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El cura de la motosierra: 40 años arreglando tejados de iglesias… y almas

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Fermín González.

Voluntarios en uno de los tejados de iglesia que han recuperado gracias al impulso de don Fermín.

Mar Dorrio - publicado el 02/12/22

Don Fermín González es un sacerdote que ha dedicado su vida a la tarea pastoral, pero se le conoce sobre todo porque lleva más de 1.700 estructuras de iglesia arregladas con ayuda de voluntarios

Siempre me ha parecido rotundamente injusto que paguen todos por culpa de unos pocos, pero la realidad es que los fallos tienen más repercusión, hacen más ruido, que muchas vidas sencillas llenas de buenas intenciones.

Por eso me encanta hablar con don Fermín González, un sacerdote que ha conseguido ser noticia, una noticia buena, esperanzadora, y llena de muchísimo cariño.

A don Fermín se le conoce cariñosamente como “el cura de la motosierra”. El apodo surge desde el cariño de los serranos burgaleses, que tantas veces lo han visto ir a Rabanera del Pinar a por madera.

Pero, ¿para qué necesitaba tanta madera nuestro cura de la motosierra? Pues ahí empieza el meollo de la historia. Al llegar a la parroquia de Cebrecos, don Fermín comprobó que el estado de la torre de la iglesia era lamentable. Estaba tan mal que costaba retirar la estructura del tejado. Trabajó mano a mano con un grupo de voluntarios para abaratar los costes.

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Uno de los techos de campanario que han reconstruido con ayuda de todos.

Y construyeron una estructura tan magnífica que, cuando la vio el aparejador, pidió rápidamente a la archidiócesis que don Fermín pasase a formar parte del servicio técnico de restauración. Éste fue el principio de una gran actividad, porque llegaron a reparar 1.700 estructuras en 40 años.

-Pensando en muchos sacerdotes que sólo consiguen llenar las iglesias con algunas abuelitas, tengo que preguntarle cómo consigue arrastrar a los hombres para involucrarlos, de forma altruista, en reponer estructuras, en trabajar duro, para recuperar el legado de las parroquias, de la Iglesia.

“La verdad es que eran ellos los que nos buscaban”, dice.

“Gente creyente y no creyente, que compartía un sentido de pueblo, de identidad, unas raíces… No había que forzar nada. Cada uno aportaba lo que sabía. Pero sí creo que hay que bajar a su nivel, ponerse codo con codo y descubrir, reconocer, la vida, el día a día del trabajador cansado, de la madre de familia… Cuando atiendes a sus preocupaciones, cuando te pones manos a la obra con las necesidades reales de la parroquia, los voluntarios salen solos.

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Preparando la nueva cubierta de una iglesia.

-Estamos en una época en que muchas veces se repite ese tópico de que la Iglesia tiene mucho dinero. Don Fermín, usted puede dar fe de que, como en cualquier familia, en la Iglesia a veces se tiene que hacer un esfuerzo y vender los tesoros que se poseen para poder cubrir las necesidades esenciales.
-Así es. Hubo que vender la casa del sacerdote, “la casa del cura”, de Ura, para poder arreglar la iglesia, para cubrir las necesidades más importantes.

“En la cárcel he hecho buenos amigos”

-Don Fermín, después de cuarenta años destinado en la parroquia, en el mundo rural, ha estado ejerciendo el sacerdocio en un centro penitenciario. En el pueblo, usted consiguió algo que parece muy difícil hoy en día, que es hacer comunidad, hacer parroquia. ¿Se puede conseguir también hacer comunidad, hacer parroquia, en la cárcel?

Sí, se puede. A pesar de que hay un dicho entre los reclusos de la cárcel que dice “aquí no he venido a hacer amigos”, yo he hecho buenos amigos. Allí dentro también hay comunidad. Como en las parroquias, hay que dedicarles tiempo, pasear con ellos, conocer a sus familias… Somos personas que necesitamos escucharnos y acompañarnos.

Prejuicios que se esfumaron

En el campo monté estructuras, y, en la cárcel, se me cayeron bastantes. Se me cayeron esas estructuras mentales preconcebidas que no se adecúan a la realidad, porque la generosidad de cuidarse, de acompañarse, de dejarse las cosas, también se da entre rejas.

-Don Fermín, ¿cree que el Espíritu Santo ha suplido su falta de formación en delineación, en dibujo técnico, para crear esas magníficas estructuras?

Yo no tenía conocimientos, pero sí es verdad que escuchaba, atendía y me formaba. Procuraba ponerlo todo al servicio del Espíritu Santo, y preguntarme: ‘¿cómo puedo hacer realidad el sueño de Dios en esta gente, cómo puedo hacerlos felices?’ Si sabemos escuchar, el Espíritu Santo nos va diciendo como implicarnos para llevar el sueño de Dios a todas esas personas, a las del campo, a las de la cárcel, a las de tu parroquia.

¿Seguimos el ejemplo del cura de la motosierra? Why not?

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españaiglesiapatrimoniosacerdotevoluntariado
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