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¿Es malo querer adivinar el futuro?

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Henry Vargas Holguín - publicado el 13/08/14
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Muchos, incluso cristianos, acuden a magos y astrólogos para saber qué les va a sucederHoy, en pleno siglo XXI, cuando ya no se considera noticia el envío de satélites y sondas a lejanos planetas, cuando los avances tecnológicos y científicos nos facilitan la vida y las comunicaciones instantáneas a nivel mundial, cuando el ser humano parece más inteligente nunca dejará de enfrentarse al misterio de su propia existencia y pretende encontrar en las ciencias ocultas la respuesta al sentido de su propia vida.

Mucha gente, incluso dentro de los cristianos, vive actualmente sufriendo una desesperanza, una tremenda crisis y no ven de dónde agarrarse; y la falta de una correcta relación con Dios y/o la pobreza de su fe la lleva a tomar una actitud de conveniencia buscando la solución pronta y fácil a sus problemas. Por eso ve en tanto esoterismo y superstición una ‘tabla de salvación’. La credulidad del hombre moderno en estas pseudo soluciones seria ridícula si no fuera porque en verdad se nota un vacío existencial; circunstancia que es explotada al máximo por personas de mala fe, que abusan de la ignorancia de la gente, que les venden soluciones baratas pretendiendo arreglar sus conflictos o asegurar su futuro.

Hecha esta introducción, antes que todo, no hay que confundir las realidades futuras: Juicio, cielo, infierno, purgatorio (los famosos novísimos), con el futuro en sí mismo.

Adivinar el futuro no es tanto lo malo sino, bajo todo punto de vista, lo ilógico y lo inútil, pues es imposible adivinarlo ya que el futuro no existe. Si fuera cierto que los adivinos conocieran el futuro, serían los más ricos del mundo al conocer de antemano los resultados de las loterías y juegos de azar; es más, al tener tanto dinero ya no perderían tiempo con tantos incautos. Cuántas predicciones del fin del mundo, que los medios de comunicación han divulgado hasta más no poder, y ¿qué ha pasado? Nada. Si se conociera el futuro ¿por qué ninguno de estos “adivinos” avisó o dijo algo sobre los grandes atentados, más concretamente el del 11 de septiembre del 2001, para poder evitarlos? No lo dijeron, sencillamente porque lo desconocían. Si estos hechos ya estaban prefijados, por algo o por alguien, para que se concretaran en New York en esa fecha y existiera la posibilidad real de que los adivinos lo supieran antes lo habrían comunicado evitando así la catástrofe y ganando fama y credibilidad.

La realidad es que el futuro no se puede predecir, simple y llanamente porque no ha llegado; lo único real es el hoy, el momento presente que siempre vamos dejando atrás. No existen contemporáneamente presente y futuro, como tampoco existe un Pedro Raúl Ramírez (nombre ficticio) en el presente y otro igual Pedro Raúl Ramírez viviendo en el futuro; ¿uno del futuro que se tenga que encontrar con el otro del presente? No es lógico. ¿Cuál de los dos existe? Pues sin duda, el único que existe es el del presente.

El pretender adivinar o conocer el futuro es un pecado grave contra el Primer Mandamiento de la ley de Dios. Y será malo en la medida en que se desconfía de Dios a partir de una falsa idea de Él, se incentiva el error, se malgasta dinero inútilmente al consultar adivinos, la gente se deja confundir, se pierde tiempo, y se abre la puerta a otras realidades.

La superstición abre las puertas a la magia, y la magia abre las puertas al demonio, porque cuando una persona recurre a la magia no tiene confianza en Dios, piensa que Él no puede darle lo que quiere, entonces acude a los brujos y demás realidades parapsicológicas para lograrlo. Lo que la gente no sabe es que el brujo, el adivino, el experto en ‘ciencias ocultas’ realiza ritos y emplea signos de los cuales el demonio se sirve para hacer su voluntad.

Hay que advertir algo grave sobre el engaño que hacen estas personas y es que utilizan los sacramentales, p.e., el agua bendita o cualquier otro objeto que se haya bendecido, así como imágenes de santos o de la Virgen de Guadalupe para tranquilizar a las personas que llegan a solicitar sus servicios. Es necesario estar en guardia y no creer en nada de estas cosas, pues si se tuviera fe y más confianza en Dios, todo esto no existiría.

Está claro que la vida no es fácil y que hay problemas y dificultades, pero Jesús habla de que en esta vida hay una cruz que cargar hasta el final, “con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”: Lc 21, 19. Lastimosamente muchísimas personas consideran creíbles los mensajes de los astrólogos, adivinos y clarividentes que a toda hora encuentran espacio en los medios de comunicación; y la gente se lo cree sólo porque, p.e., ‘lo han dicho en la televisión’.

Con la astrología, con la futurología, con los adivinos del futuro pasa igual que con las mentiras, pues una mentira repetida muchas veces suele convertirse en verdad. La gente no se da cuenta que tales actividades constituyen un negocio multimillonario que busca vaciar los bolsillos de los simpatizantes o ingenuos después de haberlos esclavizado o engañado con una superstición sin fundamento.

El daño más grave no es, aunque sea el más notorio, de orden económico sino de orden sobrenatural, de orden espiritual pues consiste en la progresiva erosión del patrimonio de la fe y del sano equilibrio ético-religioso, entre otras cosas, ya precario, que se verifica cuando se cede a tales sugestiones.

Demasiados cristianos alejados de la Iglesia, no sin culpa personal, demuestran una fe frágil y superficial al no percibir que la superstición, las magias blanca o negra, las artes adivinatorias, el satanismo y cosas por el estilo están en radical contraposición a la fe cristiana.

Según los astrólogos se cree que se puede predecir el destino de una persona observando la posición de los astros y el movimiento de las estrellas en el momento del nacimiento. Entre los mismos astrólogos hay contradicciones, pues no falta el adivino o astrólogo que niegue la validez ‘científica’ de los horóscopos de los periódicos, y reconocen valor únicamente a sus propias predicciones.

Qué responderán los astrólogos a la siguiente pregunta: ¿Por qué las personas nacidas bajo la misma constelación (nacidas a la misma hora del mismo día) y para las cuales naturalmente ha sido hecho el mismo horóscopo, no han tenido un futuro igual? Tantas personas tienen el mismo horóscopo y sin embargo no todos han tenido los mismos talentos y el mismo destino. Un mismo horóscopo es interpretado de manera diversa aun entre los mismos astrólogos. La prueba más fehaciente de que los astros no determinan el futuro se confirma en el hecho de que dos hermanos gemelos tienen dos vidas diferentes; se parecen entre ellos, pero son dos personas totalmente diferentes y con caminos diferentes pues cada uno es único e irrepetible. Es ahí donde uno se da cuenta que todo es un engaño, las cuentas no cuadran.

La astrología no es un camino científico para prever el futuro de una persona. Las estrellas tienen algún influjo sobre la salud y sobre la actividad psíquica del ser humano, como lo tienen también las condiciones climáticas y meteorológicas en general, pero de ninguna manera ofrecen datos suficientes para prever que esto o aquello sucederá en el futuro. La astrología se mueve dentro de un esquema casi absolutamente simbólico. No se puede pretender reconducirla dentro de un esquema lógico y racional. En la astrología las leyes científicas no tienen base o fundamento.

La astrología se convierte en superstición cuando se cree ciegamente que el destino esté ya señalado por las estrellas y sus movimientos. Y la superstición es una fe al revés, se cree en cualquier otra cosa antes que creer en la única potencia de Dios, Señor de la historia y del mundo.

Cuando se recurre a estas prácticas no es sólo la verdadera fe la que se  pone en entredicho sino también la misma razón, que ha sido dada al hombre por Dios para que se sirva de ella, y no se engañe con sus propias manos.

Pareciera innecesario hacer estas aclaraciones hoy día, pero no lo es porque la gente, aun con estudios, cae en estas mentiras; es el caso de un médico amigo mío que me preguntó si en verdad se podía predecir el futuro; la cosa es pues sería. Siempre habrá que repetir lo mismo pues nunca faltaran los charlatanes que quieran seguir engañando a la población con o sin estudios o formación intelectual. La ignorancia se da en todos los niveles.

Ahora bien, Jesús habla de su regreso al final de los tiempos, y dice: “el cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasaran. Mas de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre” (Mc 13 31-32). Si existiera el poder de la adivinación del futuro, los adivinos sabrían cuando se verificará algo tan trascendental en la historia de la humanidad como es la segunda venida del Hijo del hombre al final de los tiempos, pues tendrían que saber lo próximo y lo remoto; pero no lo saben.

Jesús cuando afirma su retorno no está adivinando nada, simplemente sabe lo ha de pasar. Es como, p.e., una madre que sabe que un hijo vendrá a visitarla, pero no sabe ni cómo, ni cuando, ni cómo vendrá vestido, etc.; algo que ni el mismo hijo lo sabe. Una cosa es adivinar qué pasará y otra, muy diferente, es saber que algo ciertamente se dará aunque se ignore el cómo y el cuándo. Es como tener la absoluta certeza de que (en el futuro) uno tiene que morir; y el saber que esto pasará no es adivinar, simplemente es saberlo por lógica; pero uno no sabe ni cuándo ni cómo.

Si existiera algo ya programado desde siempre y si existiera el poder de adivinarlo o conocerlo con anticipación, los adivinos sabrían el momento de la propia muerte, pero igualmente lo ignoran.

El ser humano nunca estará en grado de saber algo que, de momento, no existe; porque el futuro, como se ha dicho antes, no existe, como si fuera algo ya concretado.

No existe una realidad preestablecida que tenga que llegar del futuro porque, entre otras cosas, ¿dónde queda el libre albedrio con sus consecuencias que no prevemos? Es decir, el ser humano no es un robot programado o una marioneta que tenga que ser movida con hilos invisibles para que dé realidad a circunstancias que, p.e., Dios ya ha querido que pase en uno u otro sentido, bueno o malo. Dios no es un titiritero. Dios crea al hombre libre. La libertad es un gran bien del hombre; la libertad presta al hombre una dignidad que le eleva sobre todas las demás criaturas del mundo visible. Dios respeta la libertad que El mismo ha querido para el ser humano. No impide la libertad humana ni siquiera cuando puede ser fatal y decidirse por el mal. Justamente ese respeto manifiesta la alta idea que Dios tiene del hombre libre. Dios considera y trata al hombre como mayor de edad, como independiente, como responsable de sí mismo y del mundo y no como a una máquina o a un niño manejable a su gusto. Con el regalo de la libertad Dios impone al hombre la carga de  la responsabilidad.

Alguien podrá decir: “Pero un clarividente me adivino el futuro”. ¿Por qué a veces los que practican las ciencias ocultas o adivinos ‘aciertan’ en ciertas predicciones? Primero que todo hay mucho engaño. En algunos casos son meras coincidencias pues las casualidades existen; en otros casos se trata, con habilidad, de conocer anticipadamente la consecuencia lógica y última de ciertas acciones o acontecimientos y decirle a la persona: ‘pasara esto o aquello’; en otros casos es porque sencillamente, con el poder impresionante de la mente, se manipulan las circunstancias que encausan la llegada de lo que los adivinos  quieren que se dé; en otras ocasiones hacen que la persona que los busca (a los adivinos) ella misma haga su trabajo mental para el mismo fin por sugestión;   en otras ocasiones es intuición es el caso, p.e., del niño que está jugando futbol al borde de unas escaleras ¿qué pensarías si lo ves?  Tu intuición te lleva a pensar en que se irá a caer, porque es una posibilidad muy real y posible; y sucede. No por ello eres un  adivino.

Es por todos conocido un personaje que se llama Nostradamus. ¿Qué pasa realmente con este personaje? Con Nostradamus lo único que pasa es que en el libro que él escribió muchos han querido ver en sus profecías acontecimientos posteriores a su muerte; se hace coincidir o encajar, a veces a la fuerza, algo que ya ha pasado con algo que él escribió. Como este ejercicio se ha hecho varias veces, Nostradamus se ha ganado la fama de conocedor del futuro, pero no es tal.

Lo único cierto es que el futuro lo construimos de la mano de Dios, segundo tras segundo y día a día, tanto en el orden temporal como en el eterno. En conclusión, como bien dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “…la actitud cristiana justa consiste en entregarse con confianza en las manos de la providencia en lo que se refiere al futuro y en abandonar toda curiosidad malsana al respecto. Sin embargo, la imprevisión puede constituir una falta de responsabilidad” (CIC 2115). También dice el Catecismo: “Todas las formas de adivinación deben rechazarse: el recurso a Satán o a los demonios, la evocación de los muertos, y otras prácticas que equivocadamente se supone “desvelan” el porvenir (cf Dt 18, 10; Jr 29, 8). La consulta de horóscopos, la astrología, la quiromancia, la interpretación de presagios y de suertes, los fenómenos de visión, el recurso a “mediums” encierran una voluntad de poder sobre el tiempo, la historia y, finalmente, los hombres, a la vez que un deseo de granjearse la protección de poderes ocultos. Están en contradicción con el honor y el respeto, mezclados de temor amoroso, que debemos solamente a Dios” (CIC 2116).

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