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Cuando cambié el destino de prostituirse para salir adelante

Camino en Africa

© Jeff Attaway / Flickr / CC

Joan Soler i Ribas - publicado el 09/05/14

La diferencia entre pedir a cambio de una ayuda un favor deshonesto o el compromiso de aprovecharla

Como tantas veces me guardaré el nombre. El nombre, porque a veces el anonimato es lo mejor. O mejor aún. La llamaré Magdalena. La conocí a través de uno de los responsables de Caritas de la parroquia.

Es una chica muy lista, me dijo, pero la pobreza le impide ir adelante. Les digo que me venga a ver. Está sentada en el despacho delante de mí:

– ¿Me podrás ayudar a ir a la universidad?

– Haremos un esfuerzo.

Está contenta.

-Pero -le digo- te pediré algo.

Se pone más seria y me dice:

– Lo que queráis.

– Quiero que apruebes. Y que cuando hayas aprobado y tengas un buen trabajo no te olvides de los demás.

Y por sorpresa mía rompe a llorar. Cuántas lágrimas he visto derramar en este pueblo. Sí, lágrimas en abundancia porque los pobres no siempre ríen.

– ¿Por qué lloras?

– ¿No lo sabías, mon Père?

– ¿Saber el qué?

– Que la mayoría de nosotras, las chicas, nos tenemos que prostituir para poder salir adelante.

– Pero…

– Sí. Incluso, si queréis, os diré el precio. Nos pagan 2.000 FrCFA (3€), y los conductores de camiones que vienen de Burkina nos pagan 10.000 FrCFA (15€), pero sin preservativo, con el riesgo de quedar embarazadas o de coger el sida. Cuando tú me has dicho que me pedirías una cosa, de repente me ha venido a la cabeza, y por eso he llorado, perdóname.

– ¡Oh, no, Magdalena, no hay nada que perdonar! Levántate y comienza de nuevo.

Me mira y me dice:

– No sabes la cantidad de veces que Jesús, en mi corazón, me ha dicho las mismas palabras. Levántate y comienza de nuevo.

Hoy, mi Magdalena está realizando una estancia en una institución para ver si después la cogen como asalariada. Es la responsable de un grupo de oración, y no hará ni un mes que me vino a ver con otra chica.

– Mon Père.

– Dime, hija mía.

– Esta chica se encuentra en el mismo caso que yo me encontraba. ¿Aceptarás las mismas condiciones?

– Ya lo creo que sí.

Se miran. Sonríen. Otra chica que ha resucitado. Y me dicen:

– Que Dios te bendiga.

– A vosotras también.

Y en mi interior pienso: sobre todo a ti, Magdalena, que Dios te convierta en una apóstol de este mundo de prostitución donde tantas chicas tienen necesidad de ver una luz.

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