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La gran recompensa de ayunar, ¿sabes cuál es?

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jalcaraz | Shutterstock

Carlos Padilla Esteban - publicado el 17/03/22

Las obras importantes normalmente son las que no se ven, las que suceden en el silencio de una vida entregada que pasa por renunciar

El ayuno me duele. Es una palabra que pesa, cuesta, hiere. No quiero ayunar de nada porque todo lo que tengo me gusta, me alegra el alma. Y la renuncia es lo más extraño a mi vida, lo más ajeno.

Estoy hecho para la abundancia. Casi que la opulencia es lo que desea el corazón. Quiero tener de todo, conseguirlo todo.

La Iglesia me pide que ayune de lo que me sobra, de lo superfluo. Y el ayuno duele. Es una invitación a caminar más ligero.

Siempre al hablar del ayuno pienso en la comida. Dejar de comer tanto. Y comer menos duele. Pero va mucho más allá.

Soltar pesos

¿Qué cosas llenan mi corazón y no me dejan caminar con libertad? ¿Dónde me pesa el alma?

Puede que tenga adicciones que me quitan la paz y la libertad.

Pienso en el uso de las redes sociales. En las lecturas que me obsesionan y no me hacen bien. En la búsqueda ávida por saciar mi vacío de cualquier forma, por cualquier medio.

Ayunar de aquello que me hace mal es evidente. Es lo primero que se me pide. Para que así, libre de ataduras, me abra más a Dios.

Pero hay todavía algo más. Puedo ayunar incluso de cosas que me hacen bien. Sólo por amor a las personas, por solidaridad con los que no tienen o lo están pasando mal en este tiempo.

Algo escondido que cambia el mundo

La renuncia es un bien que no se ve. Es algo oculto que construye. No quiero mostrar mi ayuno a nadie. Sucede en lo profundo de mi corazón.

Y esa entrega silenciosa y generosa es la que va cambiando el mundo.

Mis renuncias me hacen mejor persona y hacen que los que me rodean sean mejores también.

Así es la renuncia y su valor oculto. Así es el ayuno que nadie ve, que va por dentro del alma.

Cuando ayuno no me siento mejor que nadie. Estoy construyendo las bases de una gran catedral para Dios. Las piedras talladas con esfuerzo, con sudor, con lágrimas.

Un ayuno más allá de la comida

Pero también me pide Dios otro tipo de ayuno:

“El ayuno que yo quiero es éste: abrir las prisiones injustas, desatar las coyundas de los yugos, dejar libres a los oprimidos, romper todas las cadenas; partir tu pan con el que tiene hambre, dar hospedaje a los pobres que no tienen techo; cuando veas a alguien desnudo, cúbrelo, y no desprecies a tu semejante. Cuando destierres de ti los yugos, el gesto amenazante y las malas intenciones; cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente, entonces brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía. El Señor te dará reposo permanente, en el desierto saciará tu hambre, dará vigor a tus huesos, serás un huerto bien regado, un manantial de aguas cuya vena no se agota; reconstruirás viejas ruinas, levantarás cimientos de antaño, te llamarán Reparador de brechas, Restaurador de casas en ruinas” .

Isaías 58

Mi ayuno quiere construir un mundo nuevo, establecer relaciones sanas y verdaderas.

Quiero ser un restaurador de casas en ruinas. Esa imagen me conmueve. Hay casas en ruinas a mi alrededor y quiero ayunar del mal para poder construir el bien.

Ser solidario y acercarme al que más me necesita. Es el ayuno que quiere Dios de mí.

Liberar, limpiar

Reparar las brechas abiertas en el alma de los que sufren. Con mi pobreza, con mi debilidad.

El ayuno del odio, de las quejas, de la amargura, de la envidia y el egoísmo. El ayuno de todo aquello que convierte mi ambiente en un pantano en lugar de en un trozo de cielo.

Quiero reparar lo que está roto y sanar las heridas de todos los que sufren. No podré hacerlo porque no tengo fuerzas.

Pero quiero unir mi ayuno con esta actitud que construye un mundo mejor. Así es la vida del que sueña con las estrellas y no se conforma con arrastrarse por el mundo sobreviviendo.

Mi ayuno es liberar el alma, eliminar las impurezas, limpiar lo que está sucio, salvar lo que está perdido.

Una recompensa grandísima

Me gusta esa misión que Dios me encomienda en esta cuaresma. Salir de mi mirada reducida y egoísta. Abrir las paredes que tratan de aprisionarme en un mundo muy pequeño.

Dios quiere que salga de mi pobreza para construir una nueva ciudad. Y Él, como recompensa, va a llenar mi corazón de esperanza.

Esa es la recompensa que me promete. No un premio por vivir a su lado. Sino simplemente una forma de entender la vida y de vivir junto a Él.

Se llena mi corazón de alegría y dejo de vivir con miedo. El ayuno ya no es una palabra que me incomoda.

Sencillamente amar más

Las grandes obras normalmente son las que no se ven. Las que suceden en el silencio de una vida entregada.

Es lo importante, mi sí oculto y callado. Mi sí constante y sostenido en el tiempo. Ese sí es lo que espera de mí Dios en esta cuaresma.

Quiere que vuelva a la simplicidad de la vida. Más silencio y menos ruidos. Más cosas importantes en mi día.

Perder menos el tiempo. Amar más, de forma concreta, con detalles y palabras. Ser más paciente, más simple, menos enrollado, menos complicado a la hora de vivir las relaciones importantes en mi vida.

Más misericordioso y menos crítico. Más alegre y menos triste.

Quiere Dios que construya y no que destruya nada con mi violencia, mi ira, mi rabia.

Que sea pacificador en este tiempo de guerras. Quiere que siembre esperanza ahora que abunda la desesperanza.

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