Jesús nos ha prometido otra vida más allá del tiempo y el espacio, y Él ha sido el primero en vivirla, con el mismo cuerpo crucificado aunque glorioso
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En la vida cotidiana, al decir “creo”, cuando decimos “espero’”, expresamos cierta inseguridad: “Creo que pasé el examen, espero que me den el empleo, pero no lo sé”. Es natural, pues este mundo está sujeto a imponderables que pueden alterarlo todo.
No sucede así con las cosas de Dios.
En el Credo, decir “espero la resurrección de los muertos” no significa “me gustaría, pero quién sabe”, sino que expresa absoluta confianza en recibir aquello que esperamos.
¿Por qué?, porque “fiel es el Autor de la Promesa” (Heb 10,23), porque Aquel que nos prometió que resucitaremos, cumple lo que promete.
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La Palabra de Dios anunció la resurrección a través de profetas (ver Is 26,19; Ez 37,1-14). Y Jesús no sólo afirmó que existe la resurrección (ver Mc 12, 18-27), sino que anunció su propia resurrección (ver Mt 16, 21; 17,22; 20, 18-19; Mc 8, 31; 9,31; 10, 33-34; Lc 9, 22).
Contamos con el testimonio confiable de numerosos textos bíblicos que dan fe de que Cristo resucitó (ver, por ej.: Mt 28,9; Mc 16,9; Lc 24, 4; Jn 20,24-29; Hch 1,1-9; 1Ts 4, 13-14; 1Pe 1, 21).
Si en arqueología es considerado altamente confiable un escrito antiguo que narra algo sucedido siglos antes, ¡cuánto más resultan confiables los textos del Nuevo Testamento, escritos por testigos presenciales, contemporáneos de Jesús!
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Y cabe mencionar que no sólo contamos con confiables documentos escritos, bíblicos y extra bíblicos, sino con el testimonio mudo pero elocuente de la Sábana Santa.
Se trata del lienzo que envolvió el cadáver de Cristo en el sepulcro, y que revela el tiempo y lugar de la Pasión de Cristo (por análisis del tipo de tejido de la tela y el polen de plantas adherido a ésta, que corresponden a las de Palestina de tiempos de Jesús), lo que Cristo padeció (por las manchas de sangre de los golpes, la corona de espinas, la flagelación, los clavos, la lanza en el costado), y, lo más impactante de todo: lo que sucedió cuando resucitó (su cuerpo ingrávido emitió una radiación poderosa -que dejó en la tela una marca como de negativo fotográfico- y luego ¡se esfumó!).
Qué dice la Iglesia católica
Es importante resaltar que desde el inicio del cristianismo, la predicación se centró en el hecho irrefutable de que Jesús murió y resucitó (ver Hch 2, 22-36; 1Cor 15).
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El Catecismo de la Iglesia Católica (CEC) dice que la resurrección de Cristo “es un acontecimiento real que tuvo manifestaciones históricamente comprobadas como lo atestigua el Nuevo Testamento” (CEC 639).
“Es imposible interpretarla fuera del orden físico y no reconocerla como un hecho histórico”, añade(CEC 643).
Jesús resucitado se deja tocar por sus discípulos (ver Jn 20, 27), pide de comer (ver Jn 21, 9. 13-15). Les invita así a reconocer que Él no es un espíritu, pero sobre todo a que comprueben que su cuerpo resucitado es el mismo que ha sido martirizado y crucificado ya que sigue llevando las huellas de su Pasión (ver Jn 20,20.27).
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Este cuerpo auténtico y real posee, sin embargo, al mismo tiempo, las propiedades nuevas de un cuerpo glorioso: no está situado en el espacio ni en el tiempo, puede hacerse presente a su voluntad donde quiere y cuando quiere (ver Mt 28, 9.16-17; Lc 24,36; Jn 20,19.26)…’ (CEC 645).
“La resurrección de Cristo no fue un retorno a la vida terrena como en el caso de las resurrecciones que él había realizado… La resurrección de Cristo es esencialmente diferente. En su cuerpo resucitado, pasa del estado de muerte a otra vida más allá del tiempo y del espacio…” (CIC 646).
Cabe mencionar que la Iglesia católica define, como dogma de fe, que “al tercer día, después de morir, Cristo resucitó glorioso de la muerte”. Y desde el Concilio IV de Letrán, establece que “resucitó en el cuerpo”.
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Jesús no sólo prometió que resucitaría Él, sino que nos resucitará a nosotros (ver Jn 6, 39-40.44.54). Si cumplió lo primero, tenemos la absoluta certeza de que cumplirá lo segundo.
Por eso en el Credo podemos afirmar confiados que esperamos la resurrección de los muertos.
Todos estamos llamados a la vida eterna. Todos. Creyentes y no creyentes, buenos y malos. Ah, mas no todos la pasaremos igual; las posibilidades son muy distintas.
Para profundizar en este tema, lee el Catecismo de la Iglesia Católica, #638-658
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Artículo publicado originalmente en el semanario Desde la fe.