La protección del migrante/peregrino está en el corazón de la tradición judeocristiana
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El Coloquio “México-Santa Sede sobre migración y desarrollo”, tuvo por objetivo analizar el fenómeno con miras a colaborar en la protección de los migrantes y articular soluciones para terminar con la “peregrinación del hambre”. Si bien se planeó con cierta antelación, ganó mayor relevancia por la crisis humanitaria de los niños migrantes en Estados Unidos.
El evento contó con la presencia del cardenal Parolín, Secretario de Estado del Vaticano, quien además se entrevistó con el Presidente Peña Nieto y tuvo varias reuniones con los obispos mexicanos. Así, la voz del Papa Francisco se hizo presente de manera clara e inequívoca. Me parece que la trascendencia del Coloquio está fuera de duda y que tiene dos lecturas necesarias: una religiosa y otra Política, así, con mayúscula. Reflexionemos, por ahora, en su dimensión religiosa por ser la que mueve a los católicos.
La protección del migrante/peregrino está en el corazón de la tradición judeocristiana. El referente obligado es la narración de la destrucción de Sodoma (Éxodo 18 y 19), que podemos comprender en dos momentos. En el primero, tres migrantes/peregrinos, en quienes se afirma la presencia de Dios, pasan frente a la tienda de Abraham a la hora de mayor calor, la más difícil podemos decir. El anciano corre a su encuentro y les llena de atenciones. El resultado es la fertilidad de Sara y el posterior nacimiento de Isaac, iniciando una descendencia llamada a ser más numerosa que las arenas del mar.
En el segundo, los peregrinos llegan a las puertas de Sodoma y se repite similar escena, pero teniendo como protagonista a Lot, un hombre justo que había llegado a vivir a la ciudad como extranjero; pero ahora sucede algo terrible. Los habitantes de la urbe quieren violentar la morada de Lot para abusar de quienes habían encontrado refugio en su casa. Nada los detiene, a no ser el brazo del peregrino que protege a Lot y una luz que ciega a los malvados. Entonces, Dios destruye Sodoma, pero salva a Lot, en cumplimiento de la promesa hecha a Abraham de que ningún justo perecería en la aniquilación.
La narración es prístina y el mensaje contundente. Dios se hace presente en los migrantes/peregrinos y rechaza radicalmente a quienes abusan de ellos. La historia se vuelve tópico a lo largo de la Biblia. Al final, Cristo recién nacido sufre la persecución de Herodes, migra a Egipto, y todo cobra pleno sentido en el Sermón de la Montaña.
A lo largo de la historia, la Iglesia ha sostenido el esfuerzo en culturas y contextos diferentes de lo cual ha quedado huella, por ejemplo, en la arquitectura virreinal cuyos conventos aún conservan el “portal de los peregrinos”.
En nuestros días, desde hace ya muchos años, la Iglesia en Estados Unidos, México y Centroamérica ha promovido la protección de los migrantes tejiendo una vasta red de refugios y apoyos. Sin embargo, la dimensión del problema sobrepasa cualquier esfuerzo y urgen nuevas leyes, políticas públicas y grandes alianzas.
Los auténticos hijos de Sodoma, que son cuantos rechazan a Dios abusando del del peregrino/migrante, actúan casi en la impunidad, toman la forma de traficantes de personas, son tan cobardes como sus bíblicos antecesores y se placen en reducir a nuestros hermanos a simples cosas desechables. Pero Dios permanece fiel a sus promesas y hoy, como ayer, ama a los justos y exige luchar contra los perversos. De esto se trata y nada más. El que tenga entendedera, que entienda.