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Rafael Gordon: Para mí los santos son héroes

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Enrique Chuvieco - publicado el 26/09/13
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El director de cine y teatro afima que la idea de vivir sin Dios le produce “tedium vitae”

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Recientemente ha presentado su libro Belleza y cenizas, de Huerga y Fierro Editores, junto a dos de sus musas, Ouka Leele e Isabel Ordaz, que hacían lo propio con los suyos. El genio, dice, está en ellas como estaba en Raíces profundas, película en la que aprendió “toda la dignidad y solidaridad para combatir el mal”. Un mal, consecuencia de nuestros actos, que sólo Dios puede acoger en toda su magnitud.
 
Por eso, la idea de vivir sin Dios le produce un “tedium vitae” que le facilita entender “a ateos egregios, como Sartre o Luis Buñuel, que se pasaban el día hablando de Dios”. Pero esta negación va más allá, según Gordon, pues al desconocer hoy el público el lenguaje de la transcendencia “no hay posibilidad” de comprender a “Bergman, Passolini, Fellini, Viconti, Renoir… porque el espectador no tiene las vivencias anímicas” para conectar con ellos.
 
-En la presentación de Belleza y cenizas, decías que hay libros que cambian el mundo, ¿en qué medida puede hacerlo el tuyo?
 
Desde luego no en el modo en el que lo han hecho La Iliada, La Biblia o El Corán… A mí Rebelión en la granja y 1984 me posicionaron ideológicamente a favor de la libertad y en contra de los totalitarismos. Espero que los lectores del mío incrementen o descubran la conciencia de la grandeza que suponemos cada uno de nosotros, de estar personalizado en uno mismo, de ser un yo.
 
-En Belleza y cenizas, reivindicas el yo, la libertad personal
 
Cuando era joven, el individualismo estaba perseguido por el furor colectivista. Se tendía a decir “compañero” y se tomaban posiciones asamblearias. Siempre he creído que al mundo lo mueven las individualidades, pero tienen valor cuando se trata de una individualidad solidaria.
 
-Al tener esa posición, valoras también la trascendencia de tus actos, sus consecuencias y la trascendencia de Dios
 
Hasta lo que yo alcanzo, el logro de la racionalidad, de lo que significa ser hombre, es el reflejo de la presencia de Dios en el universo. El ser humano no es un producto manufacturado en un universo infinito que, a la vez, es autogestionario.
 
Para mí Dios tiene un millón de nombres. Incluso, ateo es una palabra que define totalmente a Dios. Si alguien, que no supiera nada de Dios, se le planteara en un examen qué es la palabra ateo, tendría que explicar la relación entre ateo y Dios. La idea de vivir sin Dios me produce tal “tedium vitae” que comprendo por qué todos los ateos egregios, como Sartre o Luis Buñuel se pasaran el día hablando de Dios.
 
-Me impresiona tu observación sobre la maravilla del hecho de respirar, de estar aquí ahora ¿podrías ahondar en esto?
 
Cuando te aproximas al final de la vida, entiendes que has perdido tu mayor valor, el tiempo, sobre todo cuando has llevado una vida sometida a la ideología del sistema, a sus creencias materialistas, a su victimismo y, en ningún momento, has disfrutado del respirar, de tu esencia íntima. Sólo nos percatamos de ello cuando amamos. En ese momento, cuando dices “¡oh Dios”, es cuando te percatas de la condición universal, cósmica y metafísica que tiene el hecho de ser.
 
-Por consiguiente, ¿crees que la sociedad intenta doparnos, manipularnos, hacernos gregarios?
 
El mayor acierto de la mediocridad es estar protegida por la naturaleza, porque le susurra que su mediocridad no será tan notoria si obtiene una parcela de poder. Por eso, tenemos la tendencia de elegir que nos pastoreen los mediocres en la política y en otras áreas.
 
– ¿Cómo llevas eso de ser un creador minoritario de cine y teatro?
 
La sola idea de ser un autor popular lo consideraría en los últimos 30 años una ofensa y un fracaso personal de mi aportación al arte. Billy Wilder dijo: “Si yo hubiese hecho

El apartamento cinco años después, hubiera sido un fracaso, porque la televisión ya había descerebrado al público norteamericano”.
 
El público actualmente desconoce el lenguaje de la trascendencia. Hoy no habría posibilidad de un Bergman, Passolini, Fellini, Viconti, Renoir… porque el espectador no tiene las vivencias anímicas para entenderlos. De ahí que solamente a los genios, como Tarantino, puedan llegar a un gran público utilizando una expresión dramática donde se combinan las realidades más prosaicas con el mensaje  más inteligente. Por ejemplo, en Malditos bastardos crea grandes posibilidades dramáticas al colocar a Hitler en un teatro francés, en el que puede ser objeto de un atentado.
 
– ¿Qué prefieres el cine o el teatro?
 
Entre uno y otro no hago ninguna diferencia. En ambos intento hacer emoción y verosimilitud. Si me dan a elegir entre O’Neill o Ford, digo que es lo mismo. Es más la “number one” de las películas, Casablanca, es una obra de teatro.
 
-Desde hace quince años trabajas con Ouke Leele, con el filme “La mirada de Ouka Leele”;  e Isabel Ordaz, con “Teresa,Teresa” y “La reina Isabel en persona”, ¿qué te han aportado?
 
Isabel me ha aportado el dolor y el sentir humano. Es una lectora infatigable de la mística universal. Estudia latín como pueda estudiar a Shakespeare. Cuando digo estudiar, digo que los analiza a fondo.
 
En cuanto a Ouka Leele, tengo el convencimiento de que es un genio, donde su capacidad de creatividad es tan absoluta que seguirla es entrar en un mundo excepcionalmente creativo. Ella, por otro lado, es ajena a la condición ibérica del realismo español, lo trasciende, y está más allá del naturalismo y surrealismo; es una artista clásica, esto es, insuperable.
 
-¿Cómo valoras el momento actual del cine español?
 
Inmejorable, técnicamente, pero nulo a nivel de expresión dramática, Al competir con el cine americano, tiene que dejarse toda la autoría para ser convencional, por ejemplo, las cuatro películas que se presentan a los Oscar. Es un cine hecho con planteamientos industriales, porque son las televisiones quienes marcan las pautas al producirlas. Sucede también con la pintura; los galeristas son los que crean al pintor. No obstante, hay un cine olvidado por el sistema y por la crítica que es directo, sincero, emotivo y con gran sentido dramático, por ejemplo, Los días no vividos, de Cortés Cavanillas.
 
– Por favor, precisa más el concepto de convencional
 
Me refiero a que siempre abordan temas parecidos: Guerra civil, feminismo, orientación sexual, inmigración, adolescencia ante el sexo y problemas de pareja. Es difícil encontrar una película que salga fuera de estos planteamientos.
 
-¿Le pasa algo parecido al teatro?
 
Exactamente e, incluyo, al patrocinado por las administraciones públicas. Es tan evidente, tan club de amigos, que carece de autores representativos. No hablo del teatro comercial que hace lo que tiene que hacer, “vodeviles”. Sin embargo, hay un teatro de salas alternativas donde nos encontramos con prodigios de creatividad; lo que le da al teatro una vida, una sangre, que conecta con la dramática de los griegos. Por ejemplo, la sala Lagrada, en Madrid, dirigida por Miguel Torres, donde estrenan a autores como Harold Pinter, con montajes excelentes.
 
El teatro es una pasión y el cine es un negocio.
 
-Según has manifestado, aprendiste dignidad a borbotones con “Raíces profundas”, de George Stevens.
 
Él considera el cine como un elemento socializador y realiza esas obras cumbres –reconocidas por los más grandes directores-, como son Raíces profundas, Un lugar en el sol, Gigante, El diario de Ana Frank

o La historia jamás contada.
 
Con Raíces profundas, sentí –y continúo viéndola año tras año- y percibí todo lo que entiendo de dignidad y solidaridad humana. En ella siempre encuentro la verdad insoslayable contra el Mal.
 
– ¿Qué películas te han hecho mejor persona?
 
Además de la anterior, Ladrón de bicicletas, La quimera del oro, La diligencia, El ángel exterminador, Barbarroja, Mi tío, Calabuig,
 
Hay películas que contienen el modo de ser  de un país. Por ejemplo, en Mi tío, se vuelca toda la idiosincrasia francesa, del mismo modo que Dalí ejemplifica la española.
 
-¿Y en cuánto a literatura?
 
Seguro que me olvidó de muchas, pero Rebelión en la granja, 1984, Guerra y paz, El Quijote, la segunda guerra mundial de Churchill y la lectura de los santos.
 
Siempre a los santos les aplico la palabra héroe: los que se dan, se ofrecen, se ponen delante. A mi me gusta más el concepto de héroe. Me gustaría más que dijeran santo y héroe; no santo y mártir; pero para completar la cuestión: santo, mártir y héroe.
 
-¿Por qué te ensimismaste con Teresa de Jesús y la reina Isabel la Católica para dedicarles sendos filmes?
 
Teresa de Jesús es el tipo de personaje que Dios manda cuando perdemos el norte. Ella es el referente humano de qué percibe un hombre sobre el sentido de la vida, la eternidad, la divinidad. Ella vino a mi –parece una pedantería- a través de la frase: “Ningún humano tiene la audacia de una hormiga”. Me pareció tan excepcional que no paré hasta regalarme su universo. Ella es aire, conocimiento, alimento y, sobre todo, libertad para ser más grandes.
 
En cuanto a la reina Isabel, tengo la teoría de que el arte debe reducir la crueldad y el odio. Ella es un anatema dentro y fuera de nuestro país, porque está extendida la opinión de que es la reencarnación del Mal; pero, cuando entras en su mundo, sorprende que es la reencarnación del Bien. Todos los prodigios que creó: la construcción de Europa, la unificación de España, el descubrimiento de América… es obra suya; y todo lo que se la puede denostar, como la expulsión de los judíos, la Inquisición, es ajena a ella; fueron fichas de Dominó que empezaron cayendo en otros países de Europa y llegaron hasta aquí. Necesitaba reivindicarla para que dejáramos de odiar a un ser tan excepcional.
 
-Por cierto, ¿qué te parece la serie de televisión?
 
He visto detenidamente los primeros capítulos y queda muy bien reflejada la trama shakesperiana, conspirativa. Me parece muy correcta. No veré, de momento, la segunda parte porque creo que su personaje estallará y no lo podría aguantar: es un personaje que considero de mi familia.
 
-¿Nos puedes hablar de tus proyectos actuales?
 
Estoy trabajando en el monólogo de un creyente, Soren Kierkegaard, para el teatro. Es el personaje más hipermoderno que conozco. En  cuanto a cine, tengo un personaje y un escenario, pero es muy duro cuando tienes que trabajar solitariamente y tienes tantos años. Se llama Tabula rasa.  Es la historia de una mujer de clase alta que cae en la miseria, donde encuentra la grandeza de su propia autoestima. Por supuesto, sería también con Isabel Ordaz.
 
 
 

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