Un clásico para despertar integralmente para la vida, para rasgar el velo de lo empírico
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Monseñor Fray João Mamede Filho, Obispo Diocesano de Umuarama, en el estado de Paraná, Brasil, ha escrito un artículo titulado “Momento definitivo”, donde hace una reflexión sobre la muerte. Él afirma que la muerte para el cristiano no es un momento aislado, allá al final de su camino terreno, y que la vida terrena es preparación para la vida en el cielo.
Según el prelado, ¡estamos en esa vida como niñitos en el seno materno, como atletas en el calentamiento para el juego definitivo, que será allá arriba, o todavía como novicios cuya vida misma será allá del otro lado!
Él destaca que en la vida nunca estamos plenamente satisfechos, pues hay siempre la expectativa de un poco más de amor, felicidad y bienestar, y, así, vivimos impulsados por la esperanza.
“Pero, en el fondo de esa dinámica de vida y esperanza, se oculta, siempre al acecho, el pensamiento de la muerte; un pensamiento al cual no nos habituamos y del cual nos gustaría de vernos libres.
Sin embargo, la muerte es compañera de toda nuestra existencia: despedidas y enfermedades, dolores, desilusiones y hasta el sueño profundo son de ella señales a advertirnos. El cristianismo no tiene miedo de temer la muerte, pero se trata de un miedo que hace despertar para la responsabilidad y la seriedad de la vida“, evalúa.
El “ejercicio de la muerte”
Monseñor Mamede explica que antiguamente los monjes cristianos tenían, todas las noches, el llamado ejercicio de la muerte: Pensar, imaginar, colocarse delante de la muerte. Según él, no era para entrenar a morir bien, sino para despertar integralmente para la vida, o sea, para rasgar el velo de lo empírico.
El obispo refuerza que era un ejercicio que colocaba a la persona cara a cara con Dios: ahí, tener riqueza no resuelve.
“Muchos pequeños grupos apegados del yo, toxinas de la existencia desaparecen. El medieval creía muy terapéutico tomar una ducha de estas de vez en cuando, un baño de lo que es real mismo”, explica.
“Un pueblo que huye del pensamiento de la muerte es un pueblo alienado -advierte-. No se trata de necrofilia. Es cuestión de agudizar la comprensión de lo que es vivir hoy, aquí y ahora. Se trata del cultivo de la disposición cordial: si estamos, en todo momento, cara a cara con el Señor, en la muerte también estaremos“, enfatiza monseñor Mamede.
Además, el prelado resalta que la fe en la vida eterna puede, algunas veces, haber generado el fenómeno de la alienación, pero que creó grupos humanos de mucho coraje. De acuerdo con él, ejército que cree en la vida eterna es invencible.
El encuentro con el novio
Para finalizar, monseñor Mamede cita que hay una pintura antigua que muestra un circo romano lleno de pueblo y, en la arena, cuatro jóvenes entregadas a toros salvajes, y para el deleite de la platea, los toros las levantan en los cuernos, las tiran lejos y les rasgan el vientre y otras áreas de la piel. Según el obispo, después de algún tiempo, todo queda sin gracia, porque las vírgenes, extenuadas, permanecen en el piso.
“Entran entonces algunos arqueros para el golpe de misericordia: un flechazo en el pecho, que atraviesa el corazón. Ahí las vírgenes, en un último esfuerzo, se levantan y pasan a arreglar los cabellos, esconder pedazos de tripa y órganos expuestos y arreglar las vestiduras rotas. Uno de los arqueros pregunta: ‘¿por qué todo eso si de aquí a un minuto ustedes estarán muertas?’ Y una de ellas responde: ‘Es que vamos a encontrar al novio. Y para el encuentro con el novio no se va de cualquier manera’“, completa.
El prelado concluye su meditación recordando el prefacio de la Misa de los muertos: “Oh Padre, para los que creen en vos, la vida no es tirada, sino transformada, y deshecho nuestro cuerpo mortal, nos es dado, en los cielos, un cuerpo imperecedero”.
Artículo originalmente publicado por Gaudium Press