Durante años, hemos regalado y nos han regalado flores de Pascua o poinsettias como gesto de amistad en los días navideños. Son totalmente adecuadas a estas fiestas, con su mezcla de hojas rojas y verdes. Más aún, son relativamente asequibles y un buen regalo, al mismo tiempo. ¿Te has preguntado alguna vez de dónde viene la costumbre? Yo lo he hecho, así que me puse a investigar. Esto es lo que he descubierto.
Las flores de Pascua poinsettias son originarias de América Central y los aztecas las usaban de varias maneras: para teñir tejidos, hacer cosméticos y crear medicinas que curaran las fiebres.
La planta fue descubierta en 1828 por John Poinsett, embajador estadounidense en México. Envió varias poinsettias a Carolina del Sur y empezó a cultivarlas, de ahí el nombre. Uno de los amigos de Poinsett, Robert Buist, empezó a cultivarlas y venderlas comercialmente. En 2002, el Congreso de EE.UU. nombró el 12 de diciembre día de la poinsettia.
Los años posteriores a que Poinsett llevara las plantas a EE.UU., las poinsettias se dieron a conocer por su simbolismo y su belleza.
La forma de la flor de la planta y sus hojas recuerdan la estrella de Belén, que guió a los Magos hacia el Niño Jesús.
El color recuerda la Sangre de Cristo, derramada por nuestra salvación. Algunas poinsettias tienen hojas blancas, que nos recuerdan la pureza de Cristo.
El verde simboliza la vida y la esperanza. Antes de hacer mi investigación, pensaba que las poinsettias eran “bonitas”. ¡Ahora pienso que son magníficas!
Lo mejor de todo es la vieja leyenda mexicana de cómo la poinsettia y la Navidad se conectaron en seguida. Dice así:
Érase una vez una pobre niña mexicana llamada Pepita, que no tenía un regalo que dar al Niño Jesús la noche de Navidad. Mientras Pepita caminaba, triste, a la capilla, su primo Pedro intentó animarla.
"Pepita", le dijo, "estoy seguro de que incluso el regalo más pequeño, si se lo hace alguien que le quiere, pondrá muy contento a Jesús".
Sin saber aún qué le iba a regalar, Pepita cogió un pequeño puñado de hierbajos del borde del camino y los juntó en un ramo. Tener sólo ese pequeño regalo que darle a Jesús hacía avergonzarse a Pepita. Pero mientras seguía en la capilla hasta el altar, recordó lo que Pedro le había dicho. Sintiéndose un poco mejor, se arrodilló y dejó el ramito al final del belén.
Sorprendentemente, el ramo de hierbajos se transformó en brillantes flores rojas, y quienes lo vieron se convencieron de que habían asistido a un milagro. Por ello, desde esa Nochebuena en adelante, la brillante poinsettia de flores rojas se conoce como Flores de Pascua o de Nochebuena.
Yo estoy aún dudando en regalar algo de verdad especial al Niño Jesús en Nochebuena. Como Pepita, siento que realmente no tengo nada que ofrecer –o por lo menos, nada de lo que me gustaría. Me gustaría hacer un esfuerzo super-hiper-mega-espectacular. En cambio, todo lo que tengo es algo corriente–, un puñado de hierbas del camino.
Leyenda o no, sé que las palabras de Pedro son ciertas. Incluso el más pequeño regalo, si lo hace alguien con amor, pondrá a Jesús contento. Si yo le entrego mi pequeñez al Señor y le llevo mi patético ramito en Navidad, milagrosamente se transformará en brillantes flores rojas. Y Jesús será feliz.
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