El libro Beato Pablo VI: Papa del diálogo aborda los momentos difíciles que vivió la Iglesia y el mundo durante y tras el Concilio
“El equilibrio fue su nota principal”, subraya Vicente Cárcel Corti del Papa Montini, y lo plasma en este obra de la BAC que pasa revista a los avatares que vivió el catolicismo tras el Concilio, con las desafecciones de sacerdotes, la contestación intraeclesial, como sucedió en la publicación de la Humanae vitae, documento asumido por Pablo VI en medio de la oposición de participantes en la consulta y de altos eclesiásticos. Tiempos convulsos en la sociedad, también, con la Guerra fría, las revueltas en Europa y en otras partes del mundo, la cercanía con las iglesias orientales y el conflicto en Vietnam, en el que el Pontífice apostó siempre por la negociación, criterio distinto del que sustentaba Estados Unidos.
-Su libro sobre el beato Pablo VI lo titula "Papa del diálogo", ¿podría abundar en este aspecto?
Fue la característica fundamental del Papa, como lo había sido antes del cardenal Montini, en Milán. La dejó plasmada en su primera encíclica Ecclesiam suam. Todo su pontificado fue un intento de dialogar con todos, dentro y fuera de la Iglesia, sobre todo con el mundo de la cultura laica, artistas de cine y teatro, pintores, escultores, etc. Los recibió en audiencia y les dirigió un discurso hermosísimo hablando de la belleza, del arte y del diálogo que se había interrumpida entre la Iglesia y el Arte y que era necesario recuperar. Él creo el Museo de Arte Contemporáneo del Vaticano y usó en ornamentos sagrados y signos exteriores formas artísticas muy avanzadas para su tiempo.
-¿Llegó a conocer y tratar al Pontífice?
Por su supuesto que sí. Varias veces con motivo de encuentros con el personal de la Curia Romana (Yo trabajé muchos años en la Signatura Apostólica) y con mi arzobispo, el Siervo de Dios (futuro Beato), don José María García Lahiguera, durante la visita “ad limina”. También tuve el honor de asistirle en el altar papal de San Pedro con motivo de la canonización de Santa Teresa de Jesús Jornet, fundadora de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, en 1974. Y muy frecuentes fueron las audiencias con grupos de Valencia, e incluso con mis padres, ya fallecidos, a quienes el Papa saludó personalmente en Castelgandolfo.
-A Pablo VI le tocó continuar el Concilio Vaticano II, a su juicio, ¿qué impronta mantuvo el sucesor de Pedro?
El equilibrio fue su nota principal. Durante la primera sesión conciliar de 1962, el cardenal Montini.
Perteneció al grupo más avanzado de obispos (Suenens, Lercaro, etc.). Pero, a partir de 1963 al Papa dejó libertad a los padres conciliares para sus debates, pero él moderó las cuestiones más delicadas con mucha prudencia (colegialidad episcopal, ejercicio del primado petrino), aunque insistió para que se aprobaran los documentos sobre la libertad religiosa y las relaciones con los hebreos. Su actitud no fue comprendida por todos
-Como dice en su libro, sufrió enormemente con las deserciones sacerdotales ocurridas tras el Concilio.
Concluido el Concilio, el catolicismo se dividió entre conservadores intransigentes y progresistas extremos; y al mismo tiempo se manifestó el triste fenómeno de las defecciones del clero y de masas de fieles que se encontraron casi sin referencias culturales ante una secularización en progresivo y rápido aumento, y al fenómeno general de la contestación, con la consiguiente crisis de autoridad, que se extendió muy pronto a las estructuras eclesiales afectando a la misma persona del Papa.
Las críticas a Pablo VI llegaron de derecha y de izquierda, con acentos a menudo muy polémicos y en algunos casos indignamente denigratorios.
-A lo anterior, se unió un clima de contestación dentro de la Iglesia, ¿cómo asumió Pablo VI estos momentos difíciles?
Un fenómeno típico de los primeros años del postconcilio, que se extendió también a los años Setenta cual fue el de la «contestación intraeclesial», fenómeno que la Iglesia no había conocido anteriormente, por lo menos con las características y modalidades que tuvo esta. Pablo VI percibió con aguda sensibilidad, no exenta de un profundo sufrimiento interior, la gravedad del peligro que corrían la fe y la moral cristiana y con prontitud y valentía se levantó en su defensa, a pesar de que sabía que iba a encontrar impopularidad y ásperas críticas.
-Hablar de momentos difíciles, parece que el Papa los tuvo a lo largo de su pontificado, por ejemplo, en la preparación y publicación de la Humanae vitae, en la que contó también con la oposición de parte de los expertos consultados.
Pablo VI confirmó la doctrina tradicional de la Iglesia sobre los fines del matrimonio y la regulación de la natalidad, tal como había sido enseñada en los últimos tiempos, principalmente por Pío XI y Pío XII. La Humanae vitae fue la última encíclica de Pablo VI y tuvo carácter casi profético para los hombres de hoy, trastornados por algunas forma de progreso que cada vez invaden más y lesionan la dignidad humana.
Desde su aparición, la doctrina de la Humanae vitae sobre la contracepción no solamente no fue aceptada por la gran parte de teólogos y moralistas católicos occidentales sino que también muchos obispos y algunas conferencias episcopales, como la de Bélgica y Canadá, formularon sus dudas.
El Papa quiso absolutamente reservarse para él toda la responsabilidad para decidir solo sobre esta cuestión, porque no fue nunca favorable a un alargamiento de la moral tradicional. Y ante las conclusiones no unánimes de la Comisión pontificia, mantuvo, contra la opinión de la mayoría de la Comisión, la doctrina de sus predecesores.
Podemos preguntarnos por qué no quiso someter esta cuestión ni a un Concilio ni a un sínodo de los Obispos y por qué marcó sus distancias de las conclusiones tomadas a larga mayoría por una Comisión que él mismo habían nombrado. Si la encíclica hubiese sido elaborada de forma más colegial, podemos preguntarnos si no habría sido aceptada más fácilmente o habría sido formulada de otro modo. Entonces, habría sido posible evitar el drama que ha constituido la Humanae vitae: drama, en primer lugar para el Papa, que fue –a menudo injustamente– severamente criticado y se sintió fuertemente aislado; drama para muchos obispos, teólogos y esposos católicos, que en conciencia no se sentían capaces de aceptar la doctrina de la encíclica; y drama para la misma Iglesia que perdió en aquel momento mucha de su autoridad moral ante el mundo.
-A su juicio, ¿qué aspectos sobresalientes tuvo Pablo VI en la relación con las iglesias orientales?
Pablo VI abrazó en Jerusalén y Roma al patriarca Atenágoras, besó el pie al metropolita Melitón, recibió al primado de la Iglesia anglicana Ramsey y visitó el Consejo Mundial de las Iglesias en Ginebra. Pablo VI definió a las Iglesias ortodoxas orientales como Iglesias «hermanas». Gracias a él se pasó del diálogo de la caridad al diálogo teológico, que es el verdadero nudo del ecumenismo, ya que la unidad de las Iglesias no podrá hacerse sino en la comunión en la única fe.
Una anécdota. Según el testimonio del que fue su secretario particular, Mons. Macchi, al final de la audiencia concedida a un Patriarca Oriental, el Papa le dijo: «si hay algo en mi persona que crea obstáculo a la unidad, dígamelo. El Patriarca respondió que la cruz que el Papa llevaba bordada sobre sus zapatillas (pantofola pontificia) era un obstáculo. El Papa me llamó inmediatamente y me dio orden de quitar de sus zapatillas la cruz».
-En su pontificado, estaba vigente la Guerra Fría, se dio el mayo del 68, la guerra del Vietnam, revoluciones en varios países, ¿cómo vivió el Papa esos acontecimientos?
Durante el pontificado de Pablo VI se intensificó sensiblemente la actividad diplomática y la política internacional de la Santa Sede. La línea constante de todas estas actividades, muchas de ellas lentas y complejas, fueron la promoción de la paz y la defensa de los derechos humanos y, en primer lugar, la libertad religiosa. En este sentido, Pablo VI tomó en 1968 una iniciativa que se ha mantenido hasta nuestros días: la celebración en toda la Iglesia católica el primer día del año de una «jornada de oración por la paz», para la cual publicó anualmente un mensaje especial y muy insistentes fueron sus llamamientos e intervenciones en favor de soluciones negociadas de conflictos, como ocurrió para la guerra en Vietnam, en contraste con el gobierno de los Estados Unidos.
Igualmente difíciles fueron sus relaciones con diversos regímenes dictatoriales, autoritarios o autocráticos, muchos de ellos presuntos católicos, a los que el Papa dirigió mensajes en favor de una mayor justicia social y del respeto de los derechos humanos sobre todo en América Latina y también en Europa, como explico en la segunda parte de mi libro.
-En su libro, hace balance de su pontificado calificando su persona de "paciente y tenaz" y de que "no fue amado y comprendido por todos", ¿pero similar a sus continuadores en el Primado de Pedro?
Sucedido inmediatamente a san Juan XXIII, Pablo VI percibió en un principio que el pueblo, romano y de todo el mundo, tal vez sentía respecto a él una cierta desilusión, que diríamos sentimental. La acogida que Roma y los romanos le reservaron a su regreso de Tierra Santa, la tarde del día de Reyes de 1964, fue grandiosa. El Papa se mostró casi maravillado: «¡Si se hubiera tratado de Pío XII, defensor civitatis! Pero yo llevo aquí pocos meses, y poco he podido hacer hasta ahora… », dijo. Era la primera vez que el Papa se alejaba tanto de su sede, y los romanos casi habían tenido la impresión de haberlo perdido. Al verlo regresar, el entusiasmo popular había estallado. Desde entonces los encuentros incluso con grandes masas, fuera y dentro de Italia, volviéronse para él algo normal.
-¿Cómo fueron sus relaciones con España?
Pablo VI pidió, con insistencia, fidelidad a los españoles y promovió la renovación conciliar del catolicismo español. El choque entre la Iglesia y el Estado fue inevitable y provocó una crisis que también tuvo fuertes repercusiones intraeclesiales.
Hecha esta precisión, lo primero que hay que decir bien claro, para romper el tópico absurdo y confuso de las presuntas suspicacias papales hacia España, es que Pablo VI mantuvo siempre serias reservas sobre el Régimen político, pero manifestó públicamente su admiración y amor al pueblo español, y para este tuvo siempre numerosos gestos de afecto y simpatía.
Tenía, como el Papa Pío XII, una idea un tanto romántica de la religiosidad española. Apreciaba profundamente nuestra tradición católica y sentía una enorme admiración hacia Santa Teresa -a la que proclamó en 1967 doctora de la Iglesia-, aunque evidentemente su estilo de espiritualidad, así como su cultura, eran franceses, más que españoles e, incluso, más que italianos.
Gracias a él comenzó la «transición de la Iglesia» mediante una larga y compleja operación que pasó por una profunda renovación del Episcopado para conseguir que, fiel a su tradición, la Iglesia pudiera desvincularse lentamente de un pasado histórico, que le impedía actuar en consonancia con los tiempos y disponerse hacia un futuro repleto de incógnitas.
Hay algo que nunca agradeceremos suficientemente los católicos españoles a Pablo VI:
– él fue, tenazmente el impulsor de la renovación conciliar de nuestra Iglesia;
– el inspirador de la progresiva separación entre nuestra Jerarquía y el Estado;
– el renovador cuidadoso de los miembros que componían nuestro episcopado, no en una dirección política sino pastoral.