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Convirtió su cautiverio en un retiro espiritual

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AED/ACN

Padre Lohre

Camille Dalmas - publicado el 22/01/24

El Padre, misionero en África, fue liberado en noviembre de 2023. Había sido secuestrado en Bamako por un grupo armado y luego mantenido como rehén por Jnim, el Grupo de Apoyo al Islam y a los Musulmanes, vinculado a Al Qaeda. Habló con Aleteia sobre las condiciones de su liberación y su puesta en libertad

El 22 de noviembre de 2022, el misionero alemán Hans-Joachim Lohre fue secuestrado por yihadistas cuando se disponía a celebrar Misa en Bamako (Mali). En el lugar del secuestro, sus feligreses solo encontraron la cruz del sacerdote blanco, que permaneció prisionero en el Sahel durante 370 días, “acompañado por el Señor y vuestras oraciones”. En Roma, en la primera conferencia organizada desde su liberación, el sacerdote habló de lo que describió como un “año sabático” dedicado a la oración y la contemplación.

“Llegó un coche a toda velocidad. Pensé que era un poco pronto para la Misa. Un hombre se bajó y me dijo: ‘Padre, está detenido'”. Eran las siete y media de la fiesta de Cristo Rey cuando se llevaron al Padre “Ha-Jo” – pronunciado “Ayo” -. Le esposaron, le encapucharon y le metieron en la parte trasera de un coche. Un secuestrador le dijo: “No tengas miedo, no te vamos a hacer nada, somos buenos, somos de Al Qaeda”.

Tras varias horas de viaje, le despojaron de todas sus pertenencias, incluidos los ornamentos y el equipo litúrgico, la Biblia y el rosario. Se lo llevaron todo, excepto una camiseta en la que se leía “Amo a mi rey”, un signo para él en esta solemnidad de Cristo Rey. “Lo quemaron todo (…) pero no pueden llevarse mi fe”, dice.

Cuando era joven, el padre Ha-Jo quería ser agente de pastoral y fundar una familia en Alemania, pero se sintió irresistiblemente llamado a unirse a los Padres Blancos tras un encuentro en su diócesis. Enviado a Malí por primera vez hace cuarenta años, pasó allí veintiocho años, trabajando incansablemente, sobre todo en el campo del diálogo interreligioso, pero se había cansado tanto que pidió a sus superiores un año sabático poco antes de ser secuestrado.

Darle sentido al cautiverio

“Cuando me secuestraron, me dije a mí mismo que empezaba mi año sabático: no más citas, no más trabajo, no más conferencias que organizar, nada de estrés… y mucho tiempo para rezar”, cuenta con humor. Sabe que los sacerdotes rehenes suelen estar secuestrados cuatro años antes de ser liberados, así que no se imaginaba su liberación al cabo de un año, todo un récord y “un milagro” en su opinión.

También pensó en su lectura de la obra del psiquiatra austriaco Viktor Frankl sobre los prisioneros del campo de Auschwitz, en la que el profesor explica que los supervivientes “se odiaban o se resignaban”, pero que “daban sentido a este sinsentido”.

Decidió entonces “entregar a Dios el día de su liberación”, tomando como punto de partida las palabras del Génesis, pronunciadas por José al rescatar a sus hermanos, que previamente lo habían entregado a ellos: “Habías planeado hacerme mal: Dios lo convirtió en bien”. El padre Lohre ya no tiene Biblia, pero tiene la suerte de saberse de memoria muchos extractos que le acompañan en su calvario.

Cuando lo llevaron a un campamento en la sabana del Sahel, el misionero se enteró de que lo habían secuestrado por la presencia de soldados alemanes que ayudaban al ejército maliense en Garo. Pocos días después, lo llevaron a otro campamento, donde vivían otros yihadistas “muy religiosos”, que intentaron convertirlo explicándole que querían construir una sociedad que respetara la sharia, “sin libertinaje ni alcohol”. “No estoy de acuerdo con ellos, pero admiraba su sinceridad”, admite el sacerdote, que les responde y defiende su fe, sin sentirse nunca preocupado ni intimidado.

Nunca me he sentido más misionero que en ese momento”

Le dan lo suficiente para comer, incluido pan, un trozo del cual se encarga de guardar para la Misa, y una radio con la que puede escuchar las emisoras locales, así como las emisiones en inglés y francés de Radio Vaticano. Cuenta cómo pudo escuchar al Papa Francisco en Misa en el Vaticano el día de Navidad: “Me quedé extasiado”. También siguió todos los grandes acontecimientos católicos del año: la Jornada Mundial de la Juventud en Lisboa, el Sínodo, etc. Pero su mayor alegría llegó cuando escuchó en una emisora de radio maliense que musulmanes y cristianos rezaban juntos por su liberación. “Nunca me he sentido más misionero que en ese momento”, confiesa emocionado.

A finales de diciembre, lo llevaron al desierto, donde quedó al cuidado de unos tuaregs. Sufrió un poco de frío por la noche, a pesar de que uno de sus carceleros le regaló un abrigo de cachemira, pero fue para él el comienzo de un “verdadero retiro de oración”. Pasó “veintidós horas de veinticuatro” tumbado bajo una lona, y no pudo estirar las piernas en un camino marcado por sus guardianes. Más tarde, le llevaron a una región montañosa. Allí se reunió con otros rehenes. Durante todo este tiempo, le alimentaron, le cuidaron… y pudo dedicarse por completo a la oración.

Cautiverio, tiempo de oración

Su día típico comenzaba con una Misa de más de dos horas. Comenzaba esta celebración invocando a los santos del día, así como a tres santos que le habían acompañado a lo largo de su cautiverio: santa Bakhita, que fue secuestrada como él y pudo conceder el perdón a sus captores, san Carlos de Foucauld, apóstol de los tuaregs, y su patrón Juan Bautista. Luego continuó con el ordinario, antes de recitar mentalmente los Evangelios y predicar. “Me imaginaba en una de las comunidades de Bamako”.

Después, dedicaba media hora a las intenciones de oración, confiando todo lo que oía en la radio a sus “hermanos malienses”. A continuación recitaba la ofrenda y la plegaria eucarística. Pudo consagrar el pan que guardaba para la ocasión, y un “vino imaginario”, ya que sus carceleros se negaron a dárselo. “Puede que no sea válida, pero para mí era la Misa de verdad”, afirma.

A mediodía, el padre Ha-Jo rezaba el rosario, y por la tarde pasaba dos horas en meditación contemplativa. Confiaba en que había rezado en particular para que “los que están angustiados” por su secuestro recibieran algo de la serenidad que él había encontrado en su cautiverio.

Finalmente, le comunicaron que iba a ser liberado, lo que ocurrió el 26 de noviembre de 2023. El padre Lohre descansa ahora, a la espera de una nueva misión -que, lamenta decir, no será en Malí-, y se declara feliz de haber podido volver a ver a su madre, de 92 años, que estaba hospitalizada en el momento de su secuestro. Agradece a todos los que le han apoyado: “Lo que soy ahora, lo soy gracias a vuestras oraciones”.

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cristianos perseguidos
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