378, cuando Urbano VI fue electo Papa, su temperamento hizo que los cardenales se distanciaran, y que varios de ellos se retiraran. Luego declararon la elección nula, y eligieron a Clemente VII, con quien se retiraron de Italia y residieron en Avignon.
Santa Catalina escribió largas cartas a los cardenales quienes primero habían reconocido a Urbano, y luego eligieron a otro; presionándolos a volver a su pastor legal. Ella también le escribió a Urbano mismo, exhortándolo a sobrellevar con temple y gozo los problemas en que se encontraba, y a aplacar el temperamento que le había llevado a tener tantos enemigos.
Él la escuchó y siguió sus instrucciones. Catalina también escribió a los reyes de Francia y de Hungría para exhortarlos a renunciar al cisma.
Lo que más maravilla en la vida de Santa Catalina de Siena no es tanto el papel insólito que desempeñó en la historia de su tiempo, sino el modo exquisitamente femenino con que lo desempeñó.
Al Papa, a quien ella llamaba con el nombre de “dulce Cristo en la tierra”, le reprochaba la poca valentía y lo invitaba a dejar Avignón y regresar a Roma, con palabras atrevidas como éstas: “¡Ánimo, virilmente, Padre! Que yo le digo que no hay que temblar”.
Pero la voz sumisa de la mujer cambiaba de tono y se traducía frecuentemente en ese “yo quiero” que no admitía tergiversaciones cuando entraba en juego el bien de la Iglesia y la concordia de los ciudadanos.
Catalina no fue únicamente la consoladora de los afligidos, la consejera de los dudosos, la amonestadora de los pecadores y la enfermera de los enfermos, sino una fuerza y una autoridad moral que imprimió un sello indeleble sobre toda la vida de su época.
Las cartas de Santa Catalina son consideradas como una de las grandes obras de principios de la literatura Toscana. Escribió 364 cartas, y más de 300 de ellas se conservan en la actualidad.
En sus cartas dirigidas al Papa, a menudo se refería al mismo con afecto como “Papa” o “Papi” (“Babbo” en italiano). Aproximadamente un tercio de sus cartas estaban dirigidas a mujeres. Otros destinatarios incluyen a sus diversos confesores, entre ellos Raimundo de Capua, los reyes de Francia y Hungría, la Reina de Nápoles y numerosas figuras religiosas.
Su otra obra magistral es el Diálogo de la Divina Providencia, un diálogo entre el alma y Dios. A menudo considerada como una analfabeta, Catalina es reconocida por Raimundo en su biografía como capaz de leer latín e italiano, y otro hagiógrafo, Tommaso Caffarini, manifestó que la santa podía escribir.
Toda esa labor diplomática y epistolar tiene su fundamento en una sólida vida espiritual que se describe a continuación.
Santa Catalina nació en 1347 en Siena, hija de padres virtuosos y piadosos. Fue favorecida por Dios con gracias extraordinarias desde una corta edad, y tenía un gran amor hacia la oración y hacia las cosas de Dios. A los siete años, consagró su virginidad a Dios a través de un voto privado.
A los doce años, la madre y la hermana de Santa Catalina intentaron persuadirla para llegar al matrimonio, y así comenzaron a alentarla a prestar más atención a su apariencia.
Más adelante, su padre aprobó finalmente su devoción y todos sus deseos piadosos. A los quince años de edad, asistía generosamente a los pobres, servía a los enfermos y daba consuelo a los afligidos y prisioneros.
Prosiguió el camino de la humildad, la obediencia y la negación de su propia voluntad. En medio de sus sufrimientos, su constante plegaria era que dichos sufrimientos podían servir para la expiación de sus faltas y la purificación de su corazón.
Servicio al prójimo
Luego de tres años de vida solitaria en su hogar, santa Catalina sintió que el Señor la estaba llamando en ese momento a llevar una vida más activa. Por lo tanto, comenzó a relacionarse más con los demás y a servirlos.
En su ardiente caridad, trabajó intensamente por la conversión de los pecadores, ofreciendo sus continuas oraciones y ayunos. En Siena, cuando hubo un terrible brote de peste, trabajó constantemente para aliviar a los enfermos.
Los pecadores más empedernidos no podían resistir sus exhortaciones y oraciones en pos de un cambio de vida. Miles acudían a escucharla o sólo a verla, y fueron ganados por sus palabras y por su ejemplo de arrepentimiento.
Creó un grupo de reflexión: "la bella brigata", compuesto por amigos, laicos y hermanos predicadores. Entre ellos hay notables, pintores, nobles. En el grupo se confrontan las grandes tendencias de la época con el Evangelio de Jesucristo.
Catalina de Siena murió a la temprana edad de treinta y tres años, el 29 de abril de 1380, fue la gran mística del siglo XIV.
El papa Pío II la canonizó en 1461, y el Papa Pablo VI le otorgó el título de Doctora de la Iglesia en 1970; es además, patrona de Italia, patrona de Europa y protectora del pontificado.
Sus restos reposan en la iglesia de Santa María sopra Minerva, en Roma, donde se la venera como patrona de la ciudad.