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Transexuales: ¿el cuerpo humano miente?

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Aleteia Team - publicado el 23/05/14
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A pesar de los eslóganes ideológicos, la ciencia afirma que la naturaleza humana exige coherencia entre los genes y el sexo fisiológico
Asistimos a un experimento antropológico, que se apoya en la Biotecnología, con la pretensión de conducir hacia un tipo de ser humano para el que no existen sexos, «sólo roles», y según el cual la identidad sexual, ser varón o ser mujer, es de libre elección ¿Significa que no es importante, o incluso no es necesaria, la conexión psicológica entre «yo y mi cuerpo»?
 
Vivimos una creciente preocupación por la salud, el bienestar físico y la apariencia física. ¿Significa que es posible entendernos a nosotros mismos, entender lo que pasa en nuestro interior, al margen del propio cuerpo?
 
Cuando algo, o alguien, nos afectan y despiertan un sentimiento, lo notamos precisamente en el cuerpo. Nuestro cuerpo nos comunica con los demás y a la inversa ocurre con el de los demás ¿Podremos darnos a entender y entender a los demás si creamos una situación de desencuentro entre «yo», mi intimidad, y mi cuerpo?
 
Los conocimientos actuales de la Biología humana, especialmente los datos de las neurociencias, acerca de la identidad sexual, nos permiten analizar con serenidad, sin prejuicios y sin enjuiciamientos de ningún signo, ni transfobias, qué puede suponer alejarse uno mismo del propio cuerpo.
 
El sexo corporal está determinado en la herencia biológica recibida de los padres. En primer lugar, por la diferente información genética del par de cromosomas XX de la mujer, o XY varón. En segundo lugar, porque los patrones, de la feminidad o de la masculinidad, se ponen en marcha ordenadamente por componentes específicos del cromosoma Y, o del par XX. La misma herencia genética –23 pares de cromosomas– está presente en todas las células del organismo.
 
Los genes de las células que constituyen las gónadas –ovarios o testículos–, que generan, a su vez, las células de la transmisión de la vida, bien femeninas –óvulos– o masculinas –espermios–, así como las células que forman los genitales, y las células del cerebro, se activan o se silencian al compás de las hormonas sexuales, cuya síntesis dirige la ausencia de un cromosoma Y en la mujer o la presencia en el varón.
 
Los órganos de la reproducción y el cerebro tienen sexo. Sólo un cuerpo de mujer forma y madura óvulos, y sólo un cuerpo de varón produce espermios. El estado del ADN de los óvulos es diferente del estado que tiene el material genético de los espermios. Ese estado del ADN específico de sexo se denomina impronta parental.
 
Es bien conocido que para que viva y se desarrolle un individuo se requiere que la dotación genética heredada, compuesta por 23 pares de cromosomas, tenga impronta materna en uno de los cromosomas de cada par y en el otro cromosoma impronta paterna. Existe, en los primates, una barrera biológica por ahora infranqueable, que echa por tierra la posibilidad de que nazca un hijo de un padre sin una madre, o de una madre sin un padre. Al menos hoy por hoy, y no parece que sea de otra forma, cada persona humana ha de ser hijo/a de uno y una. Por ahora, y posiblemente para siempre, la idea de una reproducción asexual, natural o artificial, o por manipulación de dos óvulos o dos espermios no es más que ciencia ficción. La Biotecnología no ha logrado saltar los límites de la Biología.
 
La producción artificial de óvulos o espermios desde células madre inmaduras de una mujer o un varón no ha dado resultados, al menos hasta ahora. La reproducción artificial exige donantes humanos en cuyo cuerpo se han formado los gametos, óvulos o espermios, o sus precursores.
 
Es posible que la biotecnología salte la necesidad de que se formen en el cuerpo de una mujer o de un hombre, respectivamente. Pero, no por eso dejaría de ser muy significativo humanamente el hecho de que la identidad propia de cada persona se la proporcionan necesariamente su padre y su madre «biológicos». Se puede técnicamente almacenar gametos y fecundarlos, pero la herencia genética tiene su historia, viene de un tronco familiar, con sus predisposiciones, su propensión a determinadas enfermedades, además de su etnia y los rasgos de los rostros, etc. De ahí que cada persona tiene derecho a saber de quiénes procede, y con ello cual es su identidad biológica.

 
La identidad sexual forma parte de la identidad biológica de cada persona. El «yo» se somatiza en el cuerpo, que es sexuado. El sexo cerebral, psicológico, coincide con el corporal, y da lugar a un amplio margen de estilos de los varones y las mujeres. El cerebro tiene sexo.
 
Esto no supone ignorar que hay personas transexuales, que se sienten del sexo opuesto al de su cuerpo, ni ignorar que existen personas con un trastorno del desarrollo gonadal –«ovotesticular»–, que presentan ambigüedad en las estructuras gonadales y en los genitales.
 
Hoy sabemos que la causa de ambas condiciones es genética. La alteración de uno o más genes lleva consigo deficiencia de alguna de las enzimas ligadas al metabolismo de las hormonas sexuales y, con ello déficit, o exceso, en la acción que éstas ejercen sobre la regulación de otros genes.
 
Durante la fase prenatal los genes de los cromosomas sexuales establecen las estructuras de los testículos o de los ovarios fetales que fabrican las hormonas. También el cerebro recibe y metaboliza las hormonas, en momentos adecuados y diferentes de los de la consolidación de las gónadas. Mantiene un delicado equilibrio hormonal que traza las líneas maestras del patrón cerebral femenino o masculino.
 
A diferencia de cualquier otro órgano, el cerebro es plástico toda la vida. Se estructura y funciona a golpe de hormonas en algunas fases tempranas de la vida, y sobre todo de vivencias, experiencias, adicciones y decisiones. La acción de las hormonas es especialmente intensa en la infancia –primera pubertad– y en la pubertad con la que comienza la adolescencia.
 
Puede afirmarse que la acción directa de las hormonas sexuales sobre el cerebro es un factor crucial en el desarrollo de la identidad de género, masculina o femenina. No obstante no es suficiente. De hecho, hay diferencias en la sensibilidad a los andrógenos, hay diferentes niveles hormonales y de los receptores, que las captan para que ejerzan su acción específica en las células tanto de los órganos de la reproducción, como del cerebro.
 
Por ello, existen personas transexuales a las que su cuerpo no les dice lo mismo que su «yo». Y existen personas, antiguamente denominados «intersexos» o «hermafroditas», que su cuerpo les da un mensaje ambiguo, por sufrir un trastorno del desarrollo ovotesticular.
 
Los conocimientos actuales apuntan, en el caso de la transexualidad, a una disfunción en la percepción cerebral del propio cuerpo, que no es una simple cuestión de preferencia dependiente del entorno social o del aprendizaje. Y, por ello, la investigación biomédica pone en tela de juicio que la armonía psique/ corporalidad se alcance con las intervenciones quirúrgicas y los tratamientos hormonales que cambian el sexo genital y los caracteres sexuales secundarios y a su vez afectan al cerebro.
 
Las personas con trastorno genético del desarrollo gonadal tienen estructuras corporales con ambigüedad sexual, sin efectos cerebrales. Los niños que nacen genética y hormonalmente como varones se identifican desde la infancia como varones, a pesar de haber sido, muchas veces, criados y educados como mujeres, e incluso haberles sometido a una cirugía feminizante y des-masculinizante en el nacimiento.
 
A su vez, niñas sometidas a altos niveles de andrógenos –que proceden de las glandulas suprarenales– en la etapa prenatal tienen genitales masculinizados y, sólo en casos extremos, presentan transexualidad. Hoy podemos saber qué ha causado la ambigüedad gonadal, y educarle como lo que es en realidad. Los tiempos de que ante la duda «sea niña», han pasado afortunadamente.

 
Es un principio general que el cuerpo humano no miente, y siempre avisa de lo que ocurre. Por el contrario, el cerebro puede errar en sus percepciones. Pero, aún entonces, todo lo que ocurre en la psique el cuerpo lo somatiza. La información sobre los avances de la neuroendocrinología y de la neuroimagen, en este campo, debe darse a conocer, y debería tenerse en cuenta en la educación de las nuevas generaciones. Los slogans al uso «no existen sexos, sólo roles», impuestos desde la infancia, no reconocen lo que la ciencia pone de manifiesto: la naturaleza humana exige coherencia en los niveles genético y gonadal, porque el «yo» está somatizado en un cuerpo que es sexuado.
 
Desde hace algo más de una década, ese slogan se ha convertido en el icono de la modernidad y algunos defienden que esta perspectiva ha de aceptarse y transmitirse desde la infancia. La idea que subyace es librarse de las exigencias del propio cuerpo, ser autónomo y auto-construirse a sí mismo. El sexo –se dice– no es nada más que una función fisiológica –que sólo ofrece ser varón o mujer como únicas posibilidades–, mientras el genero se refiere a las preferencias y éstas son realidades sociales sujetas a cambios tantas veces como se quiera.
 
No obstante, así como la igualdad de derechos de la mujer con el varón es una cuestión social, cultural y jurídica, la superación de los sexos exige la intervención de la biotecnología. Se trata de llevar a cabo una revolución de la humanidad opuesta a los procesos de la Evolución biológica. De ahí que haya una fuerte brecha en el planteamiento de este experimento sobre la identidad de género. La biología humana, que no es mera zoología, pone de manifiesto lo especifico de un ser vivo cultural.
 
Y sin embargo, la biología no es cultura y no se cambia fácilmente, ni sin pagar un alto precio. Es la persona, cada uno de los hombres y mujeres, el que es un ser vivo cultural. El protocolo de este experimento requiere pasar el tribunal de la ciencia ¿Qué supone contraponer en una persona el sexo biológico y el psicológico y social? ¿Qué es innato en ello, y qué cultural? ¿Qué ofrece la biotecnología, de hecho, al cambio de sexo? ¿Qué garantías de éxito hay?
 
Y si resultara que el experimento no es válido: ¿Cómo paliaríamos las consecuencias en las posibles víctimas a las que no se les ha dado opción de elegir participar o no en el experimento?
 
 Contenido
 
1. Más allá del par XX y XY de cromosomas en la identidad sexual y la transmisión de la vida
Sexo y herencia genética La asimetría genética del par XX-XY dirige las diferencias entre los órganos y las células sexuales
 
2. La biotecnología a la búsqueda de una reproducción humana asexual
Producción de gametos Clones, partenontes y quimeras Un individuo de dos progenitores del mismo sexo: ¿Dos padres? ¿Y dos madres sin un padre?
 
3. El cerebro es un órgano sexuado: Identidad varón-mujer
En la etapa prenatal se determina la identidad sexual Diferencias temporales durante el desarrollo gonadal y cerebral
 
4. Transexualidad
Genes y su regulación Estructuración de la zona cerebral hipotálamica antes y después de tratamiento hormonal Estructuración de áreas cerebrales no relacionadas con los procesos sexuales
 
5. Autopercepción del cuerpo y transexualidad
Tratamientos psicológicos
 
6. Trastornos del desarrollo ovotesticular: estados de intersexualidad
Extrofia Cloacal
Síndrome de Insensibilidad Completa a Andrógenos Hiperplasia Adrenal Congénita
 
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Publicado en Cuad. Bioét. XXIII, 2012/2ª
 
Artículo publicado originalmente por Bioéticaweb 

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