San Ignacio de Loyola aconsejaba hacer lo contrario a lo que sugiere la tentación
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Quien se propone orar, se ve continuamente tentado a posponer, recortar, volver rutina y, lo peor de todo, suprimir su oración.
El diablo suele susurrar al oído de quien quiere orar: ‘no, ahorita no, tienes mucho quehacer, mejor déjalo para después’ (un después que nunca llega)… O si, por ejemplo, la persona se propuso orar media hora, se siente tentada a abandonar la oración a los diez minutos, pensando que ya oró suficiente, más de lo que otras gentes oran.
También sucede que comienzan las distracciones, el recuerdo de lo que se dejó pendiente, o se siente sueño, a uno le llaman, le interrumpen, suena el teléfono,… se presenta algo que invita a interrumpir la oración.
Cuidado, se trata de una tentación. ¿Qué hacer en estos casos? San Ignacio de Loyola aconsejaba hacer lo contrario a lo que sugiere la tentación.
Por ejemplo, si te has propuesto orar media hora y a los quince minutos te ves tentado a terminar, proponte orar no sólo la media hora sino quince minutos más.
Si lo haces así lograrás superar la tentación de recortar la oración y como al tentador le habrá salido ‘el tiro por la culata’, muy probablemente no volverá a ponerte esa tentación.
Nunca olvides que en tu propósito de hacer oración te enfrentas no sólo con las circunstancias del mundo y tus propias emociones, sino con el demonio, que está muy interesado en que no ores, en que no realices esto que obtiene tantos buenos frutos.
Dice San Pedro: "Vuestro enemigo el diablo ronda como león rugiente, buscando a quien devorar, resistidle firmes en la fe" (1Pe 5, 8-9).
Es lo que hay que hacer. Ante la tentación, afiánzate más en decirle sí al Señor y en decirle no a la tentación.
Toma esto en cuenta: Con la oración sucede como con los alimentos: cuando se deja de comer se va perdiendo el hambre hasta morir de inanición; cuando se deja de orar se van perdiendo las ganas de rezar hasta morir espiritualmente.
Es por ello que resulta importantísimo superar esa tentación. Pídele a Dios ayuda para orar y para luchar contra todo lo que te estorbe o dificulte la oración.
Pídele que te ayude a encontrar tiempo; que te dé un corazón bien dispuesto; que te libre del desánimo, en fin, que te ayude a defender tus ratos de encuentro íntimo con Él. Y confía en que lo hará.
"Bendito el Señor que escuchó mi voz suplicante…
en Él confía mi corazón;
me socorrió, y mi corazón se alegra
y le canta agradecido". (Sal 28, 6-7)
*Del nuevo libro de Alejandra Ma. Sosa E “¿Qué hacen los que hace oración? Guía práctica para empezar a orar y disfrutar la oración”, Ediciones 72, México, D.F. pp. 73-74. Reproducido con la autorización de la autora.
Artículo publicado originalmente por Desde la Fe