Los planteamientos de esta encíclica son proféticos: los confirmó el Nobel Amartya Sen
La beatificación de Pablo VI es una buena ocasión para desempolvar su encíclica Populorum Progressio, arrinconada en la crisis de conciencia social de nuestras sociedades, y relegada por su contenido y por su lenguaje a una reliquia de los años 60 hoy en día superada por el auge del neoliberalismo.
Para el beato Pablo VI “combatir la miseria y luchar contra la injusticia es promover, a la par que el mayor bienestar, el progreso humano y espiritual de todos y, por consiguiente, el bien común de la humanidad”.
Los planteamientos de esta encíclica son proféticos con respecto a lo que el premio Nobel en economía Amartya Sen propuso treinta años después, a saber, que el desarrollo no consiste únicamente en un proceso de planificación técnica económica, sino que, como dice Pablo VI, para ser auténtico, “debe ser integral, es decir, promover a todos los hombres y a todo el hombre”.
Ayudar a los países en vías de desarrollo (eufemismo para no reconocer que no pocos de ellos lo que están es en vías de subdesarrollo), no consiste sólo en un mejor reparto de la riqueza, sino en un proceso integral de cambio “de condiciones de vida menos humanas, a condiciones más humanas”.
Siguiendo a Aristóteles, también para el Premio Nobel el fin de la vida no es tanto lo que la gente tiene, sino lo que la gente es y hace. Por eso la pobreza no reside solamente en el estado de precariedad en el que la persona vive, sino también en la falta de oportunidades para escoger otros tipos de vida. Nada que ver con el planteamiento únicamente economicista según el cual el déficit de libertades humanas, sociales y políticas no sólo no tendrían nada que ver con el desarrollo económico sin que hasta podrían favorecerlo.
El verdadero desarrollo, ese que indicó Pablo VI y que los nuevos economistas del bien común proponen, consiste en la conquista de un haz de derechos humanos y, colectivamente, sociales: a una alimentación sana, a unas condiciones higiénicas, a una educación adecuada, a un progreso cultural, a participar en las decisiones políticas, en definitiva a un futuro mejor. Y eso no se manda en un conteiner, sino que se propone, se enseña, se promueve y de comparte in situ, codo a codo.
Tanto la conciencia crítica de los nuevos economistas como la tozudez de los hechos, dan la razón al beato Pablo VI: no hay desarrollo humano sin desarrollo económico, y no hay desarrollo económico sin desarrollo humano.