¿Crees que ha cambiado, que antes era de otra manera? ¿No será tal vez que tú lo veías de otra manera? Tendemos a proyectar en el otro nuestros deseos
A veces nuestro amor puede no ser tan sólido. Y luego, con el paso del tiempo, cuando rascamos, al profundizar las relaciones, nos decepcionamos. Nos decepcionamos de nosotros mismos, porque no acabamos de conocernos. Nos decepcionamos de aquellos a los que amamos, porque pensábamos que eran distintos y, cuando nos defraudan, nos gustaría que fueran perfectos.
¡Cuánto dolor provoca en la vida matrimonial comprobar que el cónyuge no es como creíamos que era! Nos imaginábamos una realidad diferente. Nos da miedo ahondar y ver cuál es la verdad. Esperamos, deseamos y luego, tal vez, ya es demasiado tarde.
Hay personas que no se conocen cuando se casan y, con el paso de los años, al conocerse, surge la decepción. Llegan los desencuentros, el desamor, la falta de respeto. Y todo porque pensaban que eran distintos.
Y dicen que el otro ha cambiado, que antes era de otra manera. ¿No será tal vez que nosotros lo veíamos de otra manera? Tendemos a proyectar en el otro nuestros deseos, nuestros sueños, nuestro ideal. Lo vemos mejor de lo que es.
Tenemos que ser más realistas con la vida, con las personas, con nosotros mismos. Sólo podemos amar lo que conocemos de verdad, hasta el fondo. El conocimiento permite que el amor crezca y se haga fuerte sobre una base sólida.
Aceptar la verdad del otro es el único camino en el amor. Aceptar la verdad y respetarla. Acoger al otro en su verdad, sin rechazarlo. En ocasiones, cuando conocemos a la persona amada en sus debilidades, podemos perder el respeto. Atacamos, nos burlamos, herimos.
Sólo es posible amar desde el respeto. Como decía el padre José Kentenich: «No existe amor alguno sin respeto. Ni respeto alguno sin amor. El respeto de mi parte suscitará en el otro la respuesta del respeto»[1].
El respeto es necesario para acoger a las personas en su verdad. Es el respeto que nos lleva a besar la verdad oculta en el corazón de la persona amada. El respeto a sus tiempos, a sus necesidades, a sus miedos. El respeto a que es como es y no podemos exigirle que sea otra persona.
Es el misterio ante el que nos arrodillamos con un respeto sagrado. Dentro de cada uno hay un tesoro. Es el que es, no el que soñamos. Es como es, no como quisiéramos que fuera. Es un tesoro que tantas veces no valoramos porque esperábamos otra cosa.
La decepción viene de nuestro deseo insatisfecho, de nuestros sueños incumplidos. Cuando esperamos algo del otro que no sucede, cuando no reacciona como quisiéramos, no somos capaces de valorar todos sus actos de amor aunque sean maravillosos.
Tenemos la capacidad para ver la botella vacía cuando está medio llena. La capacidad para ver oscuro el día cuando algo duro nos ha sucedido. Dejamos de creer en un plan de amor de Dios para nuestra vida. Dejamos de ver la luz detrás de la tormenta. El brillo de los tesoros nos encandila. Y cuando perdemos el tesoro en el que creíamos, la vida se desvanece.
Kentenich Reader, Tomo III