La diferencia entre pedir a cambio de una ayuda un favor deshonesto o el compromiso de aprovecharla
Como tantas veces me guardaré el nombre. El nombre, porque a veces el anonimato es lo mejor. O mejor aún. La llamaré Magdalena. La conocí a través de uno de los responsables de Caritas de la parroquia.
Es una chica muy lista, me dijo, pero la pobreza le impide ir adelante. Les digo que me venga a ver. Está sentada en el despacho delante de mí:
– ¿Me podrás ayudar a ir a la universidad?
– Haremos un esfuerzo.
Está contenta.
-Pero -le digo- te pediré algo.
Se pone más seria y me dice:
– Lo que queráis.
– Quiero que apruebes. Y que cuando hayas aprobado y tengas un buen trabajo no te olvides de los demás.
Y por sorpresa mía rompe a llorar. Cuántas lágrimas he visto derramar en este pueblo. Sí, lágrimas en abundancia porque los pobres no siempre ríen.
– ¿Por qué lloras?
– ¿No lo sabías, mon Père?
– ¿Saber el qué?
– Que la mayoría de nosotras, las chicas, nos tenemos que prostituir para poder salir adelante.
– Pero…
– Sí. Incluso, si queréis, os diré el precio. Nos pagan 2.000 FrCFA (3€), y los conductores de camiones que vienen de Burkina nos pagan 10.000 FrCFA (15€), pero sin preservativo, con el riesgo de quedar embarazadas o de coger el sida. Cuando tú me has dicho que me pedirías una cosa, de repente me ha venido a la cabeza, y por eso he llorado, perdóname.
– ¡Oh, no, Magdalena, no hay nada que perdonar! Levántate y comienza de nuevo.
Me mira y me dice:
– No sabes la cantidad de veces que Jesús, en mi corazón, me ha dicho las mismas palabras. Levántate y comienza de nuevo.
Hoy, mi Magdalena está realizando una estancia en una institución para ver si después la cogen como asalariada. Es la responsable de un grupo de oración, y no hará ni un mes que me vino a ver con otra chica.
– Mon Père.
– Dime, hija mía.
– Esta chica se encuentra en el mismo caso que yo me encontraba. ¿Aceptarás las mismas condiciones?
– Ya lo creo que sí.
Se miran. Sonríen. Otra chica que ha resucitado. Y me dicen:
– Que Dios te bendiga.
– A vosotras también.
Y en mi interior pienso: sobre todo a ti, Magdalena, que Dios te convierta en una apóstol de este mundo de prostitución donde tantas chicas tienen necesidad de ver una luz.