Mucho más que la imagen caricaturística que ofrece la Literatura, los Templarios fueron una orden al servicio de los peregrinos
El profesor Franco Cardini, medievalista de la Universidad de Florencia, en el diario Avvenire del 27 de marzo, dedicó un largo artículo a los Templarios. Desde hace años es centro de las habladurías y pseudo investigaciones, allá donde la realidad es mucho más interesante: “Sobre la Orden del Templo, que fue disuelta por la autoridad del Papa Clemente V en 1312 pero que (a pesar del proceso inquisitorio contra la Orden por el impulso del Rey de Francia Felipe IV) nunca fue condenada, existen y conviven – medianamente mal, de todo el resto – una “leyenda rosa”, una “leyenda aurea” y una “leyenda negra”.
La primera los reconoce inocentes víctimas de la avidez de un rey que quería despojarlos de sus riquezas y de la cobardía de un papa que no se atrevió a defenderlos. La segunda los presenta como sabios, íntegros, valientes, poseedores de secretos y hasta misteriosamente sobrevivientes de la supresión y ocultamente aún presentes entre nosotros. La tercera los presenta violentos, soberbios, pecadores, sodomíticos, codiciosos, amigos de los sarracenos y hasta herejes y, por qué no, ya que estamos – nigromantes”.
Pero en realidad, ¿quiénes eran los Templarios? Cardini nos lo explica: “fueron una verdadera paradoja: no exactamente Religio, Orden monástica, sino Militia, Orden religiosa que admitía en sus filas de combatientes, a los Hopitalarios de San Juan de Jerusalén (hoy sobrevivientes como La Orden de Malta), a los Hospitalarios alemanes consagrados a María (los “caballeros teutónicos”) y a algunas Órdenes nacidas en el mundo báltico como también en la Península Ibérica.
Eran hijos de la necesidad: llamados a presidiar países en guerra y a enfrentar milicias no cristianas, pues mientras las fuerzas cristianas fuesen dramáticamente inferiores a la necesidad, debían combatir. Entre ellos habían hermanos que eran sacerdotes y asistían a su ministerio, pero también otros que eran milites, caballeros, es decir guerreros, y algunos otros todavía servientes, “sargentos”, hermanos “laicos” adeptos a los trabajos más humildes y cansados y a los servicios militares secundarios.
Obviamente, ningún Templario que fuera sacerdote podía tocar las armas ni pelear: pero los demás – aunque no fueran sacerdotes, eran realmente siempre “clérigos” – podían hacerlo. La Iglesia latina inventó la categoría del religioso – combatiente, en el ámbito cristiano completamente inédita (ejemplos de alguna manera análogos existen en el ambiente musulmán y budista): una paradoja a la cual las Iglesias orientales han siempre mirado con horror”.
Pero es a partir del Seiscientos o Setecientos que grupos intelectuales de carácter esotérico – y, a menudo adversarios de la Iglesia católica (presagios de la masonería) – han alimentado la leyenda como adherente y mito fundante y dado vida a esa pseudocultura que es el “templarismo”, hoy vuelto famoso por libros como el de Eco (El péndulo de Foucault) o de Dan Brown (El código da Vinci). “Se trata – concluye el profesor Cardini – de historietas sinuosas, aburridas y privadas de valor, de las que ya desde hace años ha sido demostrada la inconsistencia pero que, a pesar de todo, continuarán por mucho tiempo prosperando y circulando porque la madre de los imbéciles siempre está embarazada”.