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Que no, que lo de la bomba demográfica es mentira

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Inma Álvarez - publicado el 20/12/13
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¿Sabes lo que pasará si no se invierte el ritmo de pérdida de población actual?

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España pierde población: nacen cada vez menos niños y, por efecto de la crisis, muchos deciden emigrar, pues bastantes inmigrantes vuelven a sus países de origen y y otros tantos jóvenes españoles se marchan a buscar trabajo fuera. Para los fans de Paul Ehrlich y su teoría apocalíptica de la Bomba poblacional, o para el Movimiento por la Extinción Voluntaria de la Raza Humana, se trata sin duda de una buena noticia, pero para los demógrafos y expertos que algo saben de tendencias, es muy preocupante.

Uno de ellos es el canadiense Alban d’Entremont, profesor de Geografía de la Población de la Universidad de Navarra (España). Le entrevisté por primera vez hace casi catorce años, y ya predecía este escenario en el que nos encontramos. Y a pesar de ello, el discurso de la supuesta hecatombe causada por el crecimiento desmesurado de la población sigue vivo en los medios de comunicación y en la opinión pública (sobre todo occidental, que siempre quiere solucionar los problemas del Tercer Mundo sin contar con él).

¿Cinismo? ¿Ceguera? D’Entremont me decía entonces que el neomalthusianismo no es una teoría científica, sino “una religión que tiene millones de adeptos que han hecho un acto de fe en el pensamiento de Malthus, sin haber comprobado la falsedad de ese pensamiento, ni admitido la bondad de los argumentos contrarios, que no parten de creencias, sino de hechos científicamente comprobados”. Al final va a ser eso. Y si el rumbo no se invierte, como vuelve a señalar en esta nueva entrevista, sí vamos hacia la hecatombe… O peor, hacia el “mundo feliz” de Aldous Huxley…

– España pierde población debido al descenso de nacimientos (más acusado desde que empezó la crisis económica) y al retorno de un porcentaje importante de población inmigrante. Este hecho ¿es puntual o es una tendencia a más largo plazo? ¿Es exclusivo de España o se está produciendo en otros países?

El retorno de inmigrantes puede ser un hecho puntual -no ha pasado suficiente tiempo para poder saberlo a ciencia cierta-, pero la caída de la natalidad es una tendencia ya de varias décadas, aplicable a la totalidad de los países europeos. Hace más de treinta años que no se renuevan las generaciones en muchos países de nuestro continente (2,1 hijos por mujer), y el déficit de nacimientos es una realidad patente en todos los países europeos. Por la dinámica propia de los fenómenos demográficos, con el paso de los años este déficit se va a hacer cada vez mayor, hasta tal punto que, de continuar así otros treinta años, se podría hacer irreversible el proceso de depauperación demográfica en España y Europa.

En ausencia de factores externos, como la inmigración, que Vd. menciona, la población europea podría pasar a una fase de regresión demográfica, es decir, a un gran aumento de la mortalidad como consecuencia directa del envejecimiento de sus estructuras demográficas, a una natalidad más baja aún, y a la pérdida efectiva de población. Esto supondría una reducción de varias decenas de millones de habitantes, de continuar estas tendencias, que no muestran, en el momento actual, indicios de un cambio en la trayectoria observada.

Europa va rumbo hacia el llamado crecimiento cero, es decir hacia la equiparación de las tasas de natalidad y de mortalidad con el resultante estancamiento del crecimiento natural de la población y una proporción de población anciana que pronto superará el 20% del total de la población en países como España e Italia.

– ¿A qué se debe esta tendencia hacia nuevas cotas mínimas de natalidad en los países del entorno occidental?

El desarrollo económico y social, que implica más años de escolarización y de universidad, y la incorporación masiva de las mujeres en la fuerza laboral, por ejemplo, hace que los matrimonios se atrasen y que el período procreativo sea, de hecho, más corto que en países de menor desarrollo. Pero la quiebra de la fecundidad en Europa obedece, más que nada, a una profunda transformación en el modo de pensar y de actuar en materia de reproducción humana, acorde con la llamada mentalidad moderna, que afecta negativamente a la natalidad.

Los factores que entran en juego en dicha mentalidad son de índole cultural, psicológica y ética: se refieren a los nuevos valores de la sociedad actual que colocan otras aspiraciones por encima y al margen de la procreación y la formación de familias. La caída de la natalidad está relacionada, además, con la promoción institucional y la generalización, en los países de nuestro entorno cultural, de políticas demográficas y acciones de enfoque antinatalista.

Las causas del hundimiento de la natalidad en los países ricos hallan sus raíces sobre todo en cuestiones personales, morales y psicológicas, y —más concretamente— en un substrato antropológico más profundo, que incluye el ámbito de los valores culturales y religiosos. El grave deterioro de estos valores, es lo que ha generado la aparición y generalización de contravalores. Esto está íntimamente relacionado con la llamada “revolución sexual”, que permite la separación entre actividad sexual y procreación, lo que a su vez posibilita la formalización y la sanción social para las alternativas a las uniones familiares tradicionales.

En un futuro no muy lejano, de llegar a llevarse hasta sus últimas consecuencias prácticas esta separación nítida entre sexualidad y procreación, las necesidades de reproducción para asegurar la supervivencia de la especie humana podrían satisfacerse mediante la manipulación de la especie humana, al margen de la unión física entre hombre y mujer. Este escenario parece todavía remoto, pero la posibilidad técnica de llevar a cabo la reproducción humana al margen de la unión física —las potencialidades y los peligros de la manipulación genética, la fecundación in vitro y el cloning— introduce, respecto de la sexualidad humana, el matrimonio y la familia, un elemento nuevo y preocupante de desintegración personal y colectivo.

¿Qué papel puede desempeñar la familia en la inversión de estas tendencias negativas?

La disfuncionalidad actual de la familia que reflejan los indicadores sociodemográficos, no se resuelve con sólo invertir los términos de las evoluciones y situaciones negativas que se constan en el campo demográfico, por ejemplo mediante la aportación de ayudas oficiales desde el Estado o de servicios a la familia desde la sociedad. Estas aportaciones son necesarias y vehículos imprescindibles para remediar muchos de los males que aquejan a la familia en el momento actual, pero, no son suficientes para invertir las tendencias demográficas.

Cualquier inversión de las tendencias sólo puede provenir de un profundo cambio de actitud ante la realidad de la persona humana, la sexualidad, el matrimonio, la procreación y la familia, y —en definitiva— ante la realidad más profunda de lo que entraña la condición humana en cuanto a su esencia misma y a sus fines últimos. Apoyarse en otras estructuras distintas de la familia tradicional deriva necesariamente hacia las grandes contradicciones y las situaciones atípicas que arrojan los indicadores sociodemográficos que se constatan en el mundo de hoy.

La erradicación de estas contradicciones y de estas situaciones preocupantes sólo puede lograrse mediante la recuperación de los valores que refuerzan a la familia como vínculo esencial para la plena realización del individuo como persona humana, y como unidad básica y natural de la sociedad.

– El descenso de la natalidad, dada la alarma creada durante décadas por los partidarios del control de la población, ¿es una buena noticia, o no? ¿Qué efectos va a producir en la sociedad?

Se puede deducir por mis respuestas que se trata de una muy mala noticia. Son incalculables las implicaciones negativas de todo tipo que se derivan de una situación de esta naturaleza. Las repercusiones desfavorables sobrepasan los límites de las consecuencias demográficas y son de tipo económico y social. En lo estrictamente demográfico, la tendencia a la baja prolongada de la natalidad en el tiempo provocará el aumento de la mortalidad y un descenso efectivo de la población, es decir una pérdida neta de millones de habitantes europeos en la primera mitad del presente siglo, y un envejecimiento alarmante de la población.

La situación es asimismo precaria en otros países de Occidente, cuyos índices de dependencia (relación entre población activa y pasiva) van en aumento por causa del desequilibrio en sus estructuras demográficas, lo que acarrea repercusiones dramáticas para el conjunto de la sociedad. Estas repercusiones negativas van desde las excesivas cargas para la Seguridad Social respecto de las pensiones y la provisión de servicios sociales, a serios desequilibrios en las estructuras de producción y de consumo, así como a importantes ramificaciones respecto de áreas sociales y económicas que guardan una relación estrecha con la edad, como son, por ejemplo, la educación, la vivienda y la atención sanitaria.

– ¿Podría hablar sobre las teorías de la superpoblación tan en boga desde los años ochenta, y explicar si se ajustan a la realidad? ¿Por qué cree que esta teoría sigue siendo comúnmente aceptada por la opinión pública?

Estas teorías arrancan de antes, de la década de los sesenta, y se apoyaban en el hecho de que en esas fechas la población mundial crecía a un ritmo acelerado debido al mantenimiento de la natalidad y al rápido descenso de la mortalidad en amplios sectores del mundo. Con la quiebra de la fecundidad en Occidente y la fuerte ralentización de la natalidad en el Tercer Mundo, con una media mundial de 2,5 hijos por mujer y con un crecimiento anual de poco más de un 1%, difícilmente podemos hablar hoy de “explosión demográfica” y menos, de “superpoblación”. Los que aún mantienen esta postura están en franca minoría y no se basan en la ciencia, sino en la ideología y en la promoción de intereses creados de todo tipo.

Los medios de comunicación se han quedado anclados en estas teorías trasnochadas y siguen difundiendo lo que llamo la “visión convencional” de la demografía mundial, consistente en un Tercer Mundo con altos índices de natalidad e igualmente altos índices de mortalidad, cuando los datos estadísticos muestran, sin lugar a dudas, que ninguna de estas situaciones se dan en ninguna parte del globo, sino todo los contario: natalidad y mortalidad más bien bajas. Mantener esta “visión convencional” implica mala fe o una manifiesta ignorancia.

– La comunidad internacional sigue invirtiendo grandes cantidades de dinero en promover el aborto y la contracepción como solución a la superpoblación, o por lo menos, este es el motivo aducido. ¿Por qué cree que sigue existiendo este empeño?

Ya se ha explicado someramente que no existe superpoblación en el planeta, y por lo tanto argumentar que los muchos males y las graves injusticias que aquejan a los países del llamado Tercer Mundo se deben a su alta fecundidad, y buscar supuestas soluciones por vía del control de la natalidad en todas sus facetas —muchas veces de forma violenta, contraria a la voluntad de los ciudadanos de esos pueblos—, encierra una fuerte dosis de cinismo o de ignorancia.

Pretender hacernos pensar que el alto nivel de la natalidad sea la causa de la pobreza de los países menos desarrollados, equivale al disparate de decir que el alto grado de envejecimiento es la causa de la riqueza de los países desarrollados.

Por todo esto, promover el aborto y la contracepción —al margen de las  múltiples consideraciones morales que pudiéramos hacer a este propósito—, es un ejercicio fútil y una enorme pérdida de tiempo y de recursos en términos humanos y de desarrollo económico y social, ya que las iniciativas y las políticas antinatalistas no apuntan en la dirección acertada, que nada tiene que ver con la natalidad, sino con fallos humanos e injusticias de todo tipo. Por lo tanto las campañas antinatalistas no alcanzarán jamás el objetivo de contribuir al desarrollo de los pueblos de la tierra, y de hecho constituyen una tremenda rémora en el camino hacia el progreso de esos mismos pueblos.

 

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