Si en la Biblia la figura de Dios es presentada con características tanto masculinas como femeninas, ¿por qué no podemos dirigirnos a Él como “Madre”?
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1. La Iglesia desde siempre se dirige a Dios utilizando el título de “Padre”, tal como enseñó Jesús.
La concepción de Dios como Padre había estado ya subrayada en el Antiguo Testamento. Pero fue Jesús el que puso de relieve esta concepción, manifestándose como “hijo” y ofreciéndose como único camino para llegar al Padre. Además: fue Jesús el que se dirigió de modo afectuoso a Dios con la palabra aramea “abbà”, que se puede traducir como “papá” o también como “papaíto”. Y fue también Jesús el que confió a sus discípulos la oración del Padre Nuestro que nos ha llegado tanto a través del Evangelio de Lucas (11,2-4) como del de Mateo (6,9-13), aunque la tradición litúrgica de la Iglesia siempre ha usado el texto de este último.
Si cogemos el Catecismo de la Iglesia católica, leemos en el artículo 239 que “al designar a Dios con el nombre de "Padre", el lenguaje de la fe indica principalmente dos aspectos: que Dios es origen primero de todo y autoridad transcendente y que es al mismo tiempo bondad y solicitud amorosa para todos sus hijos”.
2. También es cierto, sin embargo, que la Biblia representa a Dios a menudo con imágenes femeninas, como signo de su amor espontáneo, instintivo y absoluto.
El cardenal Gianfranco Ravasi, en una entrevista concedida al diario “Avvenire” en diciembre de 2005, afirmaba que “al menos 60 adjetivos de Dios en la Biblia están en femenino” y que “existe claramente una maternidad de Dios, y que en más de 260 ocasiones se habla de las ‘entrañas maternas’ del Señor”. Encontramos dos ejemplos en el libro de Isaías: “¿Se olvida una madre de su criatura, no se compadece del hijo de sus entrañas? ¡Pero aunque ella se olvide, yo no te olvidaré!” (49,15); y también: “Como uno a quien su madre consuela, así yo os consolaré” (66,13).
Joseph Ratzinger, en el libro-entrevista con Peter Seewald titulado “Dios y el mundo: creer y vivir en nuestra época” (Círculo de Lectores, 2002), explicaba que en el término hebreo rahamim, “que originalmente significa ‘seno materno’, pero que después se convierte en el término que explica la compasión de Dios con el hombre, por la misericordia de Dios”, serevela el misterio del amor materno de Dios.
“El seno materno – proseguía Ratzinger – es la expresión más concreta de la íntima relación entre dos existencias y de las atenciones hacia la criatura débil y dependiente que, en cuerpo y alma, es custodiada totalmente en el seno de la madre. El lenguaje figurado del cuerpo nos ofrece así una comprensión de los sentimientos de Dios por el hombre, más profunda de lo que permitiría cualquier lenguaje conceptual”.
3. Esto no debe, sin embargo, disminuir el “rostro paternal” de Dios, aunque debe recordarse que la palabra ‘Padre’ sigue siendo una metáfora para expresar el tipo de amor divino.
Benedicto XVI, en su primer libro sobre “Jesús de Nazaret" (Planeta, 2007), escribe que "a pesar de las grandes metáforas del amor materno, madre no es un título de Dios, no es un apelativo con el que dirigirse a Dios”. El papa precisa a continuación, de hecho, que “Dios sólo es padre” y que “sigue siendo normativo para nosotros el lenguaje de la oración de toda la Biblia” donde la imagen del padre era y es adecuada para expresar la alteridad entre Creador y criatura, la soberanía de su acto creador”.
En el libro “Cuestiones de Fe” (Mondadori, 2010), Ravasi comenta que: “Por tanto, es legítimo hablar de una dimensión ‘materna’ de Dios, pero recordando que se trata siempre de un antropomorfismo, de un símbolo, como el paterno, para expresar el inefable misterio divino y para representar la realidad del Desconocido. La Biblia, siendo palabra de Dios encarnada, privilegia el rostro paterno de Dios también por los condicionamientos culturales del horizonte en el que se ha manifestado. Es lícito, por ello, redimensionar ciertas lecturas demasiado literales de la ‘masculinidad’ de Dios, sin negar sin embargo los valores que ésta expresa”.
A propósito de esto, Ratzinger en su obra “Dios y el mundo” explicaba que mientras “las religiones difundidas en el área circundante a Israel conocían parejas de divinidades, una divinidad masculina y una divinidad femenina”, “el monoteísmo, al contrario, excluye las parejas de divinidades y ha asimilado como esposa del Señor la humanidad elegida, o mejor el pueblo de Israel. En esta historia de la elección se realiza el misterio del amor de Dios siente por su pueblo, parecido al de un hombre por su esposa. Desde este punto de vista la imagen femenina es de alguna forma proyectada sobre Israel y sobre la Iglesia, y finalmente personalizada de manera particular en María. En segundo lugar, allí donde se recurre a metáforas maternas de lo divino, estas transforman el concepto de la creación hasta que la idea de creación se sustituye por la de emanación, de parto, y de ella brotan modelos casi necesariamente panteístas. Al contrario, el Dios representado en la imagen paterna crea a través de la Palabra y precisamente de aquí deriva la específica diferencia entre creación y criatura”.