Es vivir y morir, un poco en cada instante. Detenerse ante el caído, aunque perdamos la vida y se nos escape un poco el plan tan bien trazado
Vivir es algo más que ver pasar el tiempo. Vivir es dar la vida, sin retener las horas. Dibujar los momentos que construyen mi alma. Acariciar el viento, como soñar despierto, como tocar las cumbres, como vivir sin pausa, sin miedo, sin sombras, sin tristezas.
Vivir de verdad. Intensamente. Lo hondo y lo pasajero. El placer de la vida y el dolor más profundo. Es tocar las heridas con un respeto santo, arrodillados. Es mirar el mañana, cuando amanece el día, descifrando los signos, encontrando el camino.
Es guardar entre los dedos la luz que hemos tocado, o la que no apreciamos. Es amar sin miedo a perderlo todo. Es aprovechar el momento, sin pensar que se escapa.
Es levantar el vuelo y caer cada noche, cansados, agotados, muertos, sin excusas, sin habernos guardado. Es pensar que los sueños sólo valen si florecen, porque si no lo hacen, se pierden y se olvidan.
Es creer que las palabras dan vida cuando creemos en ellas, en su fuerza creadora, en ese poder mágico que todo lo transforma. Es pensar que mi vida es pequeña y necesaria, útil e imprescindible. Porque somos únicos. Porque valemos oro.
Es agradecer el sol y disfrutar la tormenta, sin lamentar las pérdidas, sin el pecho oprimido. Es mirar lo que da luz y acordarse del pasado, saboreándolo, contemplándolo.
Es agradecer a la vida por tantos regalos y saber que todo es bueno, incluso lo malo. Es sonreír cuando estamos tristes y llorar con el que llora, aunque estemos alegres.
Es caminar despacio, esperando a los que nos siguen. Es detenerse a esperar, porque es lo más sano. Aunque perdamos el tiempo o el lugar o nuestro espacio. Porque nos necesitan, porque no saben el camino.
Es vivir y morir, un poco en cada instante. Detenerse ante el caído, aunque perdamos la vida y se nos escape un poco el plan tan bien trazado.
Es caminar con la herida, sin pretender estar sanos, dejando en las entrañas de la tierra algo nuestro, lo más sagrado. Es abrazar y sonreír, levantar y caerse.
Es construir un palacio aunque no lo habitemos. Dibujar ese cielo que nunca surcaremos. Es navegar con calma un océano sagrado, sin saber el destino, sin importarnos tanto.
Es vivir de verdad, porque la mentira hiere, sin esconder los miedos, sin ocultar caídas. Con la cabeza alta, sin hundirnos, caminando siempre hacia delante.
Es tocar la esperanza hecha carne en la vida, en las almas que encontramos, en las personas que se nos confían.
Es aceptar las cosas, como son, sin querer cambiarlas, sin temer perderlas, sin querer poseerlas. Es surcar los hondos mares, paladear la brisa, sonreír a la luz que desvela horizontes y sostener la noche que antecede al día.
Es amanecer con calma y atardecer sonriendo. Es vivir y morir, amando a cada paso. Es guardar en mi alma la luz de cada día.
Creo que la vida es distinta cuando aprendemos a vivirla con el Señor. El Señor camina a nuestro lado. Vivir con Él significa vivir recostados en su pecho. Como decía CS Lewis: «Si quieres estar caliente, permanece cerca del fuego. Si quieres tener alegría, paz, vida eterna, permanece cerca de lo que las posee».
Si permanecemos cerca del Señor todo será más fácil. Allí descansaremos. Allí encontraremos la paz que tantas veces nos falta. Volvemos a Él. Descansamos en su costado abierto.