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Lo que hay que evitar antes, durante y después de la Primera Comunión

ENFANTS EN BLANC

© Shutterstock

Edifa - publicado el 16/05/21

No dejes que los detalles materiales y secundarios arruinen un día muy especial en la vida de tu hijo

La manera en que se prepara y se vive el mismo día de la primera comunión tiene consecuencias para el desarrollo de la vida cristiana del niño o niña.

Lo esencial de ese día es, claro está, el primer encuentro del niño con Dios, en la intimidad tan particular de la comunión eucarística.

Por tanto, debe hacerse lo posible para favorecer este encuentro, para facilitar el recogimiento del niño antes, durante y después de la misa de primera comunión.

El vestido no debe ser lo más importante

No se trata de vivir este día como monjes ni rechazar las celebraciones familiares. Se trata solamente de velar por que esas celebraciones no tengan más importancia concreta que la primera comunión en sí.

Así, más vale una comida sencilla que permita a los padres permanecer tranquilos y disponibles, antes que platos elaborados que acaparen a la madre de familia y pongan la casa en pie de guerra.

El vestido ocupa a menudo un lugar importante en las preocupaciones de las niñas, sobre todo si son varias las que comulgan al mismo tiempo por primera vez. No hay más que escuchar a las muchachitas durante las sesiones de catequesis anteriores al gran día.

Es responsabilidad de los padres ayudarles a dejar los placeres de la elegancia en el lugar que les corresponde: aunque es normal vestir ropa de fiesta como lo hacemos para un evento importante, y nos alegramos por ello, esta cuestión no debe pasar al primer plano.

Nuestra propia actitud en este aspecto influye mucho sobre la de los niños. Cuanto más distendidos estemos en relación a los problemas de atuendo y menos dispuestos a juzgar a la gente por su apariencia, más justa será la actitud de nuestros hijos en este ámbito.

¿Y los regalos?

A todos los niños les encanta recibir regalos. Y a todos los abuelos y abuelas, padrinos y madrinas les encanta darlos. En cierto sentido, eso forma parte de la fiesta. Pero, por otro lado, es difícil que los regalos no ocupen el primer puesto (o un puesto muy alto) entre los aspectos importantes para el niño.

Una vez más, no hay más que escuchar sus conversaciones antes o después de la catequesis: “Yo también quiero eso. ¿Qué te han regalado? ¿Has visto lo que me ha dado mi abuela?”.

¿Entonces? Pues que cada familia decida. Nada de regalos: es posible, con el visto bueno total del niño. Hacer regalos únicamente de carácter religioso puede ser también una buena solución, a condición de ponerse de acuerdo, para que el niño no se encuentre con tres crucifijos y cuatro misales.

En cualquier caso, un videojuego o un muñeco no son bienvenidos el día de una Primera Comunión. Nos corresponde a los padres explicarlo con diplomacia a los posibles donantes. Es mejor decepcionar al tío Pablo o a la prima Carla que arruinar el entusiasmo del niño.

¿Y después?

Con demasiada frecuencia, ponemos toda nuestra tención en la preparación de la primera comunión y después ya no hacemos nada.

Sin embargo, los niños nos necesitan. Primero, para que les permitamos ir a misa todos los domingos. Luego, para que la comunión no se convierta en algo automático (voy a misa, así que comulgo sistemáticamente sin reflexionar), sino que se prepare durante la víspera o incluso durante la semana precedente.

Podemos hablar de ello durante la oración familiar para que cada uno, a su manera y como quiera, piense en preparar su posible comunión del día siguiente o del domingo siguiente.

Esta preparación sigue siendo, fundamentalmente, un secreto entre Dios y el niño, pero a veces es deseable que sugiramos un determinado esfuerzo o acto de ofrenda.

Recordemos también la regla del ayuno eucarístico, que consiste en que quien se prepara para comulgar se abstenga “de tomar cualquier alimento y bebida al menos desde una hora antes de la sagrada comunión, a excepción sólo del agua y de las medicinas” (Nuevo código de derecho canónico 919, § 1).

Esta regla puede parecer puramente formal y sin significado profundo: por eso muchos cristianos no la aplican y, a menudo, la desconocen.

Enseña a tu hijo a comulgar bien

En realidad, quien se esfuerza por ponerla en práctica se da cuenta de que es un medio muy concreto de prepararse para la Eucaristía, de no comulgar como si fuera algo mecánico o un mero hábito.

Esta preparación del cuerpo incita a una preparación del alma. En realidad, la regla del ayuno eucarístico es muy pedagógica y sería una auténtica pena privar al niño de ella bajo el pretexto de no sobrecargarlo de reglas y obligaciones.

Aunque es importante que el niño no comulgue como un hábito, que se prepare para recibir a Jesús, que su participación en la Eucaristía venga apoyada por una petición regular del sacramento del Perdón (en general, una vez al mes es una buena frecuencia); que no comulgue estando en pecado grave (no creamos que los pequeños sólo son capaces de cometer “pequeños” pecados: la gravedad de su negativa a amar es proporcional a su capacidad de amar, que puede ser muy grande).

En suma, aunque es primordial que no reciba a Jesús de cualquier modo, hay que velar también por que no sea prisionero de escrúpulos o del perfeccionismo, que le impedirían comulgar bajo un pretexto de indignidad.

La Eucaristía no es un mérito: es el don gratuito de Dios para nosotros. Y Jesús no vino por los “sanos”, sino por los pecadores.

Christine Ponsard

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