Un mar de vidrio poblaba las calles de las principales ciudades alemanas en aquellas noches del 9 y 10 de noviembre de 1938. Y lo más grave: 91 cadáveres y más de 30.000 detenidos para ser deportados a campos de concentración. Fue la Noche de los Cristales Rotos.
De "reacción espontánea de la población", la calificó el gobierno de Hitler, para vengarse del asesinato del diplomático alemán Ernst vom Rath a manos del joven judío polaco Herschel Grynszpan. La excusa perfecta.
Un año antes, el 21 de marzo, la Iglesia católica alemana había leído en todos los templos la encíclica Mit brennender sorge, reprobando la ideología nacionalsocialista. Era el refrendo universal de algo que venía denunciando desde 1930, tres años antes de que Hitler subiera al poder.
Nazismo, ideología anticristiana
La primera condena contra el Partido Nazi provino del obispo de Maguncia. Éste prohibió a cualquier católico inscribirse en sus filas, recibir sacramentos a quienes lo hicieran y que los miembros del partido hitleriano "participaran en celebraciones católicas".
El 11 de octubre de 1930 L’Osservatore Romano se hizo eco de la diatriba en primera página con el título: "El partido de Hitler condenado por la autoridad eclesiástica". En el texto se exponía la incompatibilidad de la fe católica con el nazismo. Unos meses más tarde se les fueron uniendo a la condena las diócesis de Munich, Colonia, Parderborn y Renania.
Furiosos por el varapalo eclesiástico, los nazis desplazaron a Göring a Roma para entrevistarse con el Secretario de Estado y revertir la condena del episcopado alemán. La comitiva nacionalsocialista no consiguió nada, puesto que en agosto de 1932 la Iglesia católica excomulgó a todos los dirigentes del Partido nazi, porque asumían principios anticristianos y se aludía expresamente a las teorías raciales en el documento.
Por su parte, la Conferencia Episcopal alemana publicó un escrito exhaustivo en el que se detallaba cómo relacionarse con el Partido Nazi y la prohibición para los católicos de adherirse a él bajo pena de excomunión; porque "las manifestaciones de numerosos jefes y publicistas del partido tienen un carácter hostil a la fe" y "son contrarias a las doctrinas fundamentales y a las indicaciones de la Iglesia católica".
Con el triunfo en 1933 de Adolf Hitler, sobre todo por el mayoritario apoyo de las zonas protestantes de Alemania, grupos y colectivos católicos difundieron el folleto Un llamamiento serio en un momento grave, en el que calificaban de “desastre para la nación” la victoria del Partido Nacionalsocialista.
Comitiva episcopal secreta
El 10 de marzo de 1933, la Conferencia Episcopal alemana reunida en Fulda escribió al Presidente de Alemania, el general Von Hindenburg, para expresar sus “preocupaciones más graves que son compartidas por amplios sectores de la población” y pedir protección para que los nazis respetasen “la posición de la Iglesia en la vida pública”. Sus requerimientos cayeron en saco roto y el Gobierno nazi orquestó varias campañas de difamación en las que estaban implicados eclesiásticos.
En enero de 1935, los principales obispos alemanes (los cardenales Bertram, Faulhaber y Schulte, y los obispos Preysing y von Galen) se desplazaron de incognito para solicitar nuevamente de la Santa Sede una condena formal del Nacionalsocialismo. La Mit brennender sorge (Con ardiente preocupación) fue la respuesta del Papa Pío XI, que se leería el domingo 21 de marzo en 11.000 templos alemanes tras introducirse clandestinamente en el país y saltar la censura del régimen.
Al día siguiente, Goebbles no estaba dispuesto a dar más publicidad a la encíclica y publicó una replica en el órgano oficial Volskischer Beobachter. Controlaba todos los medios de comunicación y prefirió ignorarla para no acrecentar el protagonismo que había tenido entre la población, del cual era él consciente.
El caso austriaco
La invasión de Austria por parte de las tropas alemanas fue bien recibida por su población por la inestabilidad del país. Para compensar la dura crítica del episcopado alemán, Hitler se entrevistó en Viena con el cardenal Inniterz, del que obtuvo una declaración del episcopado austríaco en que se le daba la bienvenida y se ensalzaba el nacionalsocialismo alemán.
El purpurado intentó rectificar pero la propaganda del régimen desactivó el intento. Innitzer fue llamado a Roma y a los pocos días publicó una rectificación mucho más contundente. Sólo después fue recibido por Pío XI, pues hasta entonces no había querido hacerlo.
La respuesta nazi fue ignorar la rectificación, suprimir las organizaciones juveniles católicas, la enseñanza de la religión y la Facultad de Teología de lnnsbruck. El palacio arzobispal de lnnitzer fue asaltado y arrasado por las juventudes hitlerianas.
La actitud de Inniterz y del episcopado austriaco fue lamentable, desobedece a la psotura de Roma y se enmarca dentro de la debilidad humana de la que todos somos protagonistas, aunque no por ello sea disculpable y merezca nuestra reprobación.
Por su parte, los obispos alemanes supieron ver la ignominia que se les venía encima y pusieron al descubierto las perversidades de la ideología totalitaria y asesina de Hitler.