La regulación del mercado frente al liberalismo/capitalismo
Eran de esperar, ya estaban tardando, los ataques y manipulaciones de los poderes económicos, del liberalismo/capitalismo, hacia el ultimo documento del Papa Francisco, la exhortación apostólica Evangelii Gaudium (EG).
No es la primera vez que se lanzan estos ataques, tales como que el Papa no sabe de economía, que está en las nubes, que es marxista, etc.
Todo ello no son más que burdas descalificaciones, falsedades e ideologizaciones por parte de estos poderes capitalistas para mantener sus privilegios y su des-orden injusto. El punto focal de estos ataques se debe a la denuncia, profética y evangélica, del Papa sobre lo que constituye la raíz inhumana e inmoral del liberalismo-capitalismo: “defiende la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera. De ahí que nieguen el derecho de control de los Estados, encargados de velar por el bien común. Se instaura una nueva tiranía invisible, a veces virtual, que impone, de forma unilateral e implacable, sus leyes y sus reglas. Además, la deuda y sus intereses alejan a los países de las posibilidades viables de su economía y a los ciudadanos de su poder adquisitivo real. A todo ello se añade una corrupción ramificada y una evasión fiscal egoísta, que han asumido dimensiones mundiales.
El afán de poder y de tener no conoce límites. En este sistema, que tiende a fagocitarlo todo en orden a acrecentar beneficios, cualquier cosa que sea frágil, como el medio ambiente, queda indefensa ante los intereses del mercado divinizado, convertidos en regla absoluta” (EG 56). Ya el Papa Francisco anteriormente había mostrado que el capitalismo es “salvaje y causante de la crisis, ha enseñado la lógica del provecho a cualquier costo, del dar para obtener, del explotar sin mirar a las personas…” (21 de Mayo 2.013, Roma).
Frente a toda esta injusticia y mal del capitalismo. Con sus dioses (ídolos) del mercado, del beneficio y de la riqueza, del poder y la dominación, y contra todo asistencialismo o paternalismo, el Papa nos enseña que “la necesidad de resolver las causas estructurales de la pobreza no puede esperar, no sólo por una exigencia pragmática de obtener resultados y de ordenar la sociedad, sino para sanarla de una enfermedad que la vuelve frágil e indigna y que sólo podrá llevarla a nuevas crisis.
Los planes asistenciales, que atienden ciertas urgencias, sólo deberían pensarse como respuestas pasajeras. Mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera y atacando las causas estructurales de la inequidad, no se resolverán los problemas del mundo y en definitiva ningún problema. La inequidad es raíz de los males sociales. La dignidad de cada persona humana y el bien común son cuestiones que deberían estructurar toda política económica, pero a veces parecen sólo apéndices agregados desde fuera para completar un discurso político sin perspectivas ni programas de verdadero desarrollo integral.
¡Cuántas palabras se han vuelto molestas para este sistema! Molesta que se hable de ética, molesta que se hable de solidaridad mundial, molesta que se hable de distribución de los bienes, molesta que se hable de preservar las fuentes de trabajo, molesta que se hable de la dignidad de los débiles, molesta que se hable de un Dios que exige un compromiso por la justicia. Ya no podemos confiar en las fuerzas ciegas y en la mano invisible del mercado. El crecimiento en equidad exige algo más que el crecimiento económico, aunque lo supone, requiere decisiones, programas, mecanismos y procesos específicamente orientados a una mejor distribución del ingreso, a una creación de fuentes de trabajo, a una promoción integral de los pobres que supere el mero asistencialismo. Estoy lejos de proponer un populismo irresponsable, pero la economía ya no puede recurrir a remedios que son un nuevo veneno, como cuando se pretende aumentar la rentabilidad reduciendo el mercado laboral y creando así nuevos excluidos.” (EG 202-04).
En dichos ataques al Papa, entre otras cosas, se ha dicho que su enseñanza sobre la regulación de los mercados, contra el liberalismo y al capitalismo, es nueva, que se la inventa el Papa Francisco, que ninguno de los anteriores Papas habría dicho eso. Lo cual es asimismo falso, ya que la Doctrina Social de la iglesia (DSI), que es una enseñanza espiritual y moral-no ideológica- en el que se inserta el Papa Francisco, desde sus orígenes: ha ido enseñando y profundizado en esta cuestión clave del control e intervención en la economía; y lo ha hecho desde el punto de vista ético-político en el bien común, la solidaridad y la justicia con los pobres.
Ya en los comienzos de la moderna DSI, León XIII en la Rerum Novarum (RN) denunciaba el libre mercado del trabajo, en especial el salario injusto para los trabajadores y sus familias, sin ninguna regulación ética-política y jurídica basada en la justicia social. La RN califica a la economía financiera especulativa-usurera como inmoral, con sus créditos e intereses que son abusivos, usureros, nada éticos (cf. RN 1). Lo que debía dejar paso a unos créditos morales y justos, a unas empresas y finanzas-banca ética, a una economía real regulada que sirva al empleo digno para el trabajador y sus familias, al desarrollo humano e integral. Después, en 1.931, en el contexto de la grave crisis de 1.929, Pío XI con su Encíclica Quadragesimo Anno (QA) decía lo siguiente sobre el liberalismo/capitalismo, frente a su falsa libertad (absoluta) de los mercados (“libre concurrencia”) y su des-regulación: "Hemos examinado la economía actual y la hemos encontrado plagada de vicios gravísimos" (QA 28), y lo denominó "el imperialismo internacional del dinero".
Y frente a una de las expresiones más características del liberalismo/capitalismo, la absoluta libertad de la propiedad privada sin ningún control ni distribución justa, nos enseña el Vaticano II (GS 69) que el destino universal de los bienes está por encima de la propiedad privada, que es para todos y tiene un carácter social. Por eso, como ya enseñaba Tomás de Aquino, el Vaticano II (GS 69) afirma que en caso de necesidad los bienes son comunes, y no es hurto que el pobre se apropie para sí los bienes que no son estrictamente necesarios a los otros. Está claro que esta distribución de los bienes se debería hacer de forma ordenada y jurídica, con las instituciones del estado, mediante por ejemplo un salario justo, una renta o sistema fiscal equitativo, etc. Pero cuando esto no sucede y peligra la subsistencia (la vida y dignidad) de la persona: esta apropiación de lo ajeno no es robo. El mercado tiene que ser así controlado, regulado por el estado y, en especial, por la sociedad civil en la búsqueda de ese bien común y la justicia social, como nos enseñaban Pablo VI (PP 33) y Juan Pablo II (CA 35 y 48). En esta línea el Catecismo de la iglesia nos decía que la economía y el mercado se deben situar en el marco moral del bien común, la solidaridad y la justicia social con los pobres (n. 2425). Tal como expresa otro principio básico de la DSI, la subsidiariedad, valor esencial para una verdadera democracia.
El destino universal de los bienes tiene, pues, la prioridad sobre la propiedad privada, que tiene un destino común y grava sobre ella una regulación de carácter social, como nos sigue enseñando Juan Pablo II (LE 14). De ahí que una clave esencial de la cuestión social y de la DSI, tal como ya indicamos, es el trabajo y un salario digno, justo para las personas y sus familias (LE 19). Ya que el trabajo, la realización y dignidad del trabajador tiene la prioridad sobre el capital (beneficio, medios de producción…, LE 13). Estos medios o la empresa debe ser socializada, todos los trabajadores deben ser protagonistas, participes y co-propietarios de la misma (LE 14-15). La economía financiera, sin control ni regulación, especulativa y usurera es inmoral, con sus créditos e intereses que son abusivos, usureros, nada éticos…; lo cual, todo ello, nos ha metido en esta actual e inmoral crisis.
Hay que establecer unos créditos morales y justos, unas empresas y finanzas-banca ética, una economía real que promueva el trabajo, el empleo y el desarrollo integral, como nos mostró Juan Pablo II (CA 43), el reciente Compendio de DSI (369-72) y continuaría enseñando Benedicto XVI (CIV 65). En este sentido, Benedicto XVI enseña que “tanto el capitalismo como el marxismo prometieron encontrar el camino para la creación de estructuras justas y afirmaron que éstas, una vez establecidas, funcionarían por sí mismas; afirmaron que no sólo no habrían tenido necesidad de una precedente moralidad individual, sino que ellas fomentarían la moralidad común. Y esta promesa ideológica se ha demostrado que es falsa" (Aparecida, 4) En su último Mensaje de la Paz de 2.103, Benedicto XVI denunciaba el descontrol del capitalismo, hoy sobre todo financiero, que causa “alarma con los focos de tensión y contraposición provocados por la creciente desigualdad entre ricos y pobres, por el predominio de una mentalidad egoísta e individualista” (n. 1) Y clamaba el Papa por “un nuevo modelo económico, ya que el que ha prevalecido en los últimos decenios postulaba la maximización del provecho y del consumo, en una óptica individualista y egoísta, dirigida a valorar a las personas sólo por su capacidad de responder a las exigencias de la competitividad” (n. 5).
Como se observa, la DSI nos enseña que el mercado y la economía, la propiedad y el trabajo deben ser reguladas por la ética, por el bien común y la justicia social-global con los pobres de la tierra, por el estado y la sociedad civil, en ese principio básico, ya dicho, como es la subsidiariedad. Y aquí está la clave donde la DSI niega también, como hemos visto, al marxismo comunista-colectivista o colectivismo. Ya que la gestión y regulación de la vida económica no solo la hace el estado o el partido gobernante, sino la sociedad civil. El mercado, la propiedad y el trabajo se deben socializar, esto es, gestionar y usarse por parte de la sociedad civil, de los ciudadano/as y pueblos, de la gente; lo que es totalmente contrario a una estatalización, el ídolo del estado-partido, como impone el colectivismo que niega la libertad y la participación (vida) democrática. En realidad, la modernidad burguesa que es propia tanto del capitalismo como del colectivismo (que en realidad, como se observa, es un capitalismo estado): se opone a la dignidad, centralidad y protagonismo de las personas y de los pueblos; ya que ambos están imbuidos del mismo materialismo economicista (economicismo), del afán de poder y dominación. Tal como lo ha puesto de relieve la DSI. Así nos lo enseña también el Papa Francisco: “El autor principal, el sujeto histórico de este proceso, es la gente y su cultura, no es una clase, una fracción, un grupo, una élite. No necesitamos un proyecto de unos pocos para unos pocos, o una minoría ilustrada o testimonial que se apropie de un sentimiento colectivo. Se trata de un acuerdo para vivir juntos, de un pacto social y cultural. Al Estado compete el cuidado y la promoción del bien común de la sociedad. Sobre la base de los principios de subsidiariedad y solidaridad, y con un gran esfuerzo de diálogo político y creación de consensos, desempeña un papel fundamental, que no puede ser delegado, en la búsqueda del desarrollo integral de todos” (EG 239-40).
Publicado en la Diócesis de Canarias por Agustín Ortega Cabrera (Centro Loyola e ISTIC)
Subdirector del Centro Loyola, Centro Fe y Cultura de los Jesuitas (Las Palmas de GC) y Profesor en el ISTIC (Departamento de Filosofía y Ciencias Humanas). Ha cursado los estudios de trabajo social (Diplomado), Filosofía y Teología (Licenciado en EE., Teología Sistemática), Moral (Experto Universitario) y Ciencias Sociales (DEA y Doctor por el Departamento de Psicología y Sociología, ULPGC)