No me gustan las recetas espirituales. Cada vez que veo eso de 10 maneras de ligarte a un chico, 5 formas de estar en misa, 8 caminos para llegar a Dios, 15 pasos para salvar tu matrimonio, 3 detalles que la harán derretirse a tus pies… me entran los siete males, lo reconozco. No me gustan las recetas espirituales porque, por definición, una receta es una sucesión de instrucciones que, simplemente, hay que seguir para alcanzar un objetivo final.
Las recetas no fomentan ni el pensamiento, ni la creatividad, ni la reflexión. Es una medida pedagógica para aquellos que, como niños, necesitan que les den todo hecho. Pero en temas de Dios… ¿es esto lo necesario?
Yo prefiero que la gente busque a Dios a decirle dónde lo he encontrado yo. Yo prefiero acompañarles en su camino que darles ya la ruta hecha. Yo prefiero la equivocación y la duda a una certeza que no sabe cómo ha llegado al mundo. Prefiero las preguntas con sentido a las respuestas que parecen carne de McDonalds.
Creo que los recetarios fomentan justamente aquello contra lo que estamos intentando luchar: la inmediatez, la falta de profundidad, la velocidad, la superficialidad y esa sensación de que o a Dios llegamos por la vía rápida o no nos interesa.
Pero el camino contrario, sin duda, no es fácil. La gente pide recetas. ¿Qué ocurre si no damos lo que la gente pide? Es una pregunta interesante, sobre todo para los medios cuya razón de ser es tener lectores.
Ayer mismo, a través del Facebook de una muy buena amiga, comprobaba cómo pensar es una actividad que cansa. Entendemos que descansar es no pensar. “Todo fluye” le decía una amiga en un comentario… Todo fluye… Así que déjate llevar y no pienses mucho. Ya habrá una receta que resuelva tus problemas, al menos aparentemente. Me dejó preocupado. Preocupado de que haya personas que se piensen que eso es real, de que confundan eso de fluir, que suena bonito pero es, a la vez, tramposo.
Debemos estar alerta. Si por algo se caracterizó Jesús fue por huir de las recetas, del café para todos. Él nos enseñó que sólo hay un Camino, una Verdad y que cada uno debe recorrerlo de manera individual, con sus heridas, sus miedos, sus enredos, su historia, sus tentaciones, sus anhelos. A Jesús no se llega por la puerta ancha sino por la estrecha y eso elimina de cuajo las fórmulas magistrales.
Ojalá cojamos el Evangelio más y dediquemos cinco minutos más a ponernos delante de Dios. Porque esto de la fe no va de respuestas fabricadas ni de bienestares que nos hacen fluir, sino de una persona ante cuyo nombre… toda rodilla se dobla, incluida la nuestra.
Un abrazo fraterno – @scasanovam