No soy de los más críticos con Halloween porque compruebo, día sí, día también, que la gente, en su mayoría, no tiene ni idea de lo que celebra y no va más allá de disfraces, diversión y emociones. Pero creo que también hay que decirlo bien claro: independientemente de sus orígenes o motivaciones iniciales, hemos convertido a Halloween en la fiesta de la muerte, de la fealdad, de lo terrorífico y de lo degradado. Una pena.
La muerte ha sido, en todo momento y lugar, un misterio al que el ser humano ha mirado siempre con cierto respeto. No hay más que ver y estudiar las civilizaciones que nos han precedido para comprobar que este paso al más allá, siempre ha estado rodeado de trascendencia, de desprendimiento, de interrogantes y de múltiples respuestas para dar sentido a algo que se nos escapa. Hemos creado rituales, teorías, monumentos, creencias, filosofías, simbologías, arte… y lo hemos hecho porque del sentido y la visión que tengamos de la muerte depende en buena medida el sentido y visión que le damos a la vida.
Conozco a personas creyentes que han sido capaces de acoger el Halloween que nos viene dado culturalmente y darle un sentido o una profundidad que intenta ponerlo en su sitio. Otros, en cambio, han percibido como irremediable la irrupción de esta tradición y simplemente se ha dejado llevar. Creo que la reflexión siempre es necesaria. Al fin y al cabo, ¿cómo la exaltación de lo muerto, de lo feo, de lo terrorífico y de lo degradado puede ser compatible con la creencia en un Dios que es todo Vida, todo Belleza, todo Amor y todo Plenitud?
La publicación reciente de la Instrucción “Ad resurgendum cum Christo” llega en buen momento y leyéndola uno refuerza su convicción de que la visión cristiana de la muerte ilumina con fuerza una realidad que parecemos anclar, una y otra vez, en la oscuridad y el miedo irremediable. Porque Halloween es lo que nos traslada: miedo. De manera inconsciente para muchos, en el fondo pienso que Halloween es la reacción de una sociedad alejada de Dios, sin sueños ni aspiraciones, con una crisis profunda en su identidad, en sus valores, en su relación con lo absoluto y los trascendente, enraizada sólo en la ciencia y la tecnología, que se asoma con auténtico terror a algo que siempre llega, para todos: la muerte.
Yo lo afronto de otra manera porque aspiro a encontrarme con una belleza sin igual cuando viaje al otro lado, y no con un payaso asesino ni con un zombi fresquito con la carne hecha jirones. Aspiro a llegar a un lugar donde se me espera, se me recibe, se me ama, se me acoge y se me da toda la felicidad posible. Y digo más, aspiro a vivir cada día, hoy, ya, aquí abajo, un poquito de eso que me espera y por eso miro la vida con un realismo esperanzado, centrándome en lo bello, sintiéndome amado por Dios e intentando amar más y mejor a aquellos a los que el Señor me ha puesto delante. El cielo comienza en la tierra y a la muerte uno llega en función de lo vivido.
El mejor antídoto contra Halloween es la esperanza y el amor con el que vivir cada día, cada hora, con cada persona. Lo demás, carnavales varios, niños vestiditos de santos, críticas feroces, etc. sólo sirven para aumentar las distancias entre unos y otros.
Un abrazo fraterno – @scasanovam