Por qué en las ceremonias papales sólo se distribuye la comunión en la bocaAunque en muchos países la Iglesia permite a los fieles comulgar recibiendo el Cuerpo de Cristo en las manos, hay algunos momentos –como las Misas presididas por el Papa u otras celebraciones multitudinarias– en los que sólo se da en la boca, por temor a que las Hostias sean sustraídas de forma sacrílega para usarse en ceremonias satánicas.
1. Comulgar… ¿en la boca o en la mano?
A veces tienen lugar discusiones infructuosas sobre la mejor forma de que los fieles católicos reciban la Comunión: de pie o de rodillas, en la boca o en las manos. Discusiones que a veces buscan una mejor práctica sacramental, pero que en otras muchas ocasiones muestran una peligrosa instrumentalización de algo tan sagrado al servicio de posiciones ideológicas propias (además de utilizar la Comunión para dividir, algo totalmente fuera de lugar). Las normas de la Iglesia dejan bien claro que “los ministros sagrados no pueden negar los sacramentos a quienes los pidan de modo oportuno, estén bien dispuestos y no les sea prohibido por el derecho recibirlos” (CIC 843 § 1). Esto se aplica concretamente a la Eucaristía cuando se dice, por ejemplo, que “no es lícito negar la sagrada Comunión a un fiel, por ejemplo, sólo por el hecho de querer recibir la Eucaristía arrodillado o de pie” (Redemptionis sacramentum 91).
En cuanto a la forma de recibirla de manos del ministro, el “manual de instrucciones” del Misal Romano –aquí estamos hablando siempre del rito romano– indica que, después de contestar “amén”, el fiel ha de comulgar “en la boca, o donde haya sido concedido, en la mano, según su deseo. Quien comulga, inmediatamente recibe la sagrada Hostia, la consume íntegramente” (Instrucción general del Misal Romano, 161). Es decir, que hay países donde la Conferencia Episcopal ha permitido, con la aprobación de la Santa Sede, recibir el Cuerpo de Cristo en las manos, como sucede en España o Italia.
2. Cuando se comulga en la mano…
La regulación eclesial deja claro que lo importante es comulgar de forma reverente, conscientes de que no se está comiendo un trozo de pan común, sino la materia que ha sido transformada sacramentalmente en el Cuerpo de Jesús. En la historia de la Iglesia encontramos testimonios a favor tanto de una práctica como de la otra. Así, frente a los que se oponen duramente a la Comunión en las manos y afirman que es una práctica irreverente impuesta por el modernismo, podemos leer que San Cirilo de Jerusalén instruía a los ya iniciados en la fe, en torno al año 350, llamándolos a comulgar de la siguiente manera: “poniendo la mano izquierda bajo la derecha a modo de trono que ha de recibir al Rey, recibe en la concavidad de la mano el Cuerpo de Cristo” (Catequesis mistagógica V, 21).
Como se trata de algo sumamente importante, y para evitar una mala praxis, el organismo de la Santa Sede que vela por la liturgia y todo lo celebrativo ayudando al Papa en su misión –la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos– publicó en 1985 una breve Instrucción sobre este tema. Las condiciones que pone para recibir la Comunión en la mano son de sentido común: que se manifieste respeto a la presencia real de Cristo, que el gesto se haga con “nobleza”, que se diga claramente “amén”, que se comulgue inmediatamente y delante del ministro, que sea éste el que ponga la Hostia en la mano del comulgante, que las manos estén limpias, etc.
Entonces, ¿a qué podemos considerar mala praxis? Además de cualquier situación que contravenga lo que dice esa Instrucción, hay casos claros en los que no debería darse la Comunión en la mano. Podemos pensar en casos concretos y reales como los de niños que jueguen con el Cuerpo de Cristo, personas que se dediquen a contemplar la Hostia porque les transmite “energías”, otros que se la lleven “de recuerdo” a casa –ya sea por razones de devoción, ya sea por superstición, como si se tratara de un amuleto– o incluso que la guarden para dársela al ganado. Todos estos casos han sucedido. Pensemos entonces cuánto más puede suceder esto en Misas masivas, sobre todo cuando las ha presidido el Papa y el Santísimo Sacramento corre el riesgo de ser tenido como “souvenir”.
3. El satanismo entra en juego
Y es aquí donde hay que tener en cuenta la presencia y actuación de las sectas satánicas. No se trata de leyendas urbanas ni de teorías conspiranoicas a las que se aferran los tradicionalistas para exigir la Comunión en la boca. Es una realidad. Porque hay ritos satánicos en los que se profana la Eucaristía. Para obtener Hostias consagradas con este fin, las vías principales son tres: que un sacerdote celebre la Misa con esa intención sacrílega, la profanación de un sagrario, o la obtención ilícita mediante una falsa Comunión, que es el tema que nos ocupa. De hecho, como las dos primeras formas son más problemáticas, el tercer camino es el que puede ser más empleado por los adeptos de estas sectas para la realización de sus ritos.
¿De qué ritos se trata? En primer lugar, la llamada comúnmente “misa negra”, una simulación sacrílega de la celebración eucarística de los católicos, en la que se toman muchos elementos de la Misa y se realizan al revés, con un fin que no tiene nada que ver con la religión (puede buscar el sometimiento sexual de una persona, o hacerle un bien, o hacerle un mal, siempre invocando al Diablo). Dejando fuera la complicada discusión sobre si hay sacrificios humanos o no, en estos ritos se puede profanar el Cuerpo de Cristo de diversas maneras (pisoteándolo, pasándolo por el cuerpo desnudo de la mujer que sirve de altar, etc.).
No se trata simplemente de rumores ni de declaraciones exageradas de ex-adeptos poco fiables. Lo podemos leer en sus libros. Por ejemplo, en The Satanic Rituals, Anton Szandor LaVey, fundador de la Iglesia de Satán, escribe: “quizás la frase más potente de toda la misa es la que sigue a la profanación de la Hostia: ‘desaparece en el vacío de tu cielo vacío, porque nunca has existido, ni existirás nunca’”. Usa expresamente la palabra “profanación” (desecration), porque aunque rechaza la existencia de Cristo, conoce bien el valor que los católicos damos a la Eucaristía y por eso se actúa de esa forma. También explica LaVey que, frente al uso que algunos han hecho de ornamentos católicos en las misas negras, “la autenticidad de una Hostia consagrada parece haber sido mucho más importante”.
4. Y ante esto, ¿qué hace la Iglesia?
Ante todo, la Iglesia cuida como lo más importante que tiene entre manos el Cuerpo sacramental del Señor Jesús, velando con su enseñanza, con su práctica y con sus normas para que la Eucaristía sea respetada como lo que es: presencia real de Cristo, comulgado por los fieles y custodiado en los sagrarios para la adoración y la Comunión de los enfermos. Además, la Iglesia es clara a la hora de considerar penalmente la profanación de la Eucaristía, algo que considera un “delito contra la religión y contra la unidad de la Iglesia”, y afirma sin rodeos: “quien arroja por tierra las especies consagradas, o las lleva o retiene con una finalidad sacrílega, incurre en excomunión latae sententiae reservada a la Sede Apostólica” (CIC 1367).
Por eso, hay que entender que en algunas ocasiones, como en las Misas multitudinarias –en las que a veces no hay una fila normal de comulgantes–, cuando no se puede asegurar que el Cuerpo de Cristo sea comulgado con normalidad, de forma excepcional se toman las mayores precauciones posibles. Es verdad –dirán algunos– que pueda darse el caso de personas que comulgan en la boca aparentemente, porque luego no tragan la Hostia, y la guardan con un fin sacrílego. A pesar de esto, los ministros de la Comunión deben poner todos los medios posibles para evitarlo, y uno de ellos es depositarla directamente en la boca del fiel. En las Misas presididas en Roma por el Papa convergen dos razones fundamentales: quién es el ministro que ha consagrado el pan ofrecido en el altar (porque de hecho se han llegado a subastar a través de Internet Hostias consagradas por él), y la notable difusión del satanismo en Italia, que legitima un miedo mayor que el que pueda haber en otros lugares.