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Carta del Sínodo de los Obispos al Pueblo de Dios (Documento)

Synod 2023 - General Congregation - Instrumentum Laboris/B2

Antoine Mekary | ALETEIA

I.Media - publicado el 26/10/23

El miércoles 25 de octubre de 2023, los 364 miembros del Sínodo votaron la publicación de una carta dirigida "al pueblo de Dios" en la que expresan su estado de ánimo al concluir -el domingo- la primera sesión romana del Sínodo sobre el futuro de la Iglesia

La carta, de dos páginas y media, no contiene anuncios concretos, pero insta a los cristianos a “escuchar a quienes no tienen voz en la sociedad o se sienten excluidos, incluso por la Iglesia”.

Texto completo:

XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos

Carta de la
XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos
al Pueblo de Dios

***

Queridos hermanos y hermanas

Al concluir los trabajos de la primera sesión de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, queremos, con todos vosotros, dar gracias a Dios por la hermosa y rica experiencia que acabamos de vivir. Hemos vivido este tiempo bendito en profunda comunión con todos vosotros. Hemos sido sostenidos por vuestras oraciones, llevando vuestras expectativas, vuestras preguntas y también vuestros temores. Hace dos años, a petición del Papa Francisco, iniciamos un largo proceso de escucha y discernimiento, abierto a todo el pueblo de Dios, sin excepción, para “caminar juntos”, bajo la guía del Espíritu Santo, como discípulos misioneros en el seguimiento de Jesucristo.

La sesión que nos ha reunido en Roma desde el 30 de septiembre es un paso importante en este proceso. En muchos sentidos, ha sido una experiencia sin precedentes. Por primera vez, por invitación del Papa Francisco, hombres y mujeres han sido invitados, en virtud de su bautismo, a sentarse a la misma mesa para participar no solo en las deliberaciones, sino también en las votaciones de esta Asamblea del Sínodo de los Obispos. Juntos, con nuestras vocaciones, carismas y ministerios complementarios, hemos escuchado atentamente la Palabra de Dios y la experiencia de los demás.

Utilizando el método de la conversación en el Espíritu, compartimos humildemente las riquezas y las pobrezas de nuestras comunidades en todos los continentes, tratando de discernir lo que el Espíritu Santo quiere decir a la Iglesia hoy. En particular, experimentamos la importancia de favorecer los intercambios recíprocos entre la tradición latina y las tradiciones del Oriente cristiano. Además, la participación de delegados fraternos de otras Iglesias y comunidades eclesiales enriqueció profundamente nuestros debates.

Nuestra asamblea tuvo lugar en el contexto de un mundo en crisis, cuyas heridas y escandalosas desigualdades resonaron dolorosamente en nuestros corazones y dieron a nuestros trabajos una gravedad particular, sobre todo porque algunos de nosotros procedíamos de países en los que la guerra hace estragos. Rezamos por las víctimas de la violencia asesina, sin olvidar a aquellos a quienes la pobreza y la corrupción arrojan a los peligrosos caminos de la emigración. Expresamos nuestra solidaridad y nuestro compromiso junto a las mujeres y los hombres de todo el mundo que trabajan por la justicia y la paz.

Por invitación del Santo Padre, dimos un lugar privilegiado al silencio, para favorecer entre nosotros la escucha respetuosa y el deseo de comunión en el Espíritu.

Durante la vigilia ecuménica de apertura, experimentamos cómo crece la sed de unidad en la contemplación silenciosa de Cristo crucificado. La cruz es, en efecto, la única cátedra de Aquel que, dando su vida por la salvación del mundo, confió sus discípulos a su Padre, para que “todos sean uno” (Jn 17,21). Firmemente unidos en la esperanza que nos da su resurrección, le hemos confiado nuestra casa común, donde resuenan cada vez con más urgencia el clamor de la tierra y el grito de los pobres: “Laudate Deum“, como nos recordó el Papa Francisco al comienzo mismo de nuestros trabajos.

A lo largo de los días, hemos escuchado la llamada urgente a la conversión pastoral y misionera. Porque la vocación de la Iglesia es anunciar el Evangelio, no centrándose en sí misma, sino poniéndose al servicio del amor infinito con el que Dios ama al mundo (cf. Jn 3,16). A la pregunta de qué esperaban de la Iglesia en este Sínodo, los sin techo de los alrededores de la Plaza de San Pedro respondieron: “¡El amor! Este amor debe seguir siendo siempre el corazón ardiente de la Iglesia, un amor trinitario y eucarístico, como nos recordó el Papa al evocar el mensaje de santa Teresa del Niño Jesús el 15 de octubre, a mitad de nuestra asamblea. Es la “confianza” la que nos da la audacia y la libertad interior que hemos experimentado, no dudando en expresar nuestras convergencias y nuestras diferencias, nuestros deseos y nuestros interrogantes, libre y humildemente.

¿Hacia dónde nos dirigimos a partir de ahora? Esperamos que los meses que nos separan de la segunda sesión, en octubre de 2024, permitan a todos participar de manera concreta en la dinámica de comunión misionera que indica la palabra “sínodo”. No se trata de una ideología, sino de una experiencia enraizada en la Tradición Apostólica. Como nos recordaba el Papa al inicio de este proceso: “Comunión y misión corren el riesgo de quedarse en términos un tanto abstractos si no se cultiva una praxis eclesial que exprese la realidad concreta de la sinodalidad (…), favoreciendo la implicación efectiva de todos y cada uno” (9 de octubre de 2021). Los retos son muchos y los interrogantes numerosos: el informe de síntesis de la primera sesión precisará los puntos de acuerdo a los que hemos llegado, destacará las cuestiones abiertas e indicará cómo debemos proseguir los trabajos.

Para avanzar en su discernimiento, la Iglesia necesita absolutamente escuchar a todos, empezando por los más pobres. Esto exige un camino de conversión, que es también un camino de alabanza: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra: lo que has ocultado a los sabios y entendidos, se lo has revelado a los más pequeños” (Lc 10,21). Se trata de escuchar a quienes no tienen voz en la sociedad o se sienten excluidos, incluso por la Iglesia. Escuchar a quienes son víctimas del racismo en todas sus formas, en particular, en algunas regiones, a los pueblos indígenas cuyas culturas han sido pisoteadas. Sobre todo, la Iglesia de nuestro tiempo tiene el deber de escuchar, con espíritu de conversión, a quienes han sido víctimas de abusos cometidos por miembros del cuerpo eclesial, y de asumir un compromiso concreto y estructural para que esto no vuelva a suceder.

La Iglesia necesita también escuchar a los laicos, todos llamados a la santidad por su vocación bautismal: el testimonio de los catequistas, que en muchas situaciones son los primeros en anunciar el Evangelio; la sencillez y la vivacidad de los niños, el entusiasmo de los jóvenes, sus preguntas y sus llamadas; los sueños de los ancianos, su sabiduría y su memoria. La Iglesia debe escuchar a las familias, sus preocupaciones educativas, el testimonio cristiano que ofrecen en el mundo de hoy. Necesita acoger las voces de quienes desean implicarse en ministerios laicos o en órganos participativos de discernimiento y toma de decisiones.

Para progresar en su discernimiento sinodal, la Iglesia necesita particularmente escuchar más a los ministros ordenados: los sacerdotes, primeros colaboradores de los obispos, cuyo ministerio sacramental es indispensable para la vida de todo el cuerpo; los diáconos, cuyo ministerio significa la preocupación de toda la Iglesia por los más vulnerables. También debe dejarse interpelar por la voz profética de la vida consagrada, centinela vigilante de las llamadas del Espíritu. También necesita estar atenta a quienes no comparten su fe, pero buscan la verdad, y en quienes está presente y actúa el Espíritu, que “ofrece a todos, de un modo conocido por Dios, la posibilidad de asociarse al misterio pascual” (Gaudium et spes 22, 5).

“El mundo en el que vivimos, y al que estamos llamados a amar y servir, incluso en sus contradicciones, exige que la Iglesia refuerce las sinergias en todos los ámbitos de su misión. Este es precisamente el camino de la sinodalidad que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio” (Papa Francisco, 17 de octubre de 2015). No tengamos miedo de responder a esta llamada. La Virgen María, primera en el camino, acompaña nuestra peregrinación. En las alegrías y en los dolores, nos muestra a su Hijo y nos invita a confiar. Él, Jesús, es nuestra única esperanza.

Ciudad del Vaticano, 25 de octubre de 2023

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